THE OBJECTIVE
Alejandro Molina

El diluvio que viene

«No nos vendría mal no empezar esta etapa poniéndonos enfrente del único aliado geopolítico que tenemos [EEUU] porque lo quieren así unos burócratas de la Comisión»

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El diluvio que viene

El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump. | Ilustración: Alejandra Svriz

Convengo en que no es mejor título el de esta columna para los días que vivimos. Pero no va de la DANA lo que sigue. Recordarán ustedes -lo más vetustos lectores al menos- aquella comedia musical de los años 80 del siglo pasado, El diluvio que viene, proveniente de Italia (Aggiungi un posto a tavola en su título original) y cuya adaptación hizo fortuna en España (y en otros países católicos), representándose incluso en muchas ciudades fuera del circuito habitual. Aquello era lo que hoy llamaríamos una comedia «blanca», con un cura (Don Silvestre) al que Dios llama por teléfono para avisarle de la próxima venida de un diluvio, mandatándole construir un arca salvífica al efecto. En frente tiene a Don Crispín, el alcalde del pueblo -se conoce que un rojo blando de la época- que se opone al mandato negando la clarividencia divina. Visto en perspectiva, aquello era un truño de acusada influencia conciliar, y bastante carca además, porque, aunque hasta el cura tenía una enamorada, lo era de sexo biológico femenino, con poca diversidad, pues. Era una cosa de curas en vaqueros, con guitarras y canciones a la hora de comulgar, alabaré-alabaré, y en ese plan. 

Bueno, que me voy por las ramas. Adaptando aquella comedia a la geopolítica del momento, nuestro Josep Borrell, Alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, en la que probablemente sea su última intervención pública relevante en dicho cargo, hizo esta semana el papel del cura D. Silvestre en el Parlamento Europeo. El diluvio que anunció, como vicario de la divinidad del progresismo en la tierra, fue -como se pueden imaginar- Trump y lo que nos caerá encima después de su contundente victoria en las elecciones americanas. El papel de Don Crispín, negando el diluvio y la clarividencia divina, lo representaron todos los «extremistas», como los llama el conglomerado mediático progubernamental en España. Los más «negacionistas«, el jovencísimo Jordan Bardella (Presidente de la francesa Agrupación Nacional, antes Frente Nacional) y el italiano Nicola Procaccini, de Hermanos de Italia (siempre me ha fascinado la capacidad de los italianos para ponerle a los partidos nombres de fantasía, de modo que uno no sepa realmente lo que vota:  L’Ulivo, Movimento 5 Stelle, etc.). 

El Padre Borrell anunció el diluvio, al tiempo que apremiaba a la serenidad frente al venidero chaparrón de las políticas de Trump: «Sin dar la impresión de que estamos paralizados como un ciervo en la noche delante de los faros potentes de un coche con el que se encuentra de noche en la carretera», precisó. «No estamos atemorizados ni divididos, aunque en realidad seguramente lo estamos – concedió-, porque el recibimiento que se ha hecho la victoria del presidente Trump no ha sido el mismo en una capital que en otra de los países de la UE».

Ahí ya dio el padre Borrell con la tecla. Porque Europa, en unos pocos meses, ha pasado a ser otra, y paradójicamente tenemos una Comisión Europea in pectore para los próximos cinco años, tan parecida a la saliente, que nos adentramos en el diluvio trumpiano con un déficit de representación popular en el poder ejecutivo de la UE como nunca antes se había visto. Da igual que la derecha, sola o con apoyos de lo que llaman «extrema derecha», haya ganado las elecciones y/u obtenido la mayoría aritmética del voto popular en Países Bajos, Italia, Finlandia, Croacia, República Checa, Hungría, Grecia, Francia, Portugal, Irlanda, Suecia, Lituania, Luxemburgo… y España; la Comisión, liderada por la ínclita Von der Leyen, seguirá orientada, por mor de la inercial coalición liberal, conservadora y socialdemócrata del Parlamento Europeo, a su misma política, de continuidad, aunque el 45% de los europarlamentarios se queden sin representación. 

Nos hemos cansado de oír en las Españas a los príncipes de la izquierda hablar de los presuntos déficits democráticos que afectarían aquí a instituciones como, por ejemplo, el poder judicial, en cuanto que no representaría las sensibilidades del parlamento ni al pueblo mismo. Quisieran para el suelo patrio el recién alumbrado sistema mexicano, donde, haciendo abstracción de la garantía de inamovilidad de los jueces, los va a sustituir por legos en Derecho sorteados de entre los electos por el pueblo, aunque nunca en sus vidas los designados vieran un Código. Pero pocos han puesto el punto de mira en una Comisión Europea que para el ciclo 2024-2029 prevé dar la espalda al indudable giro ideológico del continente.

«No digo yo que los europeos se hayan vuelto mayoritariamente trumpistas, pero tampoco parece que frente al diluvio que viene estén pidiendo un arca gobernada al timón precisamente por Von der Leyen y Pedro Sánchez»

Con las elecciones alemanas a la vuelta de la esquina, no sé yo si plantarle cara a Trump, por ejemplo, con el Pacto Verde Europeo, es ahora la mejor política para ayudar a sobrevivir al raquítico tejido industrial del continente, abocado a competir con las desinhibidas políticas medioambientales de Estados Unidos, India o China. Quizá la imposición de la agenda verde europea, que puede terminar de llevarse por delante a la Volkswagen, no acabe de seducir a un votante alemán, cultural e históricamente fóbico a la inflación (5,9% al cierre de 2023), y para cuyo país se prevé un decrecimiento económico del 0,3% para 2024 (única economía del G7 que se contraerá este año). O sea, quizá en poco tiempo haya que añadir a Alemania a los países arriba enumerados.

Es difícil cuestionar que imponer aranceles de un 10% a los productos europeos, como ha prometido Trump, afectaría a nuestra competitividad, y que imponer tasas aduaneras del 60% a todos los productos chinos afectaría también a Europa, pues en un mercado globalizado los productos chinos que no fueran a Estados Unidos acabarían aquí, de modo que nadie dice que haya que entregarse a las políticas de Trump y USA -vamos, lo que han hecho Borrell y la Comisión UE con Biden en los últimos cinco años-, pero tampoco nos vendría mal no empezar esta etapa internacional poniéndonos enfrente del único aliado geopolítico que tenemos porque lo quieren así unos burócratas de la Comisión producto de un juego de componendas coyunturales ajeno a la sobrevalorada -cuando interesa- voluntad de los pueblos. No digo yo que los europeos se hayan vuelto mayoritariamente trumpistas, pero tampoco parece que frente al diluvio que viene estén pidiendo un arca gobernada al timón precisamente por esa pareja de la especie que representan Von der Leyen y el mirlo blanco de la socialdemócracia europea que es Pedro Sánchez, con Teresa Ribera, encima, de ornitorrinco único en su especie.

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