THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

Otra decapitación y la podredumbre en México

«Arcos Catalán decidió, heroico y loco, que iba a ser fiel a su campaña, que tenía como punto esencial la no negociación con el crimen organizado»

Opinión
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Otra decapitación y la podredumbre en México

El expresidente de México, Andrés Manuel López Obrador. | Ilustración: Alejandra Svriz

La historia del asesinato y decapitación del alcalde de Chilpancingo, Alejandro Arcos Catalán, es más grave de lo que parece. Y lo que parece es ya de película de terror, como mucho de lo que sucede en México en los últimos años. Arcos Catalán ganó la presidencia municipal de Chilpancingo, capital de Guerrero, en una coalición de opositora contra Morena, que gobernaba en Guerrero y gobierna en el país. Su fragilidad era evidente. Enfrente tenía al gobierno del estado y al Gobierno de la república.

Guerrero es uno de los 32 estados federados que componen la República Mexicana. Es el estado más pobre del país, junto con Chiapas, y tradicionalmente el más violento. Con una geografía endemoniada, fue siempre en su sierra, de abruptas cañadas y pequeños núcleos de población aislados, un refugio de perseguidos por la ley, de rebeldes con y sin causa. Tierra de libertos –los esclavos negros emancipados–, tierra de pueblos indígenas rebeldes al poder central de los mexicas, sobre todo a lo largo del río Balsas, tierra de insurgentes contra el ejército virreinal, tierra de guerrilleros guevaristas, la historia contemporánea de Guerrero puede resumirse como un permanente enfrentamiento entre sus ciudades (Acapulco, Taxco, Chilpancingo, Tixtla), integradas al desarrollo del país, y el campo, tierra sin ley desde hace siglos. Un trágico paradigma de lo peor que puede ocurrir en ese estado y que ocupó las planas de periódicos internacionales fue la desaparición violenta de una cuarentena de estudiantes de la escuela de maestros rurales de Ayotzinapa en 2014.

La sierra de Guerrero es pobre por un problema histórico de lindes y propiedad, pero podría no serlo. Su suelo es fértil. Tamarindo, coco, plátano, piña, café, papaya. Pero tiene una desgracia: la amapola, traída por los trabajadores chinos del Canal de Panamá, crece fuerte y robusta, como si fuera una especie endémica. Y como el comercio del opio, la morfina y la heroína es ilegal, generó desde principios del siglo XX un mercado negro y, con ello, poderosos grupos criminales que desde la llegada de Morena al poder se han fortalecido hasta lo inimaginable, con la política del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador de no combatir al narcotráfico. 

El gobierno de Guerrero está en manos de Félix Salgado Macedonio, aunque no es el gobernador. Fue inhabilitado para el cargo por las serias acusaciones de violación que estallaron en su entorno laboral entre varias de sus antiguas colaboradoras. En un país normal, estaría en la cárcel tras un juicio justo. En México, no sólo logró evadir la justicia con amenazas a sus acusadoras, que retiraron los cargos, sino que también logró que la candidatura de Morena pasara a manos de su hija Evelyn, que gobierna en su nombre. Los pactos con el crimen organizado son vox populi. Ya lo eran en su etapa de alcalde de Acapulco. Pero ahora no se trata tan sólo de organizar el tráfico hacia el norte de la pasta de adormidera, sino de algo mucho más lucrativo y compacto: la captura de toda actividad económica, lícita e ilícita. Un estado criminal paralelo al Estado.

«¿Cómo puede salir México de este laberinto no de la soledad sino de la impunidad? No tengo respuestas, pero podemos empezar por llamar al pan, pan, al vino, vino y al criminal, criminal»

Según la prensa local, su estrategia ha sido dividir el territorio entre grupos criminales (que no respetan estos límites artificiales y se pelean a muerte entre ellos) y cobrar dividendos de lo ilícito, que no se limita al narcotráfico sino que incluye todas las ramas de las actividades criminales (secuestro, robo, tráfico de migrantes), y de lo lícito: el transporte concesionado, la producción agrícola y ganadera, el comercio al mayoreo (control de los mercados de abastos), el comercio al menudeo (cobro de piso), así como los servicios públicos (servicios de recogida de basura, agua potable, mantenimiento de calzadas, etcétera). A escala local, lo mismo hacía la antigua alcaldesa de Chilpancingo, Norma Otilia Hernández, hasta que fue descubierta por un periodista con cámara oculta en conversaciones con uno de los líderes criminales más sanguinarios del estado. Conversaciones tan explícitas y espeluznantes que llevaron a Morena a inhabilitar su candidatura a la reelección. Como el comisario francés de Casablanca, en Morena estaban indignados de descubrir que en el Café de Rick se jugaba en sus salones. Esta mujer, despechada, decidió apoyar al candidato opositor, Alejandro Arcos Catalán, que arrebató la alcaldía a Moreno por solo mil votos de diferencia, en una ciudad de casi 300.000 habitantes. Pero Arcos Catalán no reconoció esa deuda, porque no la pidió. Y porque decidió, heroico y loco, que iba a ser fiel a su campaña y plataforma, que tenía como punto esencial la regeneración moral de la ciudad; es decir, la no negociación con el crimen organizado.

Su asesinato estuvo precedido de dos avisos. Primero, Ulises Hernández Martínez, militar retirado y futuro responsable de la seguridad en el ayuntamiento, fue asesinado antes incluso de tomar posesión de su cargo. Después, asesinaron salvajemente a Francisco Gonzalo Tapia, su mano derecha, secretario del ayuntamiento, tres días después de la llegada al gobierno de la alcaldía. Por eso Arcos Catalán hizo un dramático llamado a través de los medios de comunicación a la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, exigiendo seguridad para su persona y su familia. Horas después, su cabeza apreció sobre su camioneta abandonada en un camino vecinal. En la gramática del horror del crimen, el mensaje era claro. No basta con matarte, he de mutilar tu cuerpo para que el sucesor entienda quién manda. Cuando se califica de realismo mágico la obra de García Márquez se olvida la realidad profunda de América Latina. ¿Por qué digo esto? Por los sucesos del crimen de Arcos catalán sucedieron mientras la ciudad se recuperaba del embate del huracán John. 

El crimen fue antecedido de una acción enigmática del alcalde. Se sabe que había acudido a Tepechicotlán, un pueblo perteneciente al municipio de Chilpancingo, bastión de Los Ardillos, uno de los dos grupos criminales que se disputan la ciudad. El otro son los Tlacos. Fue solo, sin escoltas ni acompañantes. ¿Un intento in extremis de lograr un pacto? ¿Una cita trampa? No es descartable, con la valentía que lo caracterizaba, que hubiera acudido a decir en persona que no aceptaba chantajes. El resultado fue atroz.

El funeral de Arcos Catalán reunió a lo mejor de la sociedad chilpancingueña, que no se resigna a vivir en el horror. Fue multitudinario y combativo. Chilpancingo no es un poblajón abandonado. Es la capital de estado y una ciudad articulada. Tiene cinco barrios tradicionales, cada uno con su iglesia y su fiesta, su traje tradicional y su baile, que convergen una vez al año en la semana mayor de la ciudad, vísperas de Nochebuena. Es una ciudad clave en la historia de México porque ahí dio a conocer Morelos sus Sentimientos de la nación, el documento de mayor impacto moral en la historia del país; tiene una gran riqueza cultural y gastronómica, el pozole blanco es su emblema y las picaditas, su irresistible tentación; decenas de asociaciones civiles y comerciales y un entorno natural paradisiaco, con el mejor clima del mundo, según el barón Alexander von Humboldt, pero es también una ciudad cautiva del crimen.

Durante el velorio de Arcos Catalán la gente indignada expulsó de la capilla ardiente a la exalcaldesa Norma Otilia Hernández con gritos e insultos. No aceptaban sus lágrimas de cocodrilo. ¿Las aceptaremos el resto de los mexicanos? ¿Cómo salir de este laberinto no de la soledad sino de la impunidad? No tengo respuestas, pero podemos empezar por llamar al pan, pan, al vino, vino y al criminal, criminal.

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