Felipe González, el socialista incómodo
«Sánchez también está en la cuerda floja, pero parte de sus minoritarios apoyos (Sumar, Bildu) temen más el final de la etapa Sánchez que el mismo presidente»
El expresidente González vuelve a ser noticia estos días (junto con Alfonso Guerra) no sólo por su desacuerdo con el Gobierno de Pedro Sánchez, sino aún más por buscar, en el próximo congreso general del PSOE, un necesario sustituto a Sánchez, como secretario general del partido. Preguntado sobre si se había perdido espíritu crítico en el partido de los socialistas, contestó sin dudarlo: sí. González fue elegido secretario general del PSOE en 1974 en Suresnes (Francia) pero no lo aceptó de pleno hasta que en los estatutos del partido se eliminó cualquier filiación marxista. Felipe González era el modelo de la hoy muy tocada socialdemocracia, como atestiguaba su amistad con dos célebres líderes europeos: Willy Brandt y el sueco Olof Palme. Sin embargo, cuando el PSOE triunfa con mayoría absoluta en las elecciones generales de 1982, hay quien aún piensa en el dominio «rojo». Le he oído decir a Felipe en La Moncloa, y más de una vez, que él nunca fue comunista, ni en la Universidad, y que el dinero sólo le interesaba lo justo. Pero en 1983 su ministro de economía expropia Rumasa, un emporio económico con pies de barro, y no mucho después legaliza en España el consumo de las llamadas «drogas blandas» (el cannabis, sobre todo) que su propio gobierno ilegalizaría de nuevo, después de dos años, así es que uno podía ver hacerse un porro y fumarlo en un bar. De nuevo le pregunté a Felipe -de quien fui amigo a través de su exmujer Carmen Romero, profesora de literatura- y me contestó que la ilegalización venía no de una creencia personal, sino de que para que la legalización fuera normal, debía funcionar y ser legal en más de un país. Eso lo reiteró, mucho después (en 2010) y en la embajada de México, secundado por el expresidente mexicano Vicente Fox.
A sucesivos gobiernos de González (que en minoría tuvo el apoyó de Convergencia i Unió) se debe la adhesión de España a la Comunidad Económica Europea -1985- pilar de la actual Unión. Y la entrada de España en la OTAN, en 1986. También, y fue un momento de ancho bienestar, en 1992, el triunfo español al organizar los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla, con el estreno del AVE. El «progresismo» seguía las bases de la socialdemocracia europea, y no los vagorosos y peligrosos tintes comunistoides y siempre millonarios, de lo que hoy se presenta como una irreconocible izquierda cuya cabeza visible es Pedro Sánchez. Pretendo hacer este repaso para que, en lo bueno y en lo malo, se compare con el PSOE actual y su izquierda absurda, absurda porque la vicepresidenta Yolanda, tan feminista como la que más, apoya partidos del integrismo islámico, estilo Irán, donde no podría practicar ni defender sus convicciones. En Irán, nuestra Yoli -cariñosamente- estaría en la cárcel, sino algo peor. Felipe, que gobernó algo más de trece años consecutivos (sin duda mucho) pudo llegar a generar una vaga prepotencia. Rodeado desde 1991 por escándalos financieros -caso Juan Guerra, hermano del vicepresidente- o políticos, como el de Luis Roldán, director de la Guardia Civil o el de las escuchas ilegales del CESID a políticos y empresarios (los escándalos se parecen a los escándalos, también ahora) Felipe estaba en la cuerda floja y parecía no saberlo. De nuevo en La Moncloa, y viendo una pila de periódicos, en los que destacaba El Mundo, cabeza del antifelipismo, le dije: «Ya sabes que estos van a por ti». Me contestó desdeñoso»: Estos no van a ninguna parte, te lo aseguro». Pero fueron, y en mayo de 1996 tiene que convocar elecciones anticipadas (que ganaría Aznar, aunque no por mucho margen) cuando Convergencia retira su apoyo al gobierno socialista. Felipe, cuando gobernó en minoría, sólo necesitó de un apoyo, Sánchez hoy necesita al menos cuatro en los famosos 7 votos. Cuando Felipe deja de ser presidente, el rey Juan Carlos le ofrece un título nobiliario (como lo hiciera con Suárez, que lo aceptó) González no lo acepta, asegura, por razones personales y de ideología. Felipe González cayó, fue derribado, no sólo perdió, y no por socialdemócrata -su lado mejor- sino por los escándalos que le rodeaban. Sus frases actuales -paralelas a las de su examigo Guerra- parecen demostrar que aprendió la lección: «La amnistía es pedir perdón a quien ha atentado contra la propia Constitución». Y más cerca: «El Gobierno no tiene que decirle, a los jueces cómo hacer su trabajo». O «manteniendo la libertad de prensa (controlar la información) es poner puertas al campo». Y reafirmando las palabras de Guerra y el sentir de tantos: «¿Hay que ceder a todo con tal de tener la mayoría? No está justificado por 7 votos».
Sánchez también está en la cuerda floja, pero parte de sus minoritarios apoyos (Sumar, Bildu) temen más el final de la etapa Sánchez que el mismo presidente. Comprendo porque votaba yo a Felipe González -con sus errores, los tienen todos- y no he votado a Pedro Sánchez. Su PSOE no es el mismo.