K. Harris & P. Sánchez
«Kamala ha probado ya la receta del cabreo popular. Es posible que algo se esté empezando a mover en las Españas plurales, confederadas y desiguales»
Con todas las distancias que haya que salvar no cabe negar que existe base para establecer una analogía entre la actual vicepresidente de EEUU, que acaba de perder las presidenciales frente a Trump, y el presidente del Gobierno español que ha conseguido gobernar, o algo así, en nuestro país pese a haber obtenido unos resultados casi tan negativos como los de la señora Harris. Es verdad que Pedro Sánchez no es una mujer negra, salvo que decidiera cambiar de opinión, y que los sistemas políticos de ambos países son muy distintos, pero creo que el atildado personaje que reside en la Moncloa comparte con Harris un buen montón de actitudes, ideas y proyectos. Ambos representan una forma de izquierda muy escorada por la ideología, la diferencia parece estar en que los electorados respectivos no compran con el mismo entusiasmo una mercancía similar.
No cuesta imaginar a la señora Harris preguntándose qué ha pasado, pues no creo que admita errores de principio en sus planteamientos, mientras que Sánchez parece mantenerse completamente seguro de sí mismo, sin el menor temor de que el relato con el que se encubre y alimenta, el elixir o mejunje que le compran sus electores, sufra crisis ni descalabros. No cabe pensar de otro modo respecto a un personaje que está a punto de cumplir seis años al frente del Gobierno al haber logrado el apoyo, por llamarlo de algún modo, de fuerzas atrabiliarias y asaz marginales, pero que le han permitido presumir de ser más, por decirlo con sus propias palabras.
Presunción es la palabra que mejor asocia la suficiencia derrotada de Harris y el exceso de confianza de Sánchez en estar salvando a España de males casi apocalípticos. A Harris y al Partido Demócrata les llegó su hora, pero Sánchez está seguro de tener cuerda para rato. De no ser así, no hay forma de explicar la actitud de Sánchez al enfrentarse con acontecimientos dramáticos y su facilidad para cambiar posiciones a lo largo y a lo ancho de cualquier espectro que queramos considerar.
España está en estado de shock por la tragedia de Valencia y Sánchez actúa como si eso no tuviera nada que ver con él y, libre de hipotecas políticas, se apresta a dar lecciones éticas y de fondo, a los que cometen errores en los que él, de ninguna manera podría caer. A la vuelta de un viaje exótico y triunfal por la India muestra su enorme generosidad y su buen rollo ante el drama levantino, afirmando solemne que si por esas tierras se necesitase ayuda él la daría con total prontitud. Me pasma que no se haya advertido la analogía entre su declaración y el celebrado número de Cruz y Raya en el que un atribulado personaje pide auxilio porque su mujer se está ahogando, ante lo que el socorrista responde: ¿se está ahogando o se ha ahogado?… porque si hay que ir se va, pero ir por ir es tontería.
Sánchez da a entender que cualquiera debería saber que el presidente no está para dar ayudas a quienes no las necesitan ni las piden, él tiene suficientes asuntos en su cabeza como para interferir en la gobernanza valenciana. Días después, tras presumir de cómo ha hecho cosas extraordinarias sin apenas despeinarse, se marcha a otro exótico escenario para proclamar una lección de gran hondura lógica y científica: que el cambio climático mata, como, según su autorizadísimo criterio, se acaba de comprobar en Valencia. ¿Qué se puede reprochar a un dirigente tan bien dispuesto y que es capaz de ver la angustiosa realidad desde un punto de vista tan profundo?
«Ambos están entregados a visiones que convertirían este mundo en una sucursal del cielo si les dejásemos actuar a sus anchas»
A veces se reprocha a los políticos su falta de visión, su miopía moral, pero este reproche no puede aplicarse ni a doña Kamala ni a don Pedro. Ambos profesan ideas hondas sobre las cuestiones que agitan la vida colectiva, pero ellos están imbuidos de una generosidad innegable, están entregados a visiones que convertirían este perro mundo en una sucursal de los cielos a nada que les dejásemos actuar a sus anchas. Este tipo de superioridad intelectual y moral no ha sido capaz de persuadir a los norteamericanos para que no elijan a un personaje que parece diseñado por sus más encarnizados enemigos, pero no está claro si conserva todavía en España el prestigio que merecen las grandes palabras, la política entendida como una lucha contra los enemigos de la humanidad, contra la derecha, la extrema derecha y el fascismo que son la misma cosa, se lo dice Sánchez.
Subido al carruaje de la superioridad moral, Sánchez ha conseguido superar la pandemia, la guerra de Ucrania, la insolidaridad de sus enemigos que también lo son de la única España que merece sobrevivir y parece creer que saldrá del sindiós de las gotas frías sin mayores problemas, tal vez desalojando a la derecha del Gobierno de Valencia como bonus por su ejemplar conducta en el caso.
La ideología siempre ha servido para pintar la realidad de color de rosa, de manera que sea fácil evitar comparaciones odiosas y que no vienen al caso. Así, por ejemplo, insinuar que también hubo inundaciones destructivas cuando lo de la acción humana para calentar el clima todavía no había sido alumbrado en ninguna cabeza privilegiada, o hacer creer que unas presas que tendrían que haber protegido el sudeste de Valencia y que no se han hecho habiendo de hacerse, habrían logrado evitar el tamaño de la catástrofe, como ha ocurrido en la otra orilla del Turia, o que limpiar los cauces y barrancos secos no constituye ningún crimen ecológico sino una práctica razonable para evitar que las avalanchas de agua se crezcan con barreras vegetales que las hacen más explosivas y destructoras. En cambio, está muy bien denunciar con insistencia que los peperos valencianos no han dado bien las alarmas, aunque sea obvio, por cierto, que no hay el menor plan previsto sobre qué hacer en caso de oírlas.
La ideología, en efecto, evita los pensamientos disfuncionales, que podrían servir para sospechar de los razonamientos metafísicos de Pedro Sánchez y hacer ver su aspecto oportunista y demagógico, y consigue empaquetar la realidad con un lacito verde de esperanza, cosa en la que Sánchez es un maestro dada la belleza y profundidad de sus nobilísimos sentimientos. Además, la mejor ideología sirve para centrarse en las causas incontrolables porque hace verosímiles las más necias excusas y favorece que el común de los mortales se centre en el lado humano de la tragedia.
«La amenaza al programa desdramatizador del progresismo es que el público decida que ya está bien de tanto sermón»
En este punto las televisiones siguen siendo esenciales y por eso Sánchez quiere un canal más cuanto antes, de forma que nadie se fije en algo que podría llamar la atención, la falta de planes eficaces, el desorden administrativo, el caos organizativo, la ridícula escasez de los medios. Todo se verá más adelante, cuando al poder le convenga. La única amenaza real al programa desdramatizador del progresismo es que el público decida que ya está bien de tanto sermón y le dé rienda suelta a lo que seguramente malicie. Hubo un atisbo de lo que pudiera ocurrir en el brevísimo contacto de Sánchez con la realidad de lo que estaba pasando. Bien aconsejado, el presidente del Gobierno salió por piernas del avispero, no sin antes advertir la presencia del mismísimo demonio de la ultraderecha en medio de las pacíficas demostraciones de afecto que le deparó la gente de orden.
Kamala ha probado ya la receta del cabreo y el desencanto popular, Sánchez trata de evitarlo. Las apuestas sobre el balance electoral pueden fallar tanto como las encuestas americanas, pero es posible que algo se esté empezando a mover en la conformista Kakania de las Españas plurales, confederadas y desiguales que se nos ofrecen como alternativa a lo que llaman una unidad impuesta por el centralismo que va de los Reyes Católicos a Aznar pasando, naturalmente, por Franco, ese estrafalario caudillo que hacía pantanos cuencas arriba y concibió la absurda idea de darle al Turia un cauce nuevo para que no se desbordase, algo que parece tan primitivo y elemental que casi da vergüenza recordarlo.