Un nuevo PSOE
«El actual Gobierno socialista no ha tenido autonomía estratégica sino continuos zigs-zags improvisados según las conveniencias propias, no las de los españoles»
Hace pocos días se cumplieron 50 años del Congreso de Suresnes, una pequeña ciudad al sur de París, que permitió al PSOE dar un giro histórico para volver a conectar con los españoles y en muy pocos años alzarse con la victoria electoral de 1982 por la mayoría absoluta más arrasadora de la historia de la democracia.
La Fundación Felipe González ha emitido un vídeo en el que el líder socialista de aquellos años explica el significado de aquel Congreso, la estrategia, primero de oposición y después de gobierno, desarrollada tras el mismo e, inevitablemente, en la parte final se refiere al contraste entre aquellos tiempos y los actuales. El vídeo se titula Suresnes y vale la pena verlo. Para profundizar más en este período, recomiendo, además, el libro de Ignacio Varela Por el cambio 1972-1982 (edit. Deusto): su autor, además, estaba ahí.
En la entrevista, Felipe hace una referencia general a la manera de afrontar la previsible transición a la democracia que se estableció en aquel congreso desarrollando una idea: había que dejar claro a los españoles que el cambio que se pretendía debía ser sin enfrentamientos, romper con la idea de la venganza y la discordia e ir por el derrotero de la conciliación y la concordia.
Así se hizo y piezas básicas de aquellos años fueron las elecciones del 15 de junio de 1977, los pactos de La Moncloa y la amnistía. Después, naturalmente, la Constitución. Quizás ahí falta añadir el instrumento jurídico que permitió todos estos cambios, la Ley para la Reforma Política, pero creo que es más un olvido involuntario que una omisión deliberada.
Después comenta rápidamente los principales logros de su gobierno tras 1982. No vamos a repetirlos sino sólo a comentar brevemente las tres líneas estratégicas que destaca como fundamentales: la autonomía estratégica del partido, la vocación de que el gobierno desarrolle un proyecto mayoritario y la necesidad del debate interno. Estas tres líneas estratégicas son las que han cambiado en el nuevo PSOE actual.
«Un partido de gobierno, como se propuso ser el PSOE en Suresnes, tiene que tener como columna vertebral unos principios básicos»
La autonomía estratégica significa que un partido de gobierno, como se propuso ser el PSOE en Suresnes, tiene que tener como columna vertebral unos principios básicos y unas sólidas opciones estratégicas y tácticas que no lo hagan depender de otros partidos. Al ciudadano que confía en este partido, y deposita el voto debido a esta confianza, no se le puede defraudar.
Por supuesto que en cuestiones de menor calado, externas a estos principios y opciones, debido a la necesidad de pactos parlamentarios con otras fuerzas políticas, incluso en el caso de que se tengan mayorías pero se quiera una mayor eficacia en la acción política, puede renunciarse o matizar a determinados puntos del programa político con el que se ha presentado a las elecciones.
Así sucede en las democracias parlamentarias: son inevitables los pactos, acuerdos y desacuerdos, las razones y los argumentos. Para eso están los debates parlamentarios, es decir, la explicación a los ciudadanos de las políticas que se emprenden. Pero presentarse con un programa y, en lo substancial, desarrollar uno muy distinto, es engañar a los votantes y sembrar su desconfianza.
En los últimos seis años de Gobierno socialista esta ha sido la norma y no la excepción. Ni por asomo autonomía estratégica sino continuos zigs-zags inesperados e improvisados según las conveniencias propias, no las de los españoles. El último, el Consejo de Ministros del pasado martes al aprobar por decreto-ley (¡que requiere, según el art. 86 de la Constitución, una «extraordinaria y urgente necesidad»!) aspectos esenciales del gobierno de la RTVE. Un real-decreto hecho a medida para satisfacer a los partidos que sostienen al Gobierno. Es decir, heteronomía estratégica en estado puro.
«Cuando perdió frente al PP en 1996, Felipe González renunció al poder porque agarrarse a él suponía perder su autonomía estratégica»
El segundo aspecto que destacaba Felipe González del PSOE anterior es la vocación de constituir gobiernos con proyectos mayoritarios, es decir, proyectos con los cuales puedan identificarse una amplia mayoría de españoles.
Con esta idea directriz logró 202 diputados en 1982, después nunca gobernó con menos de 176, y cuando perdió frente al PP en 1996 por muy poco, un punto y 300.000 votos menos, renunció a seguir en el poder porque agarrarse a él suponía salir de los márgenes de su autonomía estratégica. Porque era un profundo demócrata – tanto él como entonces su partido – dejó paso a la alternativa que ofrecía la oposición y el PSOE no volvió a formar Gobierno hasta ocho años después. Todo normal en una democracia parlamentaria.
El actual presidente del Gobierno, en cambio, por mayoritario entiende el «somos más» que le salió del corazón al echar números la noche electoral del 23 de julio de 2023. «Somos más», naturalmente, contando con los votos de partidos populistas, nacionalistas e independentistas, que prefieren al PSOE actual, un partido sin principios ni proyecto definidos, ya que pueden alcanzar todo aquello que pretenden y no lo pueden lograr con los escasísimos votos, es decir, casi nulo apoyo electoral, que han obtenido en las elecciones. «Somos más» porque mandan los otros: otra vez heteronomía estratégica en estado puro.
El tercer aspecto que subrayaba González es el tipo de partido, la necesidad del debate interno para tomar decisiones. Ningún partido es ejemplar en este aspecto. Pero yo recuerdo que en el PSOE de los tiempos de Felipe había distintos grupos: felipistas, guerristas, renovadores, Izquierda Socialista, socialistas catalanes… Había deferencias y había debate.
«Hoy casi no hay discrepantes: todos han sido expulsados o relegados previamente. Un partido de adictos inquebrantables»
Felipe recuerda en el vídeo citado que los comités federales duraban, como mínimo, un día y medio; ahora, a lo máximo, una hora y media. Y que en ellos solo se daba la palabra a los discrepantes. Hoy casi no hay discrepantes: todos han sido expulsados o relegados previamente. Un partido de adictos inquebrantables, porque aquel que no agacha suficientemente la cabeza, que no aplaude al líder con suficiente fervor, es arrojado a las tinieblas exteriores.
Las siglas PSOE tienen casi un siglo y medio de vida. Pero ha habido muchos psoes en todo este largo período. Desde hace unos años, los años de Pedro Sánchez, estamos en un PSOE nuevo, las mismas siglas, pero otro partido, aguanta en el Gobierno pero a veces, hacia el final, más dura es la caída.
Aunque esto lo deben decidir los ciudadanos, mediante elecciones, presionando desde la calle o desde la opinión pública. Mientras haya jueces que instruyan y sentencien, policías que investiguen y un jefe del Estado neutral con autoridad aunque carezca de poder, podemos lamentar muchas cosas pero estar relativamente tranquilos. Los síntomas indican, sin embargo, que la intranquilidad crece y se acerca.