THE OBJECTIVE
Joseba Louzao

Desorientaciones antisanchistas

«Los posicionamientos de Feijóo siempre van a remolque reactivo del relato sanchista. Un ‘¿dónde está Sánchez?, que yo me opongo’. Así es imposible crecer políticamente»

Opinión
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Desorientaciones antisanchistas

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. | Ilustración: Alejandra Svriz

A todos los problemas políticos, sociales y económicos que estamos discutiendo habría que sumar la desorientación del centro-derecha y de la opinión publicada de ese mismo lado del tablero. La evolución de los últimos meses demuestra que aún no se ha comprendido bien que en las anteriores elecciones generales fue imposible configurar una mayoría sostenible sobre el mero antisanchismo. Agravado, además, por la capacidad de la coalición del PSOE y Sumar para lograr que su líder fuera investido como presidente del Gobierno. Nada más, ya que a partir de ese momento llegó el caos en el que malviven para sobrevivir. Por muchas señales de malestar que encontremos a pie de calle, en un contexto tan polarizado como el nuestro es fácil comprender cómo el antisanchismo ha movilizado a los más fieles y ha silenciado a los más críticos del interior (lo mismo sucede en las filas socialistas al contrario, con sus temores varios, porque estos tampoco están para dar lecciones). Sin embargo, no será nunca una carta ganadora – ni tan siquiera es una fórmula atractiva, como algunos chamanes de la comunicación parecen dar a entender- para el votante tranquilo, que ya debe ser caracterizado como votante cansado. De esta manera, terminamos por tener una oposición bastante inoperante.

Cada semana que pasa el Partido Popular da bandazos en una hiperventilación constante -que, en más de un caso, parece impostada- con múltiples cambios de opinión. Hace un tiempo Alberto Núñez Feijóo nos contó que tenía una agenda de reformas necesarias rodeado de figuras públicas, aunque lo que expresó no fueron más que unas líneas generales con algunos lugares comunes de un reformismo conservador. Era aquel think tank llamado Reformismo21, que venía a hacer sombra a FAES y del que poco más hemos sabido. A partir de ahí, sus posicionamientos siempre van a remolque reactivo del relato sanchista. Un «¿dónde está Sánchez?», que yo me opongo. Así, es imposible que pueda crecer políticamente. Tampoco es sencillo para el líder popular tener tanto poder territorial con familias políticas particularistas e intereses que, en demasiadas ocasiones, se enfrentan en asuntos fundamentales. Y no parece que la omnipresente y manida batalla de las ideas favorezca esta vía reformista. En el fondo, entre nosotros, esta batalla de las ideas no es más que una guerra con palabras tribales, que alimentan nuestros muros identitarios mientras se vacían de contenido material. Ahí están la igualdad, la libertad y muchas otras que repetimos a cada paso.

Y lo mismo sucede con el columnismo de ese centro-derecha, que se ha abandonado a un antisanchismo vociferante. Es una tentación de la que nadie escapa, incluso quien escribe esta reflexión ha caído en este vicio. Pero tengo la sensación de que varias generaciones de potentes voces están perdiendo la oportunidad de aportar un poco de valor a la conversación pública, cegados por la confrontación total con las cambiantes narrativas gubernamentales. Quizá la mejor lección para el centro-derecha de estos errores se encuentra en los últimos años del dominio del socialismo de Felipe González. Las similitudes entre ambas épocas no son accesorias. El paisaje y el paisanaje se asemejan bastante. El antifelipismo no fue lo que doblegó al Gobierno, más bien esta derrota se produjo cuando se presentó a los españoles un proyecto político reformista, que convenció al votante tranquilo. Hablo de estrategia electoral y de debate de ideas. Porque otra cuestión a debatir es si aquel proyecto se desarrolló durante los años de Aznar o si verdaderamente era lo que necesitaba el país. La otra lección de aquel tiempo puede ser que una posible victoria electoral del Partido Popular en las próximas elecciones será una amarga victoria. Si esto sucede, lo que tampoco está claro, Núñez Feijóo tendrá que aprender a gestionar esta extraña sensación.

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