La mentira como defensa política
«Sánchez entregó su alma a cambio del poder durante el tiempo que pueda. En ese pacto ha sacrificado la verdad, sus principios y hasta el propio partido»
La mentira es tan antigua como la propia palabra. Desde que el ser humano es capaz de hablar es capaz de mentir. Es una tentación tan primaria que supone la primera de todas las decisiones mentales cuando una persona se comunica con otra. Decir la verdad o la mentira. Todos los pueblos y religiones a lo largo de la historia humana han considerado siempre la mentira como algo intrínsecamente malo. Algo que no debe hacerse por ser antinatural al manifestar lo que se sabe que no es. «No mentirás», se decía en el octavo mandamiento del antiguo Éxodo de la Biblia. Es más, iba más allá y decía: «No digas mentiras en perjuicio de tu prójimo». No era solo el hecho inmoral de mentir, también era la intención de hacer daño.
Desde el principio de los tiempos el hombre ha mentido. Lo hizo buscando beneficio propio o mal ajeno, o ambos. Pero siempre conllevó la vergüenza del hecho y sobre todo de su descubrimiento. Su penalización no era solo religiosa o moral sino también jurídica. La verdad tenía que ser sagrada. Era la esencia de la justicia. Buscar la verdad sigue siendo el objetivo principal para la justicia a la hora de determinar, reparar y castigar los hechos denunciados. Nada más grave que mentir a un juez, se incurre en un delito de falso testimonio. Es tan importante la verdad que en el sistema judicial español se le concede al acusado poder mentir en su propia defensa. Es el acusador el que tiene que demostrar la verdad.
La mentira ha estado presente en los gobernantes de todo el mundo a través de todos los tiempos. El uso propagandístico de la mentira ha sido un arma determinante para aquellas ideologías totalitarias que buscaban el poder por encima de cualquier principio de legalidad, democracia o respeto a los derechos humanos. Los regímenes autoritarios siempre han buscado con el uso de la mentira la reacción emotiva del ciudadano para lograr apoyos incondicionales por encima de principios de legalidad y veracidad. Sólo en situaciones bélicas las sociedades democráticas consideraban el uso excepcional de la mentira como un arma imprescindible para atacar y defenderse. Incluso en situaciones de paz, las democracias han preferido regular y esconder el uso de la mentira en unos aparatos de seguridad en el lado más oculto del Estado, con rigurosas medidas de control por los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. La verdad sigue siendo un ideal tan utópico como vulnerado. Los estados democráticos han preferido regular la figura de secretos oficiales ante situaciones especiales donde la verdad es compleja o conflictiva.
El respeto a la verdad debe ser el ideal máximo en toda acción política. Lo dice la ética y la moral. En la realidad, también en los estados de derecho democráticos, los gobiernos y políticos usan en mayor o menor medida la mentira, ya sea en la búsqueda del beneficio particular o en el de dañar al contrario. En los estados democráticos, los dos grandes contrapesos que de verdad han funcionado y han sido frenos útiles contra esa tentación de la mentira han sido el interno del Poder Judicial y el externo de una prensa libre. No hay más. Cierto es que los estados crean y desarrollan organismos y mecanismos de autocontrol, pero cierto es también que al final dependen política y orgánicamente del poder, por lo que su grado de eficacia es muchas veces regulado y hasta eliminado por el propio poder político. Pocos de los grandes escándalos y corrupciones de las últimas décadas en los países democráticos han sido desvelados en principio por el propio Estado o por rivales políticos. Casi siempre han sido fruto de informaciones de la prensa libre que han puesto en marcha la maquinaria estatal.
«La mentira se ha convertido ya en la principal defensa del Gobierno Sánchez. No es solo el presidente el que miente sistemática e intencionadamente»
Cuando despectivamente se habla de investigaciones judiciales basadas en «recortes de prensa» se desprecia el valor de esas informaciones que en una sociedad democrática son las que suelen activar los mecanismos de investigación, control y justicia. Intentar desactivar ese mecanismo de denuncia al considerar todas las informaciones que denuncian corrupción o escándalos del Gobierno como bulos o fango, denota un nulo respeto por el valor de una prensa libre en una democracia y por la independencia de los jueces instructores.
La mentira se ha convertido ya en la principal defensa del Gobierno Sánchez. No es solo el presidente el que miente sistemática e intencionadamente. La mayoría de sus ministros, por empatía, servilismo, o simplemente irresponsabilidad moral, se han apuntado a una defensa basada en la mentira. El aluvión de datos escandalosos que empiezan a conocerse y que asedian ya a la esposa y hermano del presidente, a la presidenta del Congreso, a varios ministros y altos cargos del gobierno no son explicados a la opinión pública. Directamente, se defienden con ataques al PP, vengan a cuento o no, y siempre con mentiras.
Incluso para mentir hay que ser hábiles. No se pueden dar diez mentiras distintas sobre un hecho, como fue la visita de la vicepresidenta venezolana Delcy a Barajas con maletas que nadie sabe que llevaban. Un buen mentiroso debe tener memoria exquisita de sus mentiras. Una mentira usada como defensa debe ser siempre la misma en el día, la diga quien la diga. Ni Sánchez, ni Ábalos, ni Bolaños, ni María Jesús Montero, ni Pilar Alegría, ni muchos otros cargos socialistas han sido capaces de coordinarse y decir la misma mentira. Mienten y mienten mal.
El presidente Sánchez ha mentido siempre a los españoles, al menos desde que es presidente. Mucho. Desde que no habría pacto de gobierno con Podemos, a los indultos, a la sedición, a la malversación, a la amnistía, al concierto catalán, a los pactos con Bildu o a la rebaja de prisión a los etarras. Todo por un puñado de votos para mantenerse en el poder. En un pacto fáustico, Sánchez entregó su alma a cambio del poder durante el tiempo que pueda. En ese pacto ha sacrificado la verdad, sus principios y hasta el propio partido. Ha puesto en riesgo el Estado de derecho, la independencia judicial y la igualdad de los españoles ante la ley. Su respeto a la justicia es tan escaso que ha consistido en denuncias contra el juez instructor del caso de su mujer. Su respeto a la prensa libre es calificar de máquina de fango y bulos a todas las informaciones que siguen dando nuevos datos sobre un escándalo que no para de crecer. Hasta la prensa europea más prestigiosa como The Economist o Bloomberg hablan ya sobre ellos. No se atreve el presidente a llamarlos pseudo medios, ni mentiras a sus informaciones.
Las mentiras no solo esconden la verdad, también esconden la cobardía y el temor. Es muy desagradable ver a un mentiroso mentir cuando todos los demás saben ya la verdad. No es una buena defensa política contestar con más mentiras en un Estado de derecho, aunque tengas bajo tus órdenes al fiscal general y a la Abogacía del Estado.