Feministas a tortas
«A la hora de la verdad las dirigentes políticas han encubierto un presunto caso de maltrato o abuso sexual para no perjudicar al partido, léase cargos y sueldos»
Yolanda Díaz nombró a Errejón portavoz de Sumar el 25 de enero de 2024. La semana anterior había llegado a su poder un expediente sobre los presuntos abusos sexuales que cometía Errejón. Los testimonios eran de «compañeras» de la coalición que lidera Díaz. No se trataba de declaraciones anónimas en las redes sociales. Tenía nombres, lugares y fechas. La información llegó a Yolanda por medio de Podemos y Ada Colau.
Además, el comportamiento de Errejón era conocido por la dirección de Más Madrid, también en manos de mujeres, como las otras dos formaciones. Todas ellas se etiquetan como «feministas» combativas, pero a la hora de la verdad encubrieron el presunto caso de abuso y maltrato por no perjudicar a su organización. Demostraron que piensan que el partido –léase cargos y sueldos- está por encima de las personas y de los principios.
A esto han seguido otros dos fenómenos que han perjudicado la veracidad de los postulados feministas. Uno ha sido el linchamiento obsceno de Errejón en las redes sociales, y las pobres excusas y acusaciones mutuas de las dirigentes que encubrieron el caso. No ha habido una sentencia, con su procedimiento judicial correspondiente, sobre la veracidad de las acusaciones, pero Errejón ya está condenado de por vida. La cacería ha sido miserable, tanto como el encubrimiento. Lo que ha quedado es la imagen del feminismo como una jauría woke, sostenido por unas dirigentes que han ocultado al presunto delincuente porque era del partido.
El otro fenómeno ha sido descubrir que el momento elegido por Cristina Fallarás para mostrar la denuncia a Errejón forma parte de la promoción de su libro. Esta obra recoge testimonios anónimos de abusos sexuales de hombres sobre mujeres. Sin embargo, ese anonimato solo sirve para desautorizar al feminismo que lucha por la veracidad testifical y, por tanto, judicial de los abusos. La justicia no está en publicarlo en las redes, sino en ir a comisaría y denunciar. Dar la cara desmonta muchos bulos en ambas direcciones. Como dijo a Fallarás otra feminista, Raque Ogando, su obra desacredita «la causa».
El espectáculo ha sido lamentable, o risible, según se vea. Están a tortas. De hecho, Najat el Hachmi, otra feminista (racializada, inmigrante, obrera y de izquierdas, que son cuatro medallas dentro del “movimiento”), ha aprovechado el caso Errejón para denunciar a las «posmoalternativas» que desmontaron el feminismo con el borrado biológico por la autodeterminación sexual, que los niños decidan tener sexo, y demás zarandajas podemitas.
«No es que no sepan decir qué es una mujer, es que no son capaces de coincidir en una definición de qué es el feminismo»
No es que no sepan decir qué es una mujer, es que no son capaces de coincidir en una definición de qué es el feminismo. Esto se debe a que las feministas se odian mutuamente desde hace mucho tiempo. Las poscoloniales racializadas dicen que las feministas «blancas» son también culpables de su opresión porque las invisibilizan. Las biológicas repudian a las trans porque aseguran que han borrado a las mujeres, y las trans llaman cis o «progenitoras gestantes o menstruantes» a las otras.
Las tradicionales censuran a las feministas «prosex», que defienden la libertad de la prostitución, el porno y los vientres de alquiler, por favorecer, en su opinión, la explotación de las mujeres. El feminismo radical a lo Kate Millett, el de «lo personal es político», odia a las liberales que no quieren a Papi-Estado sustituyendo al patriarcado. Las LGTBI no soportan a las del feminismo cultural que atribuyen características en función del sexo, como el cuidado y la sensibilidad, y fomentan cursos de «deconstrución de la masculinidad». Un momento. Falta uno: el ecofeminismo, que vincula lo femenino con la madre naturaleza y lo masculino con la contaminación. No lo voy a comentar.
Todo lo anterior es onanismo mental del feminismo teórico, porque a la hora de la verdad las dirigentes políticas han encubierto un presunto caso de maltrato o abuso sexual para no perjudicar al partido. Qué pena. Cuando el feminismo podría ser un lugar razonado y mentalmente estable para llevar justicia donde no la hay, y hacerlo sin revanchismos ahistóricos, sin negocios espurios ni mierdas revolucionarias, parece que quieren convertirlo en un paraje inhóspito y antipático que destila bilis.