España, un país del revés
«De un país donde el regeneracionismo democrático y la racionalización de las políticas públicas son castigadas electoralmente no puede esperarse gran cosa»
Por más que la economía nacional vaya «como un cohete», de acuerdo con la metáfora cinética a la que recurrió hace unos meses el presidente del Gobierno, el crecimiento del PIB pospandémico es compatible con un declive relativo; aquel que medimos con el PIB per cápita y su evolución en el tiempo. Nuestros dirigentes subrayarán así el crecimiento de la economía española sin hacer referencia al nivel de vida de los ciudadanos, obviando que el aumento de la población provoca un aumento del «tamaño» de la economía que poco dice sobre bienestar o reparto de la riqueza; la economía china es más grande que la norteamericana, pero los norteamericanos son mucho más ricos que los chinos y algunos norteamericanos son mucho más pobres que no pocos chinos.
La singularidad española reside en que el desigual reparto de la riqueza —o de una parte de la riqueza— obedece a un diseño político que el Gobierno liderado por Pedro Sánchez parece empeñado en continuar y profundizar. El resultado es un país empeñado en alejarse de su crecimiento potencial y despreocupado por las condiciones que permiten crear riqueza; esa riqueza que una vez creada los poderes públicos emplean para realizar fines de distinto tipo. Según datos del INE, dos de cada tres trabajadores españoles cobraron menos de 2.000 euros en el año 2022: no es precisamente un desempeño triunfante.
Si quisiéramos mirar de frente esta realidad y hacer las reformas necesarias para incrementar la competitividad de nuestra economía, otro gallo estaría cantando ya. Pero sucede lo contrario: hemos tomado o se anuncian decisiones que van en la dirección contraria.
La primera se refiere al reparto territorial de la riqueza: el concierto vasco y el convenio navarro permiten a estas dos comunidades ricas ser financiadas por el resto de españoles en materias como las pensiones o la deuda, mientras que ni vascos ni navarros contribuyen a la solidaridad interterritorial. No contentos con esta grave anomalía, el Gobierno de coalición quiere extenderlo a Cataluña, cuya economía equivale grosso modo al 20% del PIB nacional; de lo que se trata por tanto es de convertir a tres regiones ricas del país en parásitos del resto.
«La reforma de las pensiones de Escrivá condena al sistema a un déficit creciente que solo puede financiarse con más impuestos»
En segundo lugar, la reforma del sistema de pensiones ideada por José Luis Escrivá condena al sistema a un déficit creciente que solo puede financiarse aumentando los impuestos que pagan los trabajadores y mermando los recursos disponibles para la prestación de servicios públicos tales como la sanidad, el empleo o la vivienda pública; los mayores se convierten en un grupo privilegiado al tiempo que los jóvenes pasan a ser un colectivo desatendido y los de edad mediana soportan una carga fiscal creciente sin saber siquiera si ellos llegarán a cobrar su pensión.
Por último, un país cuya productividad y riqueza per cápita no hacen más que decaer se plantea reducir las horas de trabajo semanal. La justificación es que estamos todos muy cansados y que esa disminución de las horas trabajadas conducirá mágicamente a un aumento general de la productividad: más felices y más ricos. Se trata de una expectativa fundada sobre el vacío; los datos sugieren que son los países que han aumentado su productividad los que pueden reducir las horas trabajadas en algunos sectores sin merma de su bienestar y no al revés. Es elemental; salvo si quienes razonan son políticos españoles en caída demoscópica libre.
En cualquier caso: de un país donde el regeneracionismo democrático y la racionalización de las políticas públicas han sido castigadas electoralmente no puede esperarse gran cosa. Identificar nuestras principales disfunciones se convierte así en un ejercicio melancólico que aproxima al reformista al triste destino de Alonso Quijano: cualquier día sale alguno, carpeta de papers en ristre, a dar gritos por la calle. Y lo llamarán loco; y tendrán razón.