THE OBJECTIVE
Manuel Pimentel

Elogio a la veterinaria

«Animalismo, biotecnología, carne sintética, epidemias… En la época de internet y de la IA, la ciencia veterinaria resulta aún más imprescindible que nunca»

Opinión
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Elogio a la veterinaria

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Cuidan de la salud de los animales, nos cuidan a nosotros, a nuestra alimentación y salud. Se trata de un oficio vocacional y exigente. Además, en el caso de los de campo, especialmente sufrido. Pero, aunque resultan imprescindibles para nuestro bienestar y supervivencia, no suelen obtener de la sociedad el reconocimiento que merecen. Son los veterinarios que, desde el campo, el laboratorio, la clínica, la industria, la administración o la distribución, velan por nuestra alimentación y sanidad. Porque los veterinarios no sólo cuidan animales, sobre todo nos cuidan como personas. Higia pecoris, salus populi: la higiene del ganado, la salud del pueblo, como bien reza su lema. Porque animales y personas; alimentación y sanidad, suponen el foco de sus desvelos y, también, el núcleo esencial de nuestra supervivencia.

En la época de internet y de la inteligencia artificial, la ciencia veterinaria resulta aún más imprescindible y retadora que nunca lo fuera. En este siglo alborotado de asombro digital, la alimentación y la sanidad, en general, y los animales, en particular, nos siguen ocupando y preocupando. Mucho, además. Protagonizan noticias y centran debates, sueños y aspiraciones. Y así ocurre tanto con la fauna salvaje, en cuanto a naturaleza demandada, como con los animales domésticos, en cuanto compañeros ancestrales y, también, insustituible fuente alimentaria.

Nuestra mirada hacia ellos, en estos tiempos cambia, evoluciona, muta. Nos alimentan, como desde siempre hicieron, y nos acompañan, como mejor antídoto contra la plaga de soledad que nos atenaza. También son parte de nuestro ocio, deporte y aventura. Miles de años después, ahí siguen, junto a nosotros, en nuestras vidas, crecientemente interdependientes los unos de los otros.

Porque, y aunque parezca asombroso, y cada día en mayor medida, seguimos dependiendo de los animales, lo que pone en mayor valor a los profesionales y científicos que los cuidan, atienden y entienden. Y qué decir de su responsabilidad en salud y sanidad alimentaria y farmacéutica, que nos protege de plagas, intoxicaciones y epidemias, algunas seculares y otras postmodernas, que bien que las hemos padecido. Asistimos, pues, a una revitalización del noble oficio de veterinario, tan antiguo y tan vanguardista, al tiempo; tan clásico y tan actual, a la vez.

Los animales nos conformaron como humanidad. Nos acompañaron desde el origen de nuestra especie. Primero, los cazábamos. Pero, también, los respetamos, los admirábamos, los reverenciábamos. Trascendentes, supimos advertir desde la prehistoria su halo espiritual y los elevamos a categoría de tótem, símbolos de dioses y clanes. Por eso los pintamos y veneramos en cuevas y cavernas – ciervas, toros, caballos o cabras -, estableciendo una relación de respeto y reverencia que se prolongaría a lo largo de los milenios.

«Sin animales no hubiéramos progresado; sin aquellas personas que los atendieron y sanaron, tampoco»

El descubrimiento del fuego nos moldeó, pero los animales -primero salvajes, después domésticos-, nos hicieron. Evolucionamos al son de los animales que nos rodeaban y que tanto nos regalaron. Fue el consumo de proteína animal el que impulsó nuestro desarrollo cerebral, fueron sus pieles quienes nos permitieron abandonar las cálidas sabanas para colonizar hasta el último rincón del planeta.

Todavía en el paleolítico, el perro se incorporó a nuestra tribu. Nos protegía, nos ayudaba a cazar, nos acompañaba. Nosotros creamos al lobo-hombre, es decir al perro, pero éste también a nosotros nos moldearía. Su influencia permitió una humanidad diferente, que multiplicó por mil sus posibilidades de supervivencia. Y, al igual que el perro nos cuidaba, nosotros lo alimentábamos, le dábamos calor y protección. Y alguien aprendería a curar sus fracturas. Nació entonces una protoveterinaria providencial. Sin animales no hubiéramos progresado; sin aquellas personas que los atendieron y sanaron, tampoco.

Nos encontramos en estos momentos inmersos en la segunda gran revolución de la humanidad, la digital. La anterior fue la del neolítico, la de la agricultura y la ganadería. Dejamos de ser cazadores-recolectores nómadas para asentarnos en la aldea. Apareció entonces una nueva humanidad. Nacieron las ciudades, las murallas, los reinos, los ejércitos, los templos, los sacerdotes y los impuestos, instituciones neolíticas que aún nos gobiernan.

La revolución industrial o la de la electricidad, por ejemplo, no supusieron una ruptura tan determinante como la del neolítico, en la que la agricultura y la ganadería nos conformaron tal y como hoy somos. Y, curiosamente, los animales que domesticamos hace diez mil años – básicamente vacas, caballos, asnos, cerdos, cabras y ovejas -, siguen siendo los mismos que hoy nos alimentan. Desde entonces no hemos domesticado especie nueva alguna. Somos, pues, viejos conocidos.

«Fueron las caballerías, al menos nominalmente, las que hicieron al caballero y al veterinario»

El ganado nos hizo, vivió con nosotros, aprendimos a convivir y a cuidarnos. Como los animales eran valiosos, necesitarían atención en sus enfermedades, cubriciones y partos. Fueron las caballerías, al menos nominalmente, las que hicieron al caballero y al veterinario, pues etimológicamente procede del latín veterinae, al igual que ocurre con su sinónimo, la palabra hermosa de albeitería. Los animales nos alimentaron, nos transportaron, nos proporcionaron la energía que precisábamos para cultivar, transportar, cargar, conquistar o defendernos. Nada hubiéramos sido, nada seríamos ahora, sin esa ganadería redentora.

Esa fue nuestra historia y esa es la gran sorpresa y enseñanza que atesora, pues, diez mil años después, seguimos precisando de la proteína animal que nos proporcionan esas mismas especies. Y la moderna y avanzada veterinaria las cuida y nos cuida al tiempo, en esa simbiosis animal-persona que nos configura y conforma. Porque, y no lo olvidemos, la actual revolución digital sigue precisando de los animales que nos alimentan y acompañan. Sin ellos, nada podría avanzar.

Ni el colosal artefacto digital, ni la biotecnología más avanzada, ni la inteligencia artificial ni cuántica han logrado disminuir nuestra dependencia de esos animales providenciales. Y, al igual que ocurriera en el neolítico, nos alimentan, nos acompañan, nos reconfortan. Las grandes cabañas del pasado se han multiplicado por mil, nunca fuimos más ganaderos que en la actualidad, por más que sorprenda a más de uno.

La función veterinaria, con el correr de los tiempos, fue ampliando funciones y responsabilidades, como bien sabemos, al punto de situarla en la vanguardia científica. Pero la historia es circular y caprichosa. Y, ahora, regresamos a aquel remoto flechazo de amor, sucedido en la época glaciar de las cavernas, que uniera para siempre al perro y al hombre, decenas de miles de años atrás. La sociedad ha vuelto a enamorarse de sus mascotas, sobre todo perros y gatos, lo que, cómo no, también revitaliza el oficio del veterinario. Y, atención, que ese hondo sentir refleja el espíritu de los tiempos, el que tenga ojos, que vea.

«Su profesión se situará en el centro del debate sobre el devenir de la alimentación, de la convivencia con los animales y de la sanidad»

Existe una novedosa dinámica de personalizar a los animales. Sin entrar en el debate moral subyacente, resulta evidente la pulsión de nuestro inconsciente colectivo por otorgarles derechos crecientes, cuasi humanos, lo que generará vivos debates sociales y alimentarios, en el que los veterinarios deben tener una voz cualificada. Su profesión no solo estará en la vanguardia científica, sanitaria y biotecnológica, sino que, también, se situará en el centro del debate sobre el devenir de la alimentación, de la convivencia con los animales y de la sanidad misma. Así es y así debe ser. El destino los puso en primera línea de importantes y trascendentes debates de cara al futuro. Sentirán en su rostro los vientos de la historia, vibrarán con el tam- tam de lo por venir. Animalismo, biotecnología, carne sintética, necesidades alimentarias, cabaña ganadera, sostenibilidad, sanidad, plagas o epidemias, entre otras muchas cuestiones de máxima actualidad, nada de lo humano les resultará ajeno.

Recientemente, tuve el honor de recibir la medalla de oro del Colegio de Veterinarios de Asturias en la preciosa colegiata de San Juan Bautista de Gijón, en el que pronuncié las palabras sentidas que acaba de leer. Soy ganadero, tengo dos perros, mi trato con veterinarios es frecuente y satisfactorio. Pero más allá de esa relación y simbiosis profesional, la relación es más profunda, más íntima. Estudié como ingeniero agrónomo en la escuela de Córdoba, donde también se asentaba una prestigiosa facultad de Veterinaria. A agrónomos y veterinarios nos unía el amor al campo, a sus costumbres y a sus gentes. Salimos y viajamos juntos, establecimos fuertes lazos de amistad.

Pero más allá de ese cariño, admiro y reconozco su imprescindible tarea. Escribo, pues, estas palabras en honor y alabanza de esa ciencia veterinaria que tanto hace por nosotros… aunque en muchas ocasiones nos pase desapercibida para la gran mayoría. Y, un especial agradecimiento para los responsables del colegio asturiano, Armando Solís, María Muñiz y David Iglesias –amigo desde nuestros estudios en Córdoba-, por sus palabras y reconocimiento.

Y termino el elogio con las mismas palabras que lo hiciera en Gijón, apelando al orgullo de los veterinarios. Porque con su sudor y esfuerzo no sólo llevan el pan, la carne y la salud a sus hijos, sino que, sobre todo, con su esforzado desvelo luchan por llevar el pan, la carne y la salud a los hijos de todos los demás. Nada más trascendente, nada más noble, nada más hermoso.

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