THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

‘Volveréis’, sin miedo a la intimidad

«La película de Jonás Trueba, comedia oscurecida por el drama, drama salpimentado de humor, viene a llenar vacíos recurrentes del cine español»

Opinión
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‘Volveréis’, sin miedo a la intimidad

Fotograma de 'Volveréis'. | Archivo

Una obra maestra es aquella que te hace pensar, te conmueve, te hace reír o te confronta. Es aquella que, tras atravesarla, te vuelve otro, por leve o efímero que pueda parecer ese cambio. Todo esto logra Volveréis, de Jonás Trueba, ganadora de la mejor película europea en la prestigiosa Quincena de Cineastas del pasado Festival de Cannes.

No sabría, más allá de lo que diga su ficha técnica, si clasificarla de comedia o de drama, como a la vida misma. Y ese quizá es el punto más brillante de la película: la discusión que establece sobre los alcances (y limitaciones) del arte para representar la realidad, asumiendo que la realidad objetiva del mundo queda atrapada por la mirada subjetiva de quien lo habita. La película que el espectador ve, la supuesta ruptura amorosa de una pareja formada por una directora de cine y un actor, es la misma película que esa pareja está ultimando dentro de la trama de la película.

Ese cine dentro del cine tiene más espejos enfrentados aún, ya que la pareja en la vida real de Jonás Trueba es la actriz protagonista, Itsaso Arana, que funciona como alter ego del director, pero también como su opuesto. Además, los dos actores protagonistas, Arana y Vito Sanz, son coguionistas del filme, lo que hace que las referencias y guiños se multipliquen hasta el infinito. No todos son inteligibles para el espectador, porque forman parte de la intimidad de los creadores, pero le dan una suerte de coherencia interna a la obra, le quitan mampostería y decorados. Curiosamente, el momento en que está la película dentro de la película (la que los protagonistas están filmando) es esa etapa final cuando, tras las últimas escenas, empieza el montaje de la obra, cuando el director y el editor logran dar sentido y orden al caos de las imágenes. Incluso organizan una muestra del «primer corte» al que invitan a un crítico que dice todo lo que podría decirse de la obra si no se entendiera, blindándola contra las reseñas metafísicas o pedantes, como esta misma. Una genialidad que además tiene mucho humor con la brillante actuación de Jon Viar.

«Señalo mi sorpresa que una obra maestra como Volveréis, premiada en Cannes y celebrada en prensa con las mejores reseñas, la haya tenido que ver en una única función a las tantas de la noche en un cine vacío»

La obra parte de un planteamiento de comedia clásica que, a su vez, es una suerte de refutación de las comedias románticas de Hollywood y un secreto homenaje. El humor nace de una paradoja. La pareja protagonista decide poner fin a su relación y, en lugar de lamentarlo, optan por celebrarlo con una fiesta de despedida, «como una boda, pero al revés», incluidos música en vivo, catering e invitaciones a familiares y amigos, con sus inevitables compromisos. Sobra decir que muchos de los invitados a esa fiesta son amigos, colaboradores y familiares en la vida real de los creadores de la obra. Por supuesto, una pareja que puede ponerse de acuerdo sobre su ruptura no puede ni debe separarse. Y esa paradoja es cómica.

El humor de la cinta está basado en la repetición. Cada familiar y amigo al que le cuentan la historia de la fiesta inversa a la que los están convocando tiene que escuchar la misma historia, con leves variaciones, que el espectador ya conoce. Las diversas reacciones ante la noticia revelan mucho de quién la recibe, pero también del tipo de relación sólida que la pareja tiene en realidad. Todos o casi todo acaban por aceptar la noticia, pero con un vaticinio: «Volveréis», lo que vuelve más absurda y cómica su separación.

La separación, no obstante, no es una broma, urdida para burlarse de los amigos o los espectadores. Con sutileza, la película también muestra las pequeñas y grandes diferencias, las taras de la pareja, como sucede en la vida real con el amor y sus infinitos laberintos agridulces.

La película, como toda la obra hasta ahora de Jonás Trueba, es un homenaje a Madrid, esta vez a esa época de fin del verano, cuando la vida vuelve lentamente a lo cotidiano, pero no del todo. Mucho sol aún, tardes de las últimas verbenas rebeldes con el reloj laboral ya encendido. No es casual que la fecha de la fiesta de despedida sea el 22 de septiembre, primer día del otoño. La película es también un emocionante homenaje al padre del director, Fernando Trueba, que hace un debut espectacular como actor de reparto. Qué belleza y valentía del joven director, al que a veces se le ha reprochado el privilegio de su apellido, que decida hacer este tributo a su padre, que en la película es por supuesto el padre de la protagonista, y en la vida real, su suegro. Las tomas a la mirada profunda, distraída y estrábica de Fernando Trueba, puro amor filial, formarán ya parte de la historia del cine español.

En la ficción y en la vida real, la idea de que una pareja debe celebrar el final antes que su inicio, es de él. Como personaje, consciente de su responsabilidad involuntaria, de que su boutade tenga de pronto cuerpo, la combate como solo un padre puede hacerlo, dándole libros a su hija para que reflexione por sí misma. Libros para sobrellevar y entender su ruptura, pero también quizá para evitarla. Esos libros no son casuales ni relleno, como sucede cuando el arte utiliza la literatura como cita. Nada me desespera más que una película que cita a tontas y locas, como que aparezca un tablero de ajedrez con las piezas en una posición absurda o ilegal. Las referencias aquí son significativas y pertinentes, lo que demuestra una lectura real por los creadores de la película. No solo la poética del instante de Soren Kierkegaard, el filósofo de la experiencia amorosa basada en lo cotidiano, sino Stanley Cavall, cuya reflexión sobre cómo el cine mejora la vida queda finalmente reflejada en la propia del espectador de Volveréis.

La película de Jonás Trueba es una comedia oscurecida por el drama, un drama salpimentado de humor, llena dos vacíos recurrentes del cine español contemporáneo: la sensibilidad poética y la intimidad. El realismo español postmoderno confunde la poesía con lo cursi y lo íntimo con lo indiscreto o vulnerable. Volveréis es una obra poética, transmite el milagro cotidiano de estar vivos y es una obra intimista. A lo Hemingway, sólo vemos la punta del iceberg y debemos imaginarnos el resto.

Como espectador, señalo mi sorpresa que esta obra maestra, premiada en Cannes y celebrada en prensa con las mejores reseñas, la haya tenido que ver en una única función a las tantas de la noche en un cine vacío. Qué peligroso es para una sociedad cuando se establece un divorcio de esa magnitud entre la excelencia artística, sin pretensiones de serlo, y el gusto del público

Remate

Este 7 de octubre se cumplen 13 años de la muerte, en Madrid, de Félix Romeo, una de esas personas irrepetibles para todo aquel que tuvo la suerte de ser tocado por su varita mágica (bastón, en realidad). Carismático, generoso y valiente, Félix Romeo, con su amor a la vida, los libros y el cine, está presente en la película de Jonás Trueba sin necesidad de ser mencionado. Los viejos amigos de Félix no podemos dejar de conmovernos hasta las lágrimas al reconocer en la película algunas de sus frases y obsesiones, la portada de su libro Amarillo o las inolvidables dedicatorios con dibujos surrealistas que nos hacía. Todos los que lo quisimos somos un poco huérfanos de su ausencia. No pasa una semana sin que me pregunte qué pensaría Félix de tal o cual asunto, imaginando mandobles dialécticos contra el coro de la virtud sin consecuencias que nos rodea. Félix Romeo Pescador tristemente no volverá y, sin embargo, nunca se ha ido.

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