Un país abandonado a su suerte
«El PSOE gobierna a espaldas de los ciudadanos, en el territorio oscuro en el que se reúnen la corrupción y los abusos de poder»
Más grave aún que las declaraciones de Aldama, pendientes aún de ser corroboradas por una investigación judicial, me parece el hecho comprobado de que el presidente del Gobierno va a tardar casi un mes en dar explicaciones ante el Parlamento por la tragedia ocurrida en el Levante español, aunque ambos episodios ilustran la misma realidad de un país abandonado a su suerte y de un Gobierno que actúa a espaldas de los ciudadanos.
Se nos olvida con demasiada frecuencia que vivimos en un sistema parlamentario, donde el presidente del Ejecutivo está constantemente sometido al criterio del Congreso, que es el que lo eligió para el cargo. La calificación de «presidente» es meramente funcional, pero ni es el jefe del Estado -como a veces parece creer- ni puede esquivar jamás el control del poder legislativo. Las leyes le conceden la posibilidad de asumir poderes excepcionales en caso de catástrofe mayor -precisamente los mismos a los que renunció en el caso de la tragedia de Valencia con el fin exclusivo de debilitar a sus rivales políticos-, pero en circunstancias normales debería respetar los procedimientos y contrapoderes establecidos.
Desde el comienzo de su gestión, Pedro Sánchez ha ignorado rutinariamente estas obligaciones esenciales de su función: las de cumplir con los procesos legislativos adecuados y rendir cuentas ante el Parlamento de cada uno de los pasos de su Gobierno, lo que debería de incluir de forma muy especial cualquier actuación en el campo de la política exterior, bien sean ayudas militares, crisis diplomáticas o contribuciones a fondos contra la pobreza, por la sencilla razón de que todo eso se hace con el dinero de los españoles, del que Sánchez no puede disponer sin permiso de sus legítimos representantes en el Congreso de los Diputados y el Senado.
Si Sánchez burla estas responsabilidades tan obvias y se salta a la torera una y otra vez el control parlamentario es por la misma razón por la que, de acuerdo a los datos de los que hasta ahora se dispone, su círculo más cercano abusa de su influencia y utiliza sus cargos o sus relaciones personales para medrar o hacer dinero: porque se creen por encima de los ciudadanos.
Sánchez tuvo que ser evacuado por su escolta la primera vez que pisó las calles de Valencia tras la catástrofe. No ha vuelto a esa ciudad desde entonces -un mes- ni es previsible que lo haga pronto, si no es alejado de la muchedumbre. La ministra Margarita Robles se revolvió de forma grosera contra los ciudadanos que la increpaban por los fallos en las labores de reconstrucción. No se han visto más ministros por la zona. Una vergüenza. No faltaba, en cambio, un ministro ni un diputado socialista en el cerrado aplauso con el que Sánchez fue recibido en el hemiciclo después de las declaraciones de Aldama.
¿Qué aplaudían exactamente? Incluso si ese testimonio resulta ser falso de cabo a rabo -cosa que dudo-, nadie podrá negar el uso que la esposa y el hermano del presidente han hecho de esa relación personal para acceder a posiciones de las que no gozaban antes de que Sánchez llegase al poder. Incluso si todo lo dicho por Aldama resultara ser falso -lo que se contradice con toda lógica-, nadie podrá negar que el hombre más cercano al presidente en los últimos años años, José Luis Ábalos, había creado o tolerado una red de corrupción que se compadece mal con los principios de ética y limpieza política con los que Sánchez ganó la moción de censura que le permitió compensar su fracaso en las urnas.
«Los socialistas aplauden en pie a un dirigente que no puede pisar la calle sin ser protegido por el mayor dispositivo de seguridad que se ha visto en este país»
¿Qué aplaudían, entonces, exactamente, los diputados socialistas? Lo que aplaudían, para ser sinceros, es que todo eso está bien porque lo hace Sánchez y que todo estará igualmente bien en el futuro si lo hace Sánchez. Como bien está pactar con minorías antidemocráticas y antiespañolas cada día más desprestigiadas. Como bien estuvo la ley de amnistía en su momento y bien estará cualquier cosa que Sánchez reclame en el próximo congreso del PSOE. Porque para los socialistas no existe, no digo ya el partido o las leyes, bagatelas, comparadas con el goce del poder: no existen los ciudadanos. Recuerdo el trauma que los socialistas sufrieron cuando Felipe González fue abucheado por los estudiantes en una visita a la Universidad Autónoma de Madrid en 1993. «Ha perdido el favor del pueblo, tiene que irse», se decía entonces. Pero de eso hace ya muchos años. Ahora los socialistas aplauden puestos en pie a un dirigente que no puede pisar la calle, no solo en Valencia, sino en ninguna localidad de España, sin ser protegido por el mayor dispositivo de seguridad que se ha visto nunca en este país.
Así gobierna hoy el PSOE, sin pisar la calle, de espaldas a los ciudadanos, en ese terreno pantanoso y oscuro en el que se dan cita la corrupción y los abusos de poder.