El pensamiento en lucha
«Si la derecha se quiere armar de verdad, en lugar de convertir la batalla cultural en un intercambio de zascas con la izquierda, debe comenzar a generar ideas»
Oímos muchas quejas sobre la deriva iliberal de nuestra democracia, la toxicidad del sanchismo, la hegemonía cultural de la izquierda, la rendición de tal o cual partido, o la inanidad de la sociedad civil que ama la libertad, pero no hay ideas que lideren la acción, ni acción que tenga detrás una idea capaz de cambiar las cosas. En suma, mucha queja sin sustancia. Si la derecha se quiere armar de verdad, en lugar de convertir la batalla cultural en un intercambio de zascas con la izquierda, debería comenzar a pensar de forma crítica, alternativa, generando ideas que cambien el mundo. Para eso hay que arriesgarse, pero unos están muy cómodos viviendo de chascarrillos contra los progresistas, y otros prefieren no llamar la atención para sobrevivir.
En suma, la batalla del relato se queda pequeña frente al armagedón de las ideas. Así, mientras unos debaten sobre lo conocido, al estilo bizantino, otros, nos dice Santiago Navajas en El pensamiento en lucha. Siete ideas decisivas para nuestro presente y los intelectuales que las encarnaron (La Esfera de los Libros, 2024), son capaces de pensar más allá del marco de su época. Son personas, cuenta el autor, que han tenido el «coraje intelectual» de ser diferentes y alzar la voz, incluso arrastrando conscientemente el castigo social.
Pienso, como Navajas, que el gran combate de la historia es la imposición sutil de ideas en la sociedad, porque sobre esa conquista se asienta el verdadero poder. Navajas llega a esta conclusión reconociendo la clarividencia de Max Weber, Gramsci y Bourdieu, que señalaban, resumiendo mucho, que la cultura determina la acción. La izquierda ha ganado esa batalla y lo sabemos. Esto explica el sinistrismo -el giro constante hacia la izquierda que describió Albert Thibaudet- y el carácter punk, provocador y rompedor que tiene cualquier manifestación del conservadurismo que saque los colores al progresismo dominante.
El resultado de que vayan ganando los enemigos de la libertad, la verdad y la justicia, nos cuenta Navajas, es que nuestro futuro es iliberal. Para enfrentarse a esto desde la perspectiva liberal hay que pensar de forma alternativa, crear ideas que transformen lo que no nos gusta. Con este propósito Santiago Navajas, de forma muy original y sencilla, señala la fuerza de siete ideas que marcan la acción de nuestro presente.
La primera idea es la defensa de la libertad individual frente al dogmatismo idealista que ha llevado al autoritarismo. Navajas lo ejemplifica con el contraste entre Sócrates, que sostuvo lo primero con el coste de su vida, y Platón, el académico refractario a la libertad, como señaló Popper. Mientras el primero, dice Navajas, es el símbolo del pluralismo en tolerancia, el segundo puso los cimientos de las ideologías excluyentes.
«Tocqueville pensaba en que el Poder hiciera el menor daño al individuo; Marx soñaba con un dictador que impusiera la utopía»
La estela de Sócrates se extiende hasta los jesuitas y la Escuela de Salamanca. Fueron, dice Navajas, unos «protoilustrados» que resultaron ser unos «tábanos socráticos». No cayeron bien, como explica el autor, porque desde la ética dieron fundamento ontológico al individualismo liberal buscando la conciliación de la persona con el Estado. En ese viaje no olvidaron el tiranicidio. Esto no ha dejado de ser actualidad desde el siglo XVI. No hay más que abrir el periódico.
Sin embargo, en esa batalla de las ideas se impusieron los maquiavelianos -no confundir con los maquiavélicos-, para crear el monstruo frío, el Estado, el Leviatán en obediencia al Príncipe, con su propia razón e intereses al que debían someterse las personas. Fue el momento, como escribió James Burham en Los maquiavelistas (1945), en el que la política se entiende más que nunca como la lucha por el poder, no como la salvaguardia de la libertad, los derechos o el bienestar general.
Entonces, ¿dónde queda la democracia? ¿Nos han engañado otra vez? Aquí Navajas lo tiene claro. Entre Tocqueville y Marx se queda con el francés. El alemán prefería examinar la vida pública a través de los ojos del «paraíso» comunista. El otro era realista y «se resigna(ba) a lo que hay, tratando, eso sí, -escribe Navajas- de pulirlo, adecentarlo y mejorarlo». Mientras Tocqueville pensaba en la manera de que el Poder hiciera el menor daño al individuo, Marx, escribe Navajas, soñaba con «un nuevo Robespierre», con un dictador que impusiera la utopía y destruyera lo conocido, empezando por la cultura.
Ese mismo era el propósito de Simone de Beauvoir, a la que Navajas confronta con Clara Campoamor. El autor prefiere a la española, claro. La primera desvarió separando el sexo de la biología, diciendo que el hecho biológico era un «constructo cultural» para el sometimiento de la mujer. La madrileña, en cambio, de la ola feminista anterior, antes que fémina se sentía ciudadana; es decir, persona propietaria de derechos como los hombres. Era aquello que decía Emmeline Pankhurst: «Mi enemigo no son los hombres, sino el Gobierno». Beauvoir dio la vuelta a este principio, triunfó con su idea y provocó la acción de ese feminismo que hoy no tiene una única definición de mujer. Lo hizo con el objetivo de que su idea impulsara una acción: la destrucción de los pilares de la cultura occidental tradicional.
«No importa que las ideas de Foucault fueran inconcretas e inconexas. Lo relevante es que movilizaron a la izquierda destructora»
Esto es más Platón y menos Sócrates; esto es, menos libertad. De hecho, Lenin, escribe Navajas, es el Robespierre con el que soñó Marx. «¿Libertad para qué?», dijo el bolchevique. Es decir, ¿para qué si la solución es la dictadura del proletariado ejercida por el partido a través de un Estado totalitario? Frente a esto, Navajas habla de Hayek y su alerta sobre el crecimiento de la injerencia estatal que lleva a la servidumbre. Las ideas leninistas triunfaron, y lo siguen haciendo. Las advertencias del austriaco solo sirven como cita erudita.
El crecimiento del poder sirve a Navajas para despedazar a Foucault a continuación. Si repudias al padre del posmodernismo por originar las teorías críticas que están destruyendo la cultura te encantará el capítulo sexto. Lo triste es que no importa que las ideas del francés fueran inconcretas e inconexas. Lo relevante es que movilizaron a la izquierda destructora. Frente a Foucault, con Chomsky al fondo, Navajas defiende los planteamientos de John Rawls por lo mismo que a Tocqueville: mientras uno es nihilista, el otro es «civilizatorio».
Otro tanto ocurre con la ciencia. Uno de los culpables, dice Navajas, es Thomas Kuhn con un bestseller titulado La estructura de las revoluciones científicas (1962), que con su concepto de «paradigma» quiso destruir la historia de la ciencia con el relativismo que negaba la existencia de la verdad. Dicho libro según Morris, su casi discípulo, era una «mierda repelente y despreciable». Según Navajas es una «sofistería posmoderna» tóxica para la verdad, la justicia y la democracia.
La libertad como fundamento de nuestra civilización, en suma, ha tenido muchos enemigos, pero también defensores. El propio Navajas dice que su libro, parafraseando a Popper, bien podría haberse titulado «La sociedad abierta y sus amigos (enfrentados a sus enemigos)», que, no nos olvidemos, están ganando. En conclusión: menos lamentos por la hegemonía izquierdista y más ideas.