Tatuajes de estrella en los codos
«El paso de Podemos por el escenario político sólo ha dejado confusión, debilitamiento institucional, desconfianza e imposibilidad de diálogo»
Dios me libre de la pureza. Dios me libre del acierto. Que camine el hombre por terrenos peligrosos. Que caiga de rodillas. Que pida perdón. Que las heridas duelan y el cicatrizado escueza y el recuerdo vuelva a salar las grietas de la carne.
Cuando veo a alguien con estrellas tatuadas en los codos, cuando veo a alguien con una letra china dibujada en el cuello, cuando veo a alguien fumando en la puerta de un juzgado, cuando veo a alguien comiendo solo en un restaurante bueno, cuando corro los domingos y me encuentro a jóvenes zigzagueando a casa, pienso que pasaron por la vida, pero que la vida también pasó por ellos. Y que está bien así. Está bien hacer lo que no debemos y está mejor revolcarse en la ceniza hasta volar de nuevo.
Por eso nunca me interesó Podemos, ese partido mustio de verdades absolutas, fuertes en lo pequeño, matoncillos con pañuelo al cuello, aburridísimos en los postres, a los que tanto traté, con diferentes siglas, antes de su advenimiento violeta a lomos del peor de todos ellos, de un líder a la medida de su corazón diminuto: Pablo Iglesias. El azote colérico de cualquier cosa. Un líder que sometió a referéndum la compra de un chalet. Bolchevismo, vestidores, parqué y barbacoas en las zonas comunes. El hombre que quiso tomar el cielo por asalto y terminó abriendo un bar.
Podemos convirtió la política en un lugar para el pillaje, para lo innoble, para la ocurrencia, para el señalamiento. Con ellos llegó una noche larga. De las manos manchadas de cal viva, con la que Iglesias debutó en el Congreso de los Diputados, a la despedida terrible que fue la ley del sí es sí, su torpeza y sus consecuencias imperdonables, con la que Montero prácticamente dejó de ser ministra. Entre medias, venganzas, enfrentamiento y miedo. Porque Podemos siempre han sido del gremio de los asustaviejas. Porque, gracias al temor de los demás, uno consigue la fuerza que le faltó de cuna.
Que el PSOE, con sus complejos centristas, con voracidad sanchista, se abrazara y diera por bueno los postulados populistas e irresponsables de Podemos, será algo que muchos socialistas tardarán en perdonar. Porque, a diferencia de los romanos, Podemos no ha traído nada interesante a este país. Podrán sacar una lista rimbombante, hiperbólica, afectadísima, pero este país no es mejor desde que están. Al contrario. Su paso por el escenario político sólo ha dejado confusión, debilitamiento institucional, desconfianza e imposibilidad de diálogo.
«La España de Podemos no existe. Les molesta el pluralismo. Les molesta la verdad»
Un partido que nos pide en un anuncio que discutamos en Navidad con nuestra familia. Un partido que quiere sustituir el periodismo por la propaganda sin pestañear. Un partido que, siendo Gobierno, se oponía al Gobierno. Nada puede construir con esas maderas huecas, con esos postulados vacíos, con esa moral dogmática, con esa cursilería que sólo esconde insignificacia e insensibilidad.
La España de Podemos no existe. Cogen lo minúsculo, lo que les resulta oportuno, y lo convierten en norma general. Les molesta el pluralismo. Les molesta la verdad. Quieren disciplinar, desde su ruidosa minoría, a todo aquel que piense por sí mismo. Porque ellos, siempre, están en posesión de la verdad. Cinco millones de españoles les votaron. La altura los hizo peores. Celebraron la victoria ajustando cuentas. Si son inmisericordes en el éxito, soy capaz de imaginar cómo son en la irrelevancia.
Son termitas del sistema. Y no hemos gestionado bien su impacto. Ni los medios de comunicación ni una sociedad cuya indignación fue vampirizada por su empuje pueril y sus ganas de cambiarlo todo que al final se redujo, exclusivamente, a su propio patrimonio.
Ahora tenemos populismos a ambos lados del tablero. Ahora tenemos censuras, cancelaciones y miedo a hablar. Ese es el arma de Podemos y de partidos como Podemos: condenarte al silencio. Ser pueblo y ser jueces. Creerse reyes de nuestra cotidianidad.
«Se pueden romper los gobiernos, pero jamás deberíamos haber permitido que se rompiera la convivencia»
Quieren volver y volverán, con más fuerza, tras el fracaso de Yolanda Díaz y de Sumar. Si el PSOE vuelve algún día a ser PSOE, ojalá sepan gestionar mejor su relación con un partido tan tóxico, tan revanchista y tan infantil como aquel. Se pueden romper los gobiernos, pero jamás deberíamos haber permitido que se rompiera la convivencia.
Podemos dice defenderte a ti, pero sólo se defienden a sí mismos. A su manada. El resto somos enemigos. Que Dios me libre de las certezas. Soy de una generación que duda. Que avanza. Que escucha y que aprende. Soy de una generación que sigue buscando su verdad. Desconfío del que siempre tiene razón. Desconfío del que quiere salvarme sin haber pedido yo que nadie me salve.