THE OBJECTIVE
Jacobo Bergareche

Trump y el fin de la corrección política

«Sus acólitos le han votado para poder exhibir su visión del mundo sin avergonzarse de ella ante los cultos, los educados y los sensibles»

Opinión
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Trump y el fin de la corrección política

Ilustración de Alejandra Svriz.

Cada vez que escucho Have a nice day me dan ganas de contestar fuck you. Es una expresión a la que no fui capaz de acostumbrarme en los años que residí en Texas, que fueron los del advenimiento del primer Trump. Ese Have a nice day actuaba sobre mí como la gota malaya: cada vez que el cajero de turno o el oficinista que me encontraba en el ascensor me lo repetía, la expresión rebotaba en el mismo punto de mi mente, erosionando lenta pero metódicamente todas las capas de civismo con las que está revestido el escudo psicológico de la paciencia.

Afortunadamente regresé a la cálida antipatía de los españoles, porque sospecho que hay un número crítico de haveanicedays a partir del cual uno saca una pistola y se lía a tiros en un McDonalds. Estar rodeado de perfectos desconocidos que no dejan de expresar diariamente su deseo de que todo en tu vida sea nice es algo verdaderamente terrorífico. ¿Qué les hice yo a ellos para que me deseen algo así? Yo que siempre trabajo para que la vida de los demás tenga un poco de desgarro, un poco de absurdo, un poco de exceso, un poco de belleza, un poco de anhelo.

El haveaniceday pertenece a una forma de hablar que pretende incrustar en el lenguaje que usamos en público todo tipo de dispositivos de seguridad para evitar los bordes cortantes o las quemaduras, al igual que se protegen las tijeras para niños forrándolas de plástico. Así se construye el discurso de la corrección política, cuya inocuidad amenaza con condenar a la humanidad al letargo de la banalidad. Por eso no es de extrañar que hay quien agradezca recibir de vez en cuando un buen bofetón de realidad que nos despierte a la vida.

Para los americanos sin estudios superiores (y la mayor división que hay en estos momentos en EEUU no es ideológica, sino que es la que enfrenta a la gente con menos estudios con la gente más educada) resultó liberador la llegada al espacio público de un tipo como Trump que invita a una conversación en la que se pueda abordar lo que a uno le asusta sin tener que someter su discurso al rigor de la verdad ni a la autocensura de la corrección política, donde uno queda extenuado asegurándose de la profilaxis del término con el que se debe nombrar lo que en privado conoce por otro nombre más explícito –LGTB, afroamericano, no-binario, a saber, un vocabulario que para algunos supone una confusión, cuando no una imposición. Hablar de negros y maricas era mucho más fácil.

Trump ganó precisamente porque sus electores lo perciben como auténtico, como una persona que habla como piensa, la sinceridad de lo que afirma o la fiabilidad de lo que promete son cualidades irrelevantes, comparadas con la autenticidad, que es lo que ofrece un espejo donde el pueblo puede mirarse, y verse por fin.

«La corrección política no es un fenómeno que haya contribuido a crear ciudadanos más respetuosos ni a arraigar valores cívicos»

El imperio de la corrección política no es un fenómeno que haya contribuido a crear ciudadanos más respetuosos ni a arraigar valores cívicos, simplemente se trata de una lingua franca que engrasa la fricción que se produce en aquellos espacios comunitarios como el colegio o el gimnasio que los wasps se han visto judicialmente obligados a compartir con colectivos tradicionalmente marginados: principalmente homosexuales, judíos y negros. 

En este comeback de Trump, el líder ha sido plenamente restituido en la conversación digital, se la ha devuelto su púlpito en el antiguo Twitter, y habrá que ver qué va a ocurrir a partir de ahora con el lenguaje que se utiliza para las conversaciones en el espacio público. Una vez que los bárbaros se han desabrochado con alivio el corsé y han desparramado sin complejo sus lorzas, va a ser difícil que vuelvan a embutirse en él. Sobre todo porque en el corto plazo lo previsible es que esas lorzas engorden mientras dura esta fiesta que celebra el advenimiento de un líder cuyos acólitos han votado para poder exhibir su visión del mundo sin avergonzarse de ella ante los cultos, los educados, los sensibles, aquellos de mentes bien pensantes.

En cierto modo, cabe albergar algún tipo de optimismo con la superación de la corrección política. Nos vuelve a recordar que el pensamiento deforme es como los culos deformes: no se corrige con una braga-faja, sino con ejercicio, y para ejercitarlo es importante sacarlo de paseo. Solo así puede ser confrontado. Hace poco la revista Science publicó un estudio que describe que cuando los convencidos en determinadas teorías disparatadas y extremistas discuten con una IA, capaz de contraargumentar, refutar y mostrar evidencia que contradigan una creencia infundada, estos terminan por modificar su visión del mundo y moderarse.

Esto demuestra algo que ha dejado de ser evidente: discutir y conversar con un negacionista climático, un terraplanista, o un xenófobo no es una labor estéril, como ahora suponemos. Pero si no se les deja ser, si solo se les obliga a poner el burka de la corrección política por encima de sus opiniones, es imposible saber qué peligrosos prejuicios oculta la gente en su cerebro hasta que ya es demasiado tarde, como quizás haya ocurrido ahora con el regreso de Trump.

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