¡Que se entere toda España!
«Nada tiene de incoherente la deriva desde el éxito de la telebasura a los autos de fe contra ciudadanos de todas clases a los que asistimos de un tiempo a este parte»
Con motivo de la publicación de uno de sus libros le pedí una entrevista a Cioran, me recibió en sus buhardillas del barrio latino, y lo primero que me dijo al entrar fue que no le gustaban las entrevistas –hay, sin embargo, un libro con las mejores que le hicieron-, pero hacía conmigo una excepción sólo por el hecho de que yo era español: «Tenga en cuenta que si fuera usted francés no le recibiría, pero como es español… Me gusta mucho España, cuando éramos más jóvenes mi mujer y yo la visitábamos, en bicicleta, y guardo tan buenos recuerdos de aquella gente». Todo esto ya lo había comentado en alguno de sus libros. Y Cuaderno de Talamanca recoge las notas de una crisis de ánimo especialmente aguda que sufrió en Talamanca, Ibiza, en 1966.
Le pregunté qué era lo que le gustaba de los españoles, y me dijo que su pudor, su sentido del honor, del orgullo personal, una especie de dignidad intrínseca. (Algo así, no recuerdo las palabras exactas)
Me costó contener la risa. Era una visión de nuestro pueblo –o de nuestros pueblos, si se prefiere— propia de Astérix en Hispania. ¡Si Cioran supiera, pensé, cuánto han cambiado las cosas, le entraría la depresión! La noche antes, en Barcelona, había yo visto por la tele un programa donde Jesús Puente entrevistaba a parejas de concursantes, maridos y mujeres de cierta edad, que tenían que responder a una serie de preguntas demostrando, por la coincidencia de las respuestas, que la convivencia les había hecho estar perfectamente compenetrados, que conocían recíprocamente bien sus sueños, sus anhelos, sus placeres y defectos. Creo recordar que el programa se llamaba Su media naranja.
Jesús Puente le preguntó a la mujer:
–¿Qué es lo que a usted más de molesta de su marido?
Tras honda reflexión, buscando algo no demasiado comprometedor, a ella se le ocurrió responder:
-Que siempre se deja abierta la tapa del váter después de mear.
Interesante. Jesús Puente pasó al otro habitáculo, y le preguntó al marido:
–¿Qué cree usted que a su mujer más le molesta de usted?
El hombre respondió:
-Que siempre intento darle por culo, y no se deja.
A Jesús Puente la dentadura postiza casi se le cayó.
Repreguntó:
-Pero hombre de Dios, qué dice usted, la hace pasar un bochorno, piense que nos está viendo todo el mundo. ¿Qué van a pensar…?
Alborozado, casi triunfal, el gañán exclamó:
–¡Que se entere toda España!
Bueno, pues de eso se trata, en esas estamos. Aquel era el pueblo de señores dignos, austeros, reservados, con un alto sentido del honor que Cioran admiraba. Luego empezaron los programas televisivos de Jorge Javier Vázquez y Belén Esteban que consistían en revelar y glosar los secretitos, infidelidades, adulterios, vicios, peleas de familia, de gente más o menos famosa. El éxito fue fenomenal, y sostenido triunfalmente durante muchos años. ¡Por fin se sabía la oculta verdad de los famosos, de los privilegiados!
Ahora estamos en el momento en que si el presidente del Gobierno escribe un libro y lo presenta en el Círculo de Bellas Artes no llama a hacer de maestro de ceremonias al presidente de la Real Academia, a un historiador o politólogo de fuste, a un intelectual o a un político respetado, sino precisamente… a Jorge Javier Vázquez. Es un gesto normalizador, o consagrador del nuevo status quo de la esfera pública, signo que ha pasado desapercibido, aunque equivale a una amnistía moral e incluso una condecoración al más triunfal difusor de telebasura que han visto los tiempos. Claro que ya hace años que el gremio audiovisual lo había canonizado con el premio Ondas. Y qué caramba, a algunos les parecerá vulgar, pero ¡trae audiencia!
Nada tienen de incoherente con esta deriva los autos de fe contra ciudadanos de todas clases a los que asistimos de un tiempo a esta parte. ¡Ventanas abiertas! ¡Que circule el aire! ¡Que se entere toda España!