De responsabilidades y rinocerontes grises
«Los políticos no tienen demasiados incentivos electorales para apostar por medidas concretas que moderen los efectos más adversos de estos desastres»
La gestión de la DANA en el Levante español ha dejado bastante que desear en todos los niveles posibles. Ninguna de las instituciones que tuvieron alguna responsabilidad en este proceso se puede salvar de la crítica y del reproche. Tanto es así que podemos pensar que la mayoría de los mecanismos institucionales fallaron simultáneamente en puntos muy diversos. Antes, durante y después. Poco a poco se va revelando lo que sucedió en aquellas jornadas. El panorama que se dibuja con estos descubrimientos es tan desolador que, aunque no lo compartamos, es imposible reprochar nada a quien considera que España está cerca de convertirse en un auténtico Estado fallido.
Los especialistas en la gestión de riesgos hablan del modelo de queso suizo para explicar accidentes o errores graves que suceden en aviación, sanidad o en procesos industriales. La teoría establece que estos errores surgen cuando se producen múltiples fallos en los sistemas de defensa establecidos, que se asemejan a los agujeros de las lonchas de un típico queso suizo. En esta metáfora, cada loncha representa una capa de protección. Pero éstas siempre tienen algún agujero que permite fallos potenciales. Hay momentos en los que un error atraviesa todas las capas por estos agujeros. Y el desastre acontece entonces con fuerza y sin misericordia alguna. En el fondo, el pasado nos demuestra que los desastres no son tan naturales como se pretenden. Estas catástrofes impactan en la historia humana porque son el resultado de nuestras decisiones y acciones. Por esa misma razón, tenemos un papel fundamental a la hora de responder a los fenómenos naturales que nos amenazan.
«Lo fundamental no es encontrar culpables, sino conseguir que políticos y funcionarios se hagan responsables de sus decisiones»
Frente al cisne negro, esos acontecimientos imposibles que terminan por suceder, el rinoceronte gris se entiende como todo aquello que es obvio, visible y que nos afecta con intensidad. Las devastadoras inundaciones de hace dos semanas son nuestro particular rinoceronte gris. Las gotas frías son fenómenos meteorológicos que nos acompañan desde antiguo y que golpean nuestras sociedades cada cierto tiempo. Pese a su aparente cotidianidad, los políticos no tienen demasiados incentivos electorales para apostar por medidas concretas que moderen los efectos más adversos de estos inciertos desastres. Tampoco los tienen los electores, que deciden sus votos por otras preocupaciones. Tomemos el ejemplo de Gabi Martínez, quien escribió un extraño libro de viajes en una colección sobre islas, que se convirtió en una advertencia sobre sus posibles peligros. Se titulaba El diablo de Timanfaya y se publicó dos décadas antes de la erupción volcánica de Cumbre Vieja en la isla de La Palma. La obra fue rechazada por parte de las autoridades públicas e instituciones privadas locales. El silencio era la única respuesta posible porque lo que narraba el autor era sabido por todos: aquellos volcanes estaban vivos y podían despertar en cualquier momento.
La polarización política y la deriva mediática partisana en la que llevamos enredados durante los últimos años han desbaratado cualquier intento de encontrar un ápice de responsabilidad entre nuestros políticos. El espectáculo de estos días es significativo. Hay quien se desgañita buscando responsables directos y que, durante la pandemia, miraba hacia otro lado. Parece que lo importante no es el impacto que tienen estas tragedias sino el color de las posibles autoridades. Lo avisamos en el tsunami del coronavirus y habrá que seguir repitiéndolo durante las próximas semanas. Lo fundamental no es encontrar culpables, sino conseguir que políticos electos y funcionarios se hagan responsables de sus decisiones. La pandemia pasó y nadie asumió la responsabilidad de los errores y las mentiras interesadas de aquella gestión. La responsabilidad recayó en esa masa indefinida de los «expertos», que sabemos que ni siquiera existieron. Con semejantes antecedentes, será complicado que ahora los comportamientos sean diferentes. Más cuando este proceso puede seguir alimentando las trincheras entre gobierno y oposición. Triste destino el nuestro.