Así estamos estafando a los más jóvenes
«Buena parte del salario de los ‘millennials’ y de la generación Z se destina a sufragar un sistema asistencial que los políticos explotan electoralmente»
Los jóvenes, en España, y también en buena parte de Europa, llevan tiempo girando hacia la derecha. Este giro no es un fenómeno coyuntural. Con el paso del tiempo se ha ido convirtiendo en una tendencia estructural. En el pasado, ser joven y de izquierdas se descontaba como normal, pues la izquierda, al margen de otras consideraciones, había acertado a encarnar la inconformidad con lo establecido. Más allá de errores ideológicos, este espíritu contestatario encajaba muy bien con la rebeldía propia de la juventud.
No es que la juventud en todos los segmentos de edad haya girado a la derecha. Los que ya no serían tan jóvenes, los talluditos millennials, son mayoritariamente progresistas.
Los millennials son los más acérrimos defensores del sistema heredado de sus padres y abuelos, precisamente los que deberían considerar sus adversarios generacionales, los boomers. Se muestran favorables al intervencionismo estatal y al mantenimiento de un modelo de Estado que, en lo sustantivo, es socialdemócrata tirando a socialista. Las discrepancias con sus mayores apuntan más a la forma de gestionar que al sistema mismo. Para los millennials la socialdemocracia habría entrado en decadencia por la dejación de sus antecesores y quieren relanzarla con un giro «progresista».
Así pues, los que se alejan de la izquierda no son los millennials, son los integrantes de la generación Z. Una brecha de más de diez puntos en los jóvenes de 18 a 25 años. Lo que supone un abismo si tenemos en cuenta que las diferencias cuantitativas en apoyos entre derecha e izquierda rara vez superan los tres o cuatro puntos.
Pero la generación Z no sólo se aleja de la izquierda, también es muy crítica con un sistema político devenido en francachela. Ellos han crecido en un entorno marcado por los debates sobre justicia social, diversidad e inclusión. Y, dicho en castizo, están hasta el gorro de pipas de la «corrección política» y el discurso progresista. Son muy reactivos a cualquier intento de cercenar la libertad de expresión y especialmente beligerantes con los excesos progresistas. Desconfían de los medios de información tradicionales precisamente por su connivencia con la corrección política. Han migrado a plataformas como YouTube, Instagram y TikTok, ecosistemas más «incorrectos» pero más abiertos. No siempre para bien, pero con todas las prevenciones que se quiera, mucho más libres y plurales que la prensa partidista.
«Los jóvenes de la generación Z han crecido en una crisis perpetua marcada a fuego por la Gran recesión y la pandemia»
La generación Z rechaza a los partidos tradicionales y las élites políticas, asociando a la izquierda y el centroizquierda con el sistema político convencional. Buscan alternativas que ofrezcan un discurso distinto, que se desmarquen del statu quo. Así, mientras los prematuramente envejecidos millennials siguen apoyando mayoritariamente a partidos de izquierda o centro, los integrantes de la generación Z muestran una inclinación hacia posturas más liberales, conservadoras y de derecha.
Quizá el factor más decisivo de este giro es que los jóvenes de la generación Z han crecido en una crisis perpetua marcada a fuego por la Gran recesión y la pandemia. Su rechazo a la visión dominante, donde el Estado debe recaudar mucho y generar cada vez más dependencias, no es producto de la disonancia cognitiva, menos aún de la manipulación. Es fruto de la contrastación, a lo largo de años, de los pésimos resultados de las políticas progresistas.
No sabrán quien fue John Maynard Keynes, pero sí que cuanto más keynesianismo, más nubarrones despuntan en su horizonte. Quieren más capitalismo y menos dirigismo, además de una identidad a la que aferrarse que no sea un delirio woke. Esto no debería parecernos excepcional; mucho menos fascista. En un sistema de alternancia democrática eso sería lo lógico: demandar recetas distintas cuando las habituales agravan los problemas.
Si España no estuviera tan envejecida por el desplome de la natalidad, la generación Z estaría muchísimo más nutrida. Sólo sería cuestión de tiempo que se produjera no ya un vuelco electoral, sino un terremoto sociológico. Pugnaríamos por dejar de ser un país de dependientes, y los dogmas progresistas que patrimonializan la política serían reemplazados por otros que hoy parecen impensables.
«Los ‘boomers’ exigían una sociedad más abierta, dinámica y orientada al emprendimiento personal»
Precisamente, esto es lo que ocurrió en España a finales del siglo pasado y principios del XXI, cuando la izquierda, perpleja, se vio superada, primero, y literalmente arrasada, después, por una mayoría absoluta de la derecha. Derecha que, por supuesto, poco tenía que ver con la actual.
Este vuelco fue posible porque nuestro país era mucho más joven. Los boomers, la generación más numerosa de nuestra historia, tenían entonces 30 años o menos. Eran jóvenes, confiaban en sí mismos y querían prosperar. No entraba en sus planes malvivir de subsidios o convertirse en funcionarios con sueldos que, aunque seguros, les parecían miserables. Exigían una sociedad más abierta, dinámica y orientada al emprendimiento personal.
Hoy, sin embargo, los boomers tienen 60 años o más. Se han vuelto conservadores en el peor sentido imaginable; es decir se han vuelto conservadores de izquierdas, porque eso es la izquierda en la actualidad: el conservadurismo del igualitarismo. Aquellos jóvenes de los 90 son los viejos de hoy. Ya no aspiran a mejorar sino a conservar su posición, aunque sea a costa de endosar sus pagarés a los que vienen detrás.
En cuanto a los millennialls, no fueron arrojados a un mundo en crisis nada más nacer, como les sucedió a los integrantes de la generación Z. Vivieron las postrimerías de los días de vino y rosas el tiempo suficiente como para quedar obnubilados y dar por descontado que ese era el estado natural de las cosas. Creen que si reflotan el viejo orden podrán aspirar a una prosperidad como la que disfrutaron sus padres. Pero eso jamás sucederá.
«Lo que estamos haciendo es sacrificar a nuestros jóvenes para pagar las deudas contraídas»
Lo que estamos haciendo es sacrificar a nuestros jóvenes para pagar las deudas contraídas. Buena parte de cada salario de los millennials y de la generación Z se destina a sufragar un sistema asistencial sin salida que los políticos explotan electoralmente hundiéndonos cada vez más en la deuda. Con todo, lo peor es que cuanto más envejezcamos, más conservadores nos volveremos y con más vehemencia exigiremos aumentar nuestra dosis de veneno.
Algunos tienen la vana esperanza de que aquí surja algún Milei que nos empuje a dar un giro de 180 grados. Pero ese milagro ha sido posible en Argentina porque en tiempo histórico están en el momento equivalente a nuestros años 90: su población es 13 años más joven de media que la nuestra. Los jóvenes allí todavía constituyen una mayoría. Aquí hace tiempo que son minoría.
La única forma de evitar arruinar el futuro de nuestros hijos y nietos es que tanto políticos como ciudadanos emulemos la valentía de la juventud. Debemos recordar cuáles fueron nuestros sueños porque la grandeza es el sueño de la juventud realizado en la vejez. Pero, sobre todo, debemos recordar que ninguna sociedad puede aspirar a mejorar si olvidamos el lugar del poder en nuestras vidas.