Malas hierbas en el jardín de Occidente
«Se ha conformado una quinta columna empecinada en derribar las democracias liberales que permiten a esa izquierda manifestarse con absoluta libertad»
«Europa es un jardín y la mayor parte del resto del mundo es una jungla, y la jungla podría invadir el jardín». La frase, que tiene ya dos años, es del socialista Borrell y suscitó la indignación de ejemplares democracias como Irán, que la tacharon por ser de una «mentalidad colonialista inaceptable». Claramente se dieron por aludidos con aquello de la jungla. El caso es que hoy la afirmación sigue más vigente que nunca. Es más, se debe ampliar de Europa a Occidente en su conjunto y añadir que el jardín también se está viendo invadido de malas hierbas, plantas que crecen sin control y degradan desde dentro el parterre.
Esta maleza representa a una parte de la izquierda que profesa un profundo rechazo por Occidente. Ese mismo sentimiento de vergüenza o acomplejamiento que en España se vive con lo relativo al orgullo nacional existe a nivel europeo e internacional con la idea misma de occidentalidad. Un enorme «nada que celebrar» que caricaturiza a los países del llamado «Norte Global» como potencias imperialistas y depredadoras causantes de todos los males del planeta. Si en otras partes del globo existe la inestabilidad, la intolerancia o la guerra es por la acción previa o presente de los países occidentales y no porque en aquellas regiones abunden los regímenes autocráticos cuando no teocráticos.
Por supuesto que Europa y América tienen que asumir la responsabilidad del papel que jugaron en la historia, con grandes aciertos y enormes errores, pero lo que se presenta es un relativismo cultural que iguala —o aún peor, ensalza— todas aquellas culturas o ideologías contrarias a los derechos humanos y las libertades individuales. Se ha conformado así una quinta columna empecinada en derribar los mismos sistemas políticos que permiten a esa izquierda manifestarse y expresarse con absoluta libertad. A través de distintos movimientos políticos e ideológicos se busca un mismo objetivo: desacreditar y desestabilizar las democracias liberales. Son al menos cuatro los anticuerpos que están provocando este ataque autoinmune.
El primero de ellos está perfectamente representado en el odio a lo estadounidense. Si se pregunta a un joven izquierdista cualquiera cuál es el peor país del mundo probablemente responderá que es Estados Unidos. Dirá que es un país tercermundista, inseguro, sucio, decrépito. No se le ha de preguntar en cambio si preferiría vivir en Teherán o Nueva York, pues tal vez colapse. Bien está tampoco idealizar al país norteamericano ni obviar todos los problemas que adolece, pero se puede afirmar que sufre una de esas clásicas leyendas negras que se crean de tanto en tanto contra las grandes potencias mundiales.
EEUU sigue siendo, pese a su decadencia de los últimos años, el principal bastión de la democracia y la libertad en el mundo, más aún con una Europa aletargada y atrofiada que ha olvidado los últimos años que no hay libertad sin seguridad ni paz sin fuerza para defenderla. El mundo se juega mucho en las elecciones de noviembre, donde se decide entre unos EEUU que sigan cumpliendo su papel en el mundo con los demócratas o unos que se retraigan a la equidistancia entre la tiranía y la libertad con Trump. La paradoja es que los Demócratas podrían volver a perder si, como en 2016, la izquierda más radical decide no ir a votar por la cuestión de Palestina.
«Israel molesta porque, con todos sus defectos y todos su innegable afán expansionista, sigue siendo la única democracia de Oriente Medio»
El segundo frente también tiene mucho que ver con imperios y leyendas negras. Aunque esto ya es una constante en toda Iberoamérica, México ha vuelto a sacar a relucir con la toma de posesión de Sheinbaum esa conjunción entre socialismo e indigenismo que reniega del pasado de su país y busca construir una falsa identidad nacional. No es casualidad que se ataque la conquista de América, pues sin edulcorarla con leyendas rosas, se puede afirmar que lo que la España de la época hizo en América fue muy similar a lo que Roma hiciera con Hispania casi dos milenios antes. Una segunda romanización en la que se exportó la civilización grecolatina y cristiana a todo un nuevo continente. De ahí el rechazo de una izquierda que prefiere ser «Sur Global» oprimido antes que reivindicarse y ejercer como Civilización Occidental.
La tercera grieta viene provocada por Israel. La izquierda de todo el globo se ha lanzado al ataque contra este país como si fueran los hinchas más radicales de un equipo de fútbol. Ya ni siquiera se trata de una legítima defensa de la población palestina, del alto el fuego o de la solución de los dos Estados. Cuando se dice «desde el río hasta el mar Palestina vencerá» lo que se dice realmente es que se quiere borrar al país judío del mapa. ¿Y por qué este ensañamiento con Israel? Tal vez por los excesos bélicos y el elevado número de muertos, sin duda intolerables. Pero si así fuera también se protestaría por la situación de los saharauis frente a Marruecos o por el genocidio de los uigures musulmanes por el régimen chino. Si a la izquierda realmente le preocupasen los derechos humanos se manifestarían con igual o mayor contundencia por esas y muchas otras causas.
La realidad es que Israel molesta porque, con todos sus defectos y todos su innegable afán expansionista, sigue siendo la única democracia liberal de Oriente Medio. Israel es el único país de la región en que las mujeres son iguales a los hombres y pueden tener el control de su vida. Es el único Estado que no criminaliza la homosexualidad, sino que la protege. Es el último reducto de libertad plena en medio de un mar de opresión. Una vez más lo que molesta es Occidente y lo que se defiende es la barbarie, como hizo el otro día Manuel Pineda, número 4 de Sumar a las elecciones europeas, cuando lamentó la muerte de Nasrallah, líder de Hezbolá, como un duro golpe para el «Eje de Resistencia».
«A la vez que se desconoce el papel del cristianismo en la formación de los valores europeos, se abraza el blanqueamiento del islam»
Esto último entronca finalmente con el último de los vértices del quintacolumnismo occidental, que es ese buenismo que carcome a toda Europa. A la vez que se desconoce el papel del cristianismo en la conformación de los valores europeos, se abraza el blanqueamiento del islam, una religión que, salvo contadas excepciones, no ha aprendido a ser tolerante como hiciera el cristianismo tras las guerras de religión ni se ha adaptado al mundo contemporáneo como hizo el catolicismo en el Concilio Vaticano II. La sorpresa llega cuando, ante esta actitud de los partidos tradicionales, la ultraderecha va ganando plazas.
Aunque estos temas pueden parecer inconexos todos entroncan con ese rechazo a Occidente que crece desde dentro. Tan peligroso para el jardín es ser invadido por la jungla como quedar descuidado y dejar que las malas hierbas se propaguen. Occidente se juega su propia existencia y muchos frentes están dentro de sus fronteras: en las elecciones estadounidenses; en la defensa de la democracia en toda Iberoamérica; en la batalla entre Israel e Irán y sus títeres; y en la cuestión cultural en Europa. Y lo que está en riesgo es el modo de vida occidental basado en la libertad y la igualdad entre individuos.