Lo que no cambiará en USA
«Aranceles altos frente al exterior y defensa por el Gobierno de la industria nacional. Es lo que hicieron Trump y Biden. Y es lo que hará quien sea vencedor»
Como es sabido, dos de las tres naciones soberanas que actualmente ocupan la superficie de Norteamérica, México y Estados Unidos, comparten una frontera terrestre que se extiende a lo largo de 3.200 kilómetros. Y como también es sabido, en torno a un tercio de esa línea para nada imaginaria, la que escinde a los norteamericanos de habla española de los que se expresan en inglés, luce surcada por un muro metálico, el izado en su día con el fin de evitar la inmigración ilegal con destino al lado anglófono.
Pero lo que no resulta tan sabido, en cambio, es que el arquitecto político de esa interminable valla alambrada ni fue Donald Trump -supremo racista y xenófobo oficial de los Estados Unidos según la narrativa dominante-, ni tampoco resultó ser iniciativa de algún otro mandatario surgido de la marca política que él representa, el Partido Republicano. Bien al contrario, el muro más famoso del mundo, con permiso de la Gran Muralla China, posee un padre biológico e ideológico que responde por Bill Clinton, el muy progresista, tolerante y multicultural presidente que ordenó su construcción.
De hecho, 600 de sus algo más de 1.100 kilómetros fueron instalados durante el mandato de Clinton; una extensión que supone el doble de la longitud del tramo construido en tiempos de Trump, que apenas alcanzaría 300 kilómetros escasos; si bien la percepción popular al respecto, e igual dentro como fuera de Estados Unidos, resulta ser justo la contraria. Porque ese muro tan definitivamente transversal y bipartidista constituye acaso la metáfora más reveladora a propósito de que, frente a lo que pretenden las apariencias, todavía es mucho más lo que une al establishment político estadounidense que lo separa.
Y es que demócratas y republicanos, al margen de ciertas cuestiones secundarias, las magnificadas hasta el paroxismo en las campañas electorales para subrayar diferencias programáticas que afectan a segmentos marginales o muy minoritarios de la población, siguen participando de un gran consenso básico que se expresa, sobre todo, en la política económica que emana de la Casa Blanca con independencia del partido que la ocupe.
«El comercio internacional abierto, libre y sin barreras, constituye un lujo añejo que unos EE UU declinantes no se pueden permitir»
A fin de cuentas, si algo acreditó la letra pequeña de la línea seguida por la Administración Biden en ese terreno fue la fiel continuidad, sin desviaciones significativas, de la filosofía del equipo de Trump durante estos cuatro años últimos de primacía demócrata. Ese tópico tan manido y manoseado, el lugar común según el cual Trump encarnaría una reacción aislacionista, proteccionista y nacionalista, frente a otra cosmovisión librecambista, globalista y cosmopolita -la supuestamente propia de los demócratas-, en la práctica, se ha demostrado falso; simplemente, tal prejuicio no se compadece con la verdad. Estados Unidos, el imperio comercial emergente que desplazó sin miramientos a la anterior potencia hegemónica, su antigua metrópoli colonial, Inglaterra, algo que consumó tras la Primera Guerra Mundial, afronta ahora el inicio de su propio ocaso tras la irrupción de un retador, China, que llega reclamando su bastón de mando.
El comercio internacional abierto, libre y sin barreras, constituye un lujo añejo que unos Estados Unidos declinantes no se pueden permitir. Ya no. Y de ahí que, más allá de la retórica propagandística para la galería, demócratas y republicanos apliquen recetas neomercantilistas y antiliberales que, en esencia, resultan idénticas. Así, las barreras arancelarias impuestas en su momento por Trump a las importaciones procedentes de China (pero también a las de la Unión Europea) no sólo no fueron derogadas por la Administración Biden, sino que todavía serían ampliadas y reforzadas por los demócratas.
Lo que vienen haciendo por norma los dos partidos cuando gobiernan, y no existe razón alguna que invite a suponer que vayan a dejar de conducirse de ese modo en el futuro inmediato, es recuperar la más vieja y arraigada tradición económica de los Estados Unidos desde su nacimiento mismo como nación; una tradición, la suya más propia, que nunca fue partidaria del libre cambio y la no intervención estatal, sino de todo lo contrario: aranceles altos frente al exterior y presencia activa del Gobierno en la regulación y fomento de la industria en el ámbito interno. Es lo que hizo Trump. Es lo que ha hecho Biden. Y es lo que también hará quien resulte proclamado el 20 de enero. Seguro.