'This is America'
«Muchos votantes prefieren al criminal autoritario y corrupto que aconsejaba beber lejía en la pandemia antes que la superioridad moral de los demócratas»
En el discurso que cerró su campaña, la candidata demócrata Kamala Harris dijo que Donald Trump no representaba a Estados Unidos. «No somos eso». Al final ha resultado que sí. Quizá Estados Unidos sí que es eso. O, al menos, una mayoría de sus ciudadanos. Es decir, Trump no es una anomalía, un bache en la historia, una excepción. A los estadounidenses les gusta Trump. Les gusta tanto que el candidato republicano no solo ha ganado en el Colegio Electoral sino que también ha obtenido el «voto popular”. Para entendernos: no siempre el candidato más votado es quien llega a la presidencia, pero Trump ha ganado las elecciones y además ha obtenido muchos más votos que su oponente. Las encuestas arrojaban un empate casi técnico, pero al final el resultado no ha sido nada ajustado.
Trump ha aumentado sus resultados en un 90% de los condados. Ha mejorado entre los asiáticos, los negros, los hispanos y los blancos. Harris, en cambio, solo ha conseguido aumentar entre los votantes de más de 65 años y las mujeres con educación universitaria.
Hay ejemplos muy ilustrativos. En el Estado natal de Trump, Nueva York, un clásico feudo demócrata, redujo la brecha con los demócratas de 23 a 11 puntos. En Florida, su Estado adoptivo y con una importantísima comunidad latina (y que era un swing state o Estado clave), Trump obtuvo un 56% de los votos, frente al 43% de Harris. Por ir un poco más al detalle, en el condado de Starr County, en Texas, junto al Río Grande, donde casi un 100% de los votantes son hispanos o latinos, Hillary Clinton ganó en 2016 con un 79%; cuatro años después, Biden obtuvo un 52%. En estas elecciones, Trump ha obtenido un 58%. Es la primera vez en 130 años que un republicano gana ahí.
Es algo sorprendente sobre todo porque Trump fue un presidente muy poco popular. El día de su investidura el 20 de enero de 2017, su aprobación en las encuestas era de un 42%, el porcentaje más bajo en la historia estadounidense para un presidente que acababa de ganar las elecciones. Durante su mandato, se mantuvo en torno al 36-40% de aprobación, y solo a principios de 2020 se acercó al 49%, pero nunca superó el 50%, algo que no había pasado nunca desde que la encuestadora Gallup comenzó a realizar encuestas en 1938.
Es un cambio radical. Pero quizá lo más importante es que encaja con la tendencia que se veía desde hace una década. Los demócratas se han convertido definitivamente en el partido de los altos ingresos y la educación superior; hace diez años era justo lo contrario. Trump ha mejorado muchísimo en los votantes que ganan menos de 50.000 dólares al año.
«Quizá muchos solo votaron a Trump porque les preocupaba la inflación o simplemente porque no querían votar al gobierno actual»
Como ha escrito Matt Karp en la revista Jacobin, «Harris ganó a los votantes con títulos universitarios por 15 puntos. Los votantes que ganan más de 100.000 dólares al año se decantaron por los demócratas en cifras récord, pero se vieron empequeñecidos por un amplio giro de la clase trabajadora hacia Trump: votantes rurales, votantes con bajos ingresos, votantes latinos, votantes negros varones».
Es posible que los votantes de Trump no lo votaran con el excepcionalismo con el que muchos han analizado estas elecciones, que ambos bandos consideraban las últimas de la democracia: los trumpistas pensaban que los demócratas fomentarían una invasión de inmigrantes ilegales que alteraría el país demográficamente en su favor; los demócratas pensaban, y piensan, que Trump va a utilizar el Estado para autoproclamarse dictador. Es decir, quizá muchos votantes solo votaron a Trump porque les preocupaba la inflación o simplemente porque no querían votar al gobierno actual (hay una ola en la política occidental de anti-incumbency, es decir, de voto contra quien está gobernando, sea quien sea). Es posible que el problema fuera concretamente de Kamala Harris, que estaba atada a su jefe Joe Biden. Como ha dicho el periodista del New York Times Ezra Klein, «Un incumbent (quien ostenta el poder) puede presentarse basándose en su historial, si éste es popular. Un challenger (el aspirante) puede prometer cambios. Harris no podía hacer ninguna de las dos cosas».
Pero está claro que detrás de la victoria de Trump hay un cambio tectónico. Es una victoria sorprendente para los republicanos, especialmente en una época de mayorías ajustadas. Pero es sobre todo una derrota devastadora para los demócratas; no porque hayan perdido por mucha diferencia, sino porque Trump les ha arrebatado precisamente su espacio demográfico. Es difícil calibrar un sentimiento general, pero mi impresión es que los votantes de Trump lo han votado más por rechazo a los demócratas que por aprecio al líder republicano. Muchos votantes prefieren al criminal autoritario y corrupto antes que la arrogancia y la superioridad moral de los demócratas. Ese rechazo se conocía desde hace muchos años.
«Hillary Clinton viaja en el tiempo y se advierte a sí misma de que debe hacer todo exactamente igual», decía un titular de la revista satírica estadounidense The Onion en diciembre de 2017, justo un año después de la investidura de Trump. La victoria de Trump es un shock, pero no una sorpresa.