THE OBJECTIVE
Manuel Pimentel

La lucha por las personas

«¿Cómo casar las necesidades crecientes de trabajo con una oferta menguante? Empresas y países competirán por atraer personas para mantener su economía»

Opinión
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La lucha por las personas

Personas caminan por las calles de Barcelona. | Europa Press

La historia nunca se detiene y siempre nos reta con nuevas realidades, problemas y oportunidades. El futuro que cosecharemos ya lo sembramos ayer y lo abonamos hoy. En la vida y, sobre todo, en el Registro Civil, donde anotamos nacimientos y defunciones. Por eso, algunas de las dinámicas que nos tocarán vivir son previsibles y predecibles. Señalaría cuatro de esas dinámicas que condicionarán de manera muy destacada nuestra política y economía en estos próximos años. Existen otras, por supuesto, pero estas resultarán especialmente determinantes. A saber, desglobalización, geopolítica, tecnología y demografía. Y es precisamente en esta última en la que nos centraremos en estas líneas, por su gran relevancia y poder transformador sobre la realidad que hoy conocemos.

Quién nos lo iba a decir. Toda la vida de Dios escuchando que la población mundial superaría los 10.000 millones de habitantes, participando en debates sobre si existirían recursos para una humanidad que crecería sin límite esquilmando todo a su paso, para ahora comprobar que dentro de unos años comenzaremos a decrecer. Y el descenso de población no se deberá a hambrunas, epidemias o guerras, sino a algo tan simple como que el número de nacimientos desciende más rápido y de manera más intensa de lo que se esperaba. Pronto en el mundo, como ya ocurre en España, morirán más personas de las que nacerán. Sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas.

El 15 de noviembre de 2022 la población mundial superó los 8.000 millones de habitantes. Hasta ahí, más o menos lo previsto por la ONU cuando a principios de siglo estimó que alcanzaríamos los 10.900 millones para 2100. Pero en estas estábamos cuando leemos un estudio demográfico de la Universidad de Washington que estima que la población mundial comenzará a decaer en 2064, cuando alcancemos el pico de 9.600 millones de habitantes en el planeta. Se estima que la tasa de fecundidad media del mundo caerá por debajo de 2,1 hijos por mujer -la estimada para el reemplazo poblacional-, en 2050, mientras otras voces consideran que se bajará a ese nivel una década ante, incluso en 2030.

O sea, que nos encaminamos a un mundo en el que, progresiva y lentamente, a partir de mediados de siglo, comenzará a perder población por una causa ya experimentada por españoles y europeos y que no es otra que nuestra caída de natalidad. No entraremos a valorar si estamos ante una buena o mala noticia. Lo que nos interesa es anticipar la novedosa dinámica que ese decrecimiento población originará, y que hemos bautizado como la lucha por las personas, en la que ya estamos inmersos los países más avanzados y envejecidos, como bien conocemos en nuestro país.

Según datos publicados recientemente, el número de nacimientos en España en 2023 se redujo a 320.656, un 2,6% inferior a los del año anterior y la menor cifra desde ¡1941! En este mismo 2023, por séptimo año consecutivo, tuvimos un saldo vegetativo negativo, en el que los fallecimientos superaron a los nacimientos en 113.256 personas, aunque bien es cierto que la inmigración palió ese desequilibrio.

«Nuestro nivel de vida, nuestra renta, nuestras pensiones, se vendrían abajo sin los millones de inmigrantes que trabajan con nosotros»

La población residente en España crece gracias a la inmigración, lo que explica, en parte, nuestro crecimiento del PIB. Nuestro nivel de vida, nuestra renta, nuestras pensiones, se vendrían abajo sin los millones de inmigrantes que trabajan con nosotros. Esos trabajadores merecen todo nuestro respeto. Debemos aprender a gestionar el fenómeno inmigratorio, con sus luces y sus sombras – que también las tiene – para no resultar orillados en la lucha por las personas a la que asistiremos en un inminente futuro.

Nos faltan personas en agricultura, en construcción, en hostelería o en logística, por citar tan solo algunos sectores especialmente afectados. La escasez de mano de obra ya limita nuestro potencial de crecimiento. Más allá del debate sobre el absentismo, los subsidios o la economía sumergida –que también tendríamos que mantener-, la realidad es que no tenemos jóvenes para cubrir nuestras necesidades laborales y que solo nos resta confiar en las personas que vengan de fuera para atendarlas.

Pero, atención, al igual que ya apenas vienen trabajadores de países del Este europeo, en unos años dejarán de hacerlo los de países hispanoamericanos por idénticas razones. Su natalidad ya comenzó a caer hace unos años y su población joven comenzará a remitir. Ya veremos, algo más adelante, cómo anda el resto del mundo, que tampoco está para tirar cohetes, precisamente.

La lucha por el talento es un concepto bien conocido y manejado por los profesionales de recursos humanos. Y lo mismo ocurrió con países, como Alemania, que precisaron ingentes cohortes de ingenieros e informáticos. Las necesidades de la economía digital se centraron, en una primera fase, en niveles muy cualificados, para devenir en necesidades para todo tipo de cualificaciones, desde las básicas hasta las más elevadas. Y, frente a todos los catastrofistas que auguraron el final del empleo por la revolución tecnológica, la realidad muestra un escenario bien distinto.

«Necesitar y no desear a los trabajadores de fuera supone una contradicción cotidiana en el debate político occidental»

Tenemos mucha más economía digital… al tiempo que mayor necesidad de empleo de todo tipo. Jamás tuvo el mundo tanto trabajo como en la actualidad, ni necesidades laborales tan ingentes como las que ahora experimentamos, en un mundo en el que el número de trabajadores comenzará a disminuir y a envejecer. Y esto ocurre en todos los países desarrollados, que precisan de una inmigración que al tiempo temen y por la que protestan. ¿Cómo gestionar esta paradoja? Necesitar y no desear a los trabajadores de fuera supone una contradicción cotidiana en el debate político occidental, cebado por fáciles e irresponsables demagogias.

Necesitamos personas, pero, ¿dónde están? Y miramos al mundo y comprendemos la complejidad del fenómeno que cebará la lucha por las personas. Y si no, veamos, por ejemplo, a tres de las potencias principales, Rusia, China y EEUU.

Conocemos por la prensa la lucha de Rusia por tratar de detener, o al menos desacelerar, su declive poblacional. No lo tiene fácil. Su población actual ronda los 144 millones de personas, después de haber perdido más de un millón y medio de habitantes según las estadísticas que  leemos en prensa. La guerra, desde luego, no ayudará a ese objetivo, tanto por lo cientos de miles de muertos en combate, según fuentes creíbles, como por la inercia de caída que venía experimentando desde años atrás.

El coloso chino también exterioriza su preocupación demográfica, recientemente superado en números de habitantes por su vecina India. China cerró 2023 con una población de 1.409 millones de personas, tres millones menos de los que tenía en 2021. Aunque ya abandonó en 2015 la política del hijo único, sus familias quedan muy por debajo del máximo de tres autorizado en la actualidad, dado que se tasa de fecundidad es de 1,3 hijos por mujer.

«Dudamos que Trump cumpla su promesa de expulsión de millones de inmigrantes irregulares, cuando su economía los precisa»

En 2023, India superó a China como el país más poblado del mundo, y en 2024 aumenta su ventaja: 1.441.720.000 habitantes indios, aproximados, frente a los 1.409.050.000 de chinos. India también se encuentra con una natalidad descendente, aunque superior todavía a la de los países occidentales.

EEUU ha mantenido el crecimiento de su población gracias, sobre todo, a su saldo inmigratorio. Dudamos mucho que Trump cumpla su promesa de expulsión de millones de inmigrantes irregulares, cuando su economía los precisa. Lo normal es que realice algunas expulsiones simbólicas de cara a la galería para regularizar a continuación a aquellas personas que su economía demanda.

O sea, que parte del mundo ya comienza a decrecer, y la dinámica se irá acelerando en estos próximos años. No nos queremos detener a analizar las causas de ese descenso, doctores tiene la iglesia para ello. Pero sí hemos querido plantear sus consecuencias. ¿Cómo casar las necesidades crecientes de trabajo con una oferta menguante? Pues ese desequilibrio generará una viva tensión que tendrá como consecuencia la lucha por las personas. Empresas y países competirán por atraer personas para mantener su economía, atender sus pensiones o cebar su ejército, que cada cual tendrá sus prioridades. Pero, ¿dónde se encontrarán? Pues, según nos dicen los datos, solo África sigue creciendo con fuerza, aunque su tasa de fecundidad también comienza a remitir.

La baja natalidad de los países europeos se combina, a efectos laborales, con la dinámica paralela de envejecimiento, lo que aún acentúa las necesidades de jóvenes de relevo. La edad mediana en Europa es de 44 años, mientras que en China y EEUU es de 38, en India de 28 y en África de 18 años.

«No tiene sentido mantener nuestro farisaico modelo que invita a entrar irregularmente para, a posteriori, regularizarlos sistemáticamente»

¿Cómo gestionaremos, entonces, nuestras necesidades inmigratorias? Ojalá que con cordura y sentido común. Los precisamos, por lo que resulta importante que existan vías legales de entrada. No tiene sentido mantener nuestro farisaico modelo que invita a entrar irregularmente para, a posteriori, resultar regularizados sistemáticamente. Mejor gestionar flujos que ir siempre detrás de ellos.

Y bajando a la micro, las empresas tendrán que captar talento y personas. La lucha solo ha comenzado, nos quedan muchos episodios por conocer y valorar, como, desde luego, el del redoble del esfuerzo en mecanizar y automatizar

La lucha por las personas ha comenzado, veremos como quedamos en la competición, nos jugamos mucho en ello.

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