La corrupción y la libertad
«Algo estamos haciendo mal para vivir en el esperpento de un Gobierno inmerso en la corrupción, sin la mayoría electoral en su partido, y un líder desacreditado»
Existe un vínculo estrecho entre la extensión y profundidad de la corrupción del poder político, y la libertad de la que disfrutamos. Hoy nos encontramos con el Gobierno más corrupto de la Europa democrática, porque en cualquier otro país Sánchez y su tropa habrían dimitido y no estarían en el Ejecutivo. El descaro del corrupto, su impunidad y la tolerancia de la sociedad hacia la corrupción son muestras de cómo se entiende la libertad en un país. La conclusión es que en España actualmente la libertad es un animal mitológico, un postureo en extinción, un reducto consciente, y, al mismo tiempo, un principio despreciado.
Para adentrarse en esta consideración es muy recomendable la lectura de Raymond Aron y su La definición liberal de la libertad. Crítica de la obra de F. A. Hayek, que acaba de publicar Página Indómita. La confrontación entre los postulados del austriaco y del francés, con la visión economicista y el realismo político de fondo en choque constante, resulta enriquecedora para examinar la pobre situación actual.
Hayek definía la libertad como ausencia de coerción; esto es, lo que quedaba tras definir el espacio de privacidad, protegido por la ley. Esa atadura a la ley no convencía a Raymond Aron, más atento a la ausencia de discriminación legal, a la participación en la vida pública en condiciones de igualdad, a la expresión libre de la conciencia, y al poder del individuo para satisfacer sus deseos o fines. La mera sustitución del gobierno de los hombres -la dictadura- por el de las leyes -la democracia liberal-, tal y como sugería Hayek, no aseguraba la libertad en opinión de Aron y tenía razón. Las leyes no evitaban la coerción ni la discriminación.
Por ejemplo, si Sánchez anuncia una subida de impuestos es más que probable que a muchos nos parezca un acto arbitrario que solo se puede cumplir con la coacción estatal. O si dedica dinero a la televisión pública o a donativos a la Fundación de Bill Gates, ¿dónde está la autorización expresa? Alegar que esto lo decide una mayoría parlamentaria no es negar que existe coacción sobre el resto. Siempre habrá una minoría que se quejará de la discriminación en el trato legal o en la coerción para el cumplimiento de normas que piensa invasoras de su privacidad. Y eso por no entrar en las leyes de género, la amnistía a los golpistas y las políticas que favorecen a ETA.
Aron admitía que era inevitable cierta coacción estatal para el cumplimiento de la ley y, por tanto, para la existencia ordenada de la comunidad. El asunto es hasta dónde llega la mano del Gobierno en su uso del Estado para coaccionar a los individuos. Hayek consideraba que existía un derecho estatal a prohibir lo que la sociedad considere que no debe tener presencia pública, pero sin meterse en el ámbito privado. Imaginemos lo que diría hoy cuando la intimidad personal y familiar es objeto de la política del Gobierno sanchista y, por tanto, del Estado. La intromisión en la sexualidad por parte del sanchismo, incluso en la moral, ha sido más intensa y profunda que con ningún otro Ejecutivo. La libertad se reduce al ámbito de la conciencia.
«En tiempos de peligro la mayoría sacrifica su libertad individual para entregarse a la supuesta eficacia de un Gobierno protector»
Además, el pensador francés apunta dos ámbitos de la libertad perfectamente aplicables a la situación española actual. Por un lado apunta que en tiempos en que la comunidad se ve en peligro la mayoría sacrifica su libertad individual para entregarse a la supuesta eficacia de un Gobierno protector. Hoy, los Ejecutivos europeos, y en especial el español, nos presentan la situación social (migratoria) y ecológica como algo terminal que exige medidas expeditivas e incontrovertibles. Es aquí donde la ciudadanía actual prescinde de su libertad individual para permitir la intervención amplia de los Estados.
La segunda perla de Aron es la consideración del nacionalismo como una «forma apenas civilizada de la conciencia tribal», en un estadio inferior a la preocupación por la libertad individual que marca la «conciencia política». Esto sirve para desmontar el supremacismo de algunas nacionalidades prefabricadas que intentan aturdirnos con su matraca reivindicativa.
Con esta perspectiva, Aron se pregunta si los individuos perciben que participan en las decisiones públicas de la democracia; es decir, si hay libertad política. El francés se lamenta, y nosotros con él, porque considera que normalmente los ciudadanos no sienten que tengan el poder en sus manos, sino que sufren la imposición arbitraria de normas producidas por los dirigentes. Por eso, escribe Aron, es muy importante que tenga autoridad social el método de elección de los gobernantes, y la forma en la que se ejerce el poder. En este caso, la elección parlamentaria de un Ejecutivo a través de pactos ocultos y vergonzantes daría un Gobierno sin autoridad que generaría la sensación de estar bajo un poder arbitrario que impone normas. Aquí el ejemplo de Pedro Sánchez es perfecto. Su forma de elección a pesar de perder los comicios de 2023, y gobernar con una mayoría Frankenstein, explicaría las acusaciones de ilegitimidad, la indignación mostrada en la crítica y la sensación de abuso.
El pensamiento de Aron nos va acercando al abismo cuando afirma que la libertad necesita previamente la existencia de la sociedad, y esta solo existe cuando hay un deseo de vivir juntos, unos valores compartidos y una fórmula común para legitimar al poder. Aplicado esto a nuestra España es para pensar detenidamente qué estamos haciendo mal para vivir en el esperpento de un Gobierno inmerso hasta las trancas en la corrupción, sin la mayoría electoral en su partido, y un líder desacreditado que pone en riesgo los fundamentos de la comunidad.