El traje internacional de Sánchez
«La descripción lacónica y ecuánime de la deriva iliberal de Sánchez por ‘The Economist’ transmite una imagen rancia, chabacana, de otra época»
Es importante a veces recordar lo obvio. Esta semana, el periodista de The Economist Michael Reid, que residió varios años en España y escribe sobre Iberoamérica, escribió un buen resumen (que ha traducido este medio) sobre la situación política española y la debilidad del Gobierno. No descubre nada nuevo, pero su descripción lacónica y ecuánime de la deriva iliberal de Sánchez produce una sensación de extrañamiento: frases como «ha colocado a funcionarios políticos en puestos supuestamente independientes» o «ha dado instrucciones al abogado del Estado para que demande al juez que investiga a su esposa» cuestionan su imagen exterior de líder europeísta sofisticado y liberal. En su lugar transmite una imagen rancia, chabacana, de otra época.
El Gobierno español siempre ha buscado la legitimación interna a través de la legitimación externa. Hace unos años, cuando el presidente acudió a varios medios estadounidenses con motivo de su visita a la ONU, el oficialismo estaba encantado: mira como habla inglés, y la prensa extranjera piensa que es guapísimo. La semana pasada Pedro Almodóvar dijo que en el extranjero se le conoce como Mr. Handsome: «Hay muchas cosas que pedirle, a nivel político y a nivel físico también». Es un elogio envenenado.
Es normal que al presidente le encanten los viajes al extranjero. Nadie le pregunta sobre su mujer, ni sobre la amnistía, ni sobre los presupuestos o Bildu o el concierto catalán. Y todavía piensan que es un líder liberal, en el sentido básico del término: un político que respeta las normas del juego, que cree en el pluralismo y el reformismo. Por eso la frase de Reid: «Ha dado instrucciones al abogado del Estado para que demande al juez que investiga a su esposa» me resulta tan importante. No porque sea lo peor que ha hecho Sánchez, sino porque queda muy mal, de un patrimonialismo obsceno. Es algo que haría un político mucho más feo y autoritario, como de Europa del Este, y no Mr Handsome.
La legitimación extranjera es la última bala de Sánchez. Todavía no la ha perdido. Aunque sus esfuerzos pseudomediadores en el conflicto palestino-israelí son meramente simbólicos, transmite una imagen de progresista comprometido con los derechos humanos (las devoluciones en caliente, su connivencia con Marruecos o la expulsión la semana pasada de activistas saharauis no llegan al New York Times o MSNBC).
Hace poco obtuvo una victoria al conseguir que su exministra Teresa Ribera obtuviera la cartera de Competencia en la Comisión Europea. Y su relación con otros líderes europeos es muy buena. Pero a Sánchez no le interesa esa promoción exterior por sentido de Estado. Le gusta el traje de presidente que viaja al extranjero. Y mientras pueda seguir haciendo de líder internacional, da igual que cada vez tenga menos poder para ejercer de líder nacional.