THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

A la vista de la nueva reforma fiscal

«Pagar impuestos se nos hace más amargo cuando no sabemos lo que financian o sospechamos que sobre todo financian la felicidad de Moncloa»

Opinión
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A la vista de la nueva reforma fiscal

Ilustración de Alejandra Svriz.

Si la distinción entre buenos y malos es el grado cero de la moral, como decía Sánchez Ferlosio, la simple contraposición entre lo público y lo privado representa el grado cero de la ideología. Ya saben: los libertarios dicen soñar con un mundo sin Estado y los estatistas —a falta de mejor nombre— condenan cualquier iniciativa privada. Bien mirado, libertarios en España hay pocos; no confundamos al doctrinario con quien se muda a Portugal o Andorra para eludir a Hacienda.

Y su escasez es comprensible: ebrios de academia y periodismo anglosajones, olvidamos que el famoso neoliberalismo ha tenido siempre poca fuerza en un continente europeo donde —consenso centrista mediante— ha primado el bienestarismo neokeynesiano. Quizá por eso nuestros gobiernos recurran tan poco a la figura del taxpayer o contribuyente a la hora de justificar sus decisiones; parecen creer, como Carmen Calvo en memorable ocasión, que el dinero público no es de nadie.

«Nadie reforma la Administración, ni se habla de racionalizar el gasto»

Salvo, claro, que alguien se lo quede. Por eso choca que alguien como David Broncano, presentador televisivo y beneficiario de un jugosísimo contrato con RTVE que pagamos todos, salga a defender «lo público» con tanta vehemencia. No es el único en incurrir en contradicción: la misma izquierda que arremete contra los ricos calla ante el delirante cupo vasco y defiende abiertamente un concierto fiscal para Cataluña que supondría el empobrecimiento programado del resto de españoles; han votado en el Parlamento una distribución de lo recaudado por el impuesto a la banca que atiende regresivamente al PIB de cada comunidad autónoma antes que a sus necesidades. También en el debate en torno a la pervivencia de manifestantes Muface apreciamos inconsistencias diversas, entre ellas la que retrata a nuestros grandes sindicatos: si gobernase la derecha, llenarían las calles; como mandan los suyos, se quedan en casa.

¿Qué nos da el Estado y qué nos quita? Tienen razón en eso los críticos del pantagruelismo estatal: es tal la cantidad de transferencias que tienen lugar en todas direcciones que no tenemos manera de saberlo con precisión. Si el manejo del dinero público por parte de la administración y la consiguiente prestación de servicios fueran impecables, eso tal vez importaría poco. Pero no solamente lo son, sino que ni siquiera nos esforzamos en que lo sean. Nadie reforma la administración, ni se habla de racionalizar el gasto; asistimos impávidos al aumento incontenible del coste de las pensiones y decadente es el estado de nuestra sanidad e infraestructuras. La legitimidad fiscal, claro, se resiente: pagar impuestos se nos hace más amargo cuando no sabemos lo que financian o sospechamos que sobre todo financian la felicidad de Moncloa.

He aquí otro de los flancos abiertos de nuestro impopular regeneracionismo: tenemos que pasar de la defensa genérica del Estado a la gestión rigurosa y eficiente del Estado; del eslogan grandilocuente al honesto detalle. ¡Eso sí que sería una revolución! Porque el dinero público sí es de alguien. Y ese alguien, lo han adivinado, somos todos.

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