THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Aguas turbulentas

«Acaba de publicarse en España ‘El exilio de los colaboracionistas,’ del historiador francés Yves Pourcher, un libro tan apasionante como inquietante»

Opinión
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Aguas turbulentas

El general De Gaulla camina por París tras su liberación. | Europa Press

Además de un gran estadista, el general De Gaulle fue novelista. De Gaulle escribió en Francia la novela histórica del medio siglo. Y en esa novela hizo desaparecer la guerra civil –sorda a momentos, muy tensa en otros– que tuvo lugar en Francia durante la II Guerra Mundial. La espita por la que pudo contener lo que había ocurrido fueron las depuraciones primeras, los consejos sumarísimos, algunos juicios espectaculares –o sea juicios espectáculo, como el de Brasillach– y apechugar con los asesinatos y vejaciones que se produjeron al derrotar a los alemanes. Más la voluntad de que todo eso acabara pronto: la nación, primero. 

Entonces el término collabo pasó a oscurecerse en poco tiempo, al menos de manera pública, y la niebla ocultó mucho de lo que había pasado. Hubo petainistas de Vichy que sirvieron a la V República e incluso personas ligadas La Ocupación –el caso Papon quizá el más notorio, que después sería jefe de la policía parisina y responsable de la matanza de argelinos en las manifestaciones de 1961– que ocuparon importantes cargos públicos, tanto en Francia como en colonias.

Como si apenas hubiera pasado nada, todo lo más un misterio que no había llegado el momento de desvelar. Su lado más negro lo impedía e impedía también el conocimiento de esa otra parte más compleja –la realidad francesa y su polarización a la europea en los años 30–, que también la hubo. No todos fueron –y hubo muchos– matones, delatores, ladrones, arribistas de la peor ralea y gente del hampa: hubo intelectuales, políticos, artistas, aristócratas ful (y no tan ful), fascinados –o por lo menos seducidos– por la idea de Europa que exportaba el Reich. Unos pudieron reciclarse y otros acabaron siendo náufragos de la Historia (término de Yves Pourcher).  

Pero la literatura es una Penélope que no cesa de tejer y las novelas, una forma de memoria. La novela, antes que el ensayo, empezó a pescar en esas aguas turbulentas –recicladas o no– y ofreció un diorama más completo de lo que había sido ese tiempo. Desde el Goncourt Michel Host, al gran Patrick Modiano –que ha sido la mejor brújula entre nieblas de la época– o la elegante Pauline Dreyfus ahora, hay una larga lista de novelas que han tratado, directa o tangencialmente, la Ocupación o algunos de sus personajes. O sea que donde perdieron la Historia–merecidamente en la mayoría de casos–, surgirían después detectivescas pistas narrativas.  

«A veces, que Historia y Literatura se dan la mano y en las últimas décadas destaca el nombre de un historiador, Yves Pourcher»

Ocurre a veces, que Historia y Literatura se dan la mano y en las últimas décadas destaca el nombre de un historiador, profesor de la Universidad de Toulouse, que ha repartido entre una y otra sus amplios conocimientos, también detectivescos, sobre esa época negra y sus consecuencias y derivas posteriores. Me refiero a Yves Pourcher, autor de Vichy théâtre d’ombres,  L’Exile des collabos, Brasse Papillon, La radio-traître, Vivastella y una estupenda tetralogía sobre Pierre Laval y su hija Josée que oscila entre el ensayo en unos casos y la novela en otros: Pierre Laval vu par sa fille, Trois coupés de champagne (magnífica novela), Les carnets retrouvés de Josée Laval  y Moi, Josée Laval

Ahora la editorial Fórcola, dirigida por Javier Jiménez, acaba de publicar en España El exilio de los colaboracionistas, de Pourcher, un libro tan apasionante como inquietante, catálogo de los que partieron, como Céline, hacia Sigmaringen, primera escala de su dispersión por el mundo. Sigmaringen como un Versalles fascista y temeroso de su suerte, sitiado por los revolucionarios: las mezquindades y traiciones de sus habitantes, su tremendo pasado, sus liasions amorosas, su miseria desvelada por los acontecimientos y después, la diáspora –en varios casos de monasterio en convento y al revés, protegidos por la Iglesia–, o la muerte, cuando no ambas. El libro –premiado el pasado año con el Prix Jules Michelet– no tiene desperdicio y destaca en él, el papel de España –con sorpresa incluida– no sólo como puente hacia América sino como tierra de acogida de algunos de estos personajes, hijos de unos tiempos y caracteres mucilaginosos y fríos como la piel de un sapo. 

Ironías de la Historia: he citado los magníficos trabajos de Yves Pourcher sobre la hija de Laval, un personaje más chic que Cocteau y Warhol juntos, y pienso ahora en los espejos invertidos. La Francia ocupada que entrega Companys a Franco y la España de Franco que entrega a Pierre Laval a la Francia liberada. Ambos acabaron en el paredón de fusilamiento. Lo dicho: la piel de un batracio.   

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