Cuando la bulofilia se disfraza de bulofobia
«En plena escalada de las denuncias contra los bulos y en contra del criterio del Parlamento Europeo, Bolaños recalca que no hubo una trama rusa del ‘procés’»
Quizá haya llegado el momento de poner encima de la mesa la principal inquietud que despierta la aceptación de los bulos: la quiebra de la confianza en las instituciones y en los prescriptores que crean la opinión publicada. Me refiero a los auténticos bulos, no a cualquier tipo de noticia que incordie a nuestro Gobierno. Habrá que recordar que las primeras informaciones sobre la corrupción en el interior del gobierno fueron recibidas como invenciones inconsistentes a las que no había que tomar en serio. Ahora que esas noticias han alimentado informes policiales y los protagonistas están siendo investigados, el fango lo constituyen las nuevas averiguaciones que profundizan en estas tramas.
Si las conspiraciones, las fake news y los bulos tienen hoy más adeptos -y esto último habría que analizarlo con sumo cuidado-, es por la habitual incomparecencia de muchos políticos y más de un periodista en el ámbito de la verdad. Por tanto, el balón nunca estará en el tejado de los generadores de bulos, ya que, por regla general, los amantes de la conspiración que se encuentran fuera de la realidad son una minoría desquiciada que puede ganar terreno en coyunturas concretas, pero difícilmente llegarán a ocupar un papel central en la actualidad. A no ser, claro está, que haya quien quiera situarlos en el centro por cálculo político o crematístico.
Hablemos, por ejemplo, de Iker Jiménez. Sus programas y sus publicaciones siempre han tenido el mismo sesgo desde que se inició en el periodismo de misterio bajo la estela del célebre Doctor Jiménez del Oso en las páginas de la desaparecida revista Enigmas. Entre ovnis, fenómenos extravagantes y parapsicología, sus espacios han frecuentado teorías de la conspiración de diversa ralea. Él no ha cambiado ni un ápice, pero ya lo han convertido en una cuestión de Estado. La memoria parece frágil. Hace algo más de una década, los mismos que hoy lo consideran un peligro para la democracia lo catapultaban. Trabajaba entonces para quienes ahora lo denuestan. E incluso, lo premiaban. ¿Qué ha cambiado? Pues que sus historias ahora atacan a quien no deben. Cuando en sus programas salían proxies rusos para esparcir sus falsedades o los invitados denunciaban que los verdaderos amos del mundo – léase, los malvados capitalistas- nos controlaban y nos querían engañados, no parecía molestar tanto. También el contexto ha cambiado. Su nicho de seguidores se ha ampliado más allá de las fronteras del esoterismo. Su credibilidad creció durante la pandemia. Supo leer el momento y acertó. En ese entonces, el negacionismo gubernamental intentaba convencernos de que nada sucedía a nuestro alrededor, alardeando de la Ciencia. Una prueba de que un reloj averiado puede marcar bien la hora sin pretenderlo, y del paulatino descrédito de los expertos.
«La bulofilia se disfraza de bulofobia en el discurso sanchista. Tanto es así que Montero anunció que este iba a ser uno de los grandes temas del congreso de Sevilla»
Por otra parte, sorprende que, en plena escalada de las denuncias contra los bulos de la derecha y la ultraderecha por parte nuestros ministros, nos encontremos con Félix Bolaños recalcando que no hubo una trama rusa de apoyo al secesionismo en Cataluña. Contra el parecer, por cierto, del Parlamento Europeo. Todo por continuar jugando a ese particular Jenga político con sus socios independentistas. La bulofilia siempre se disfraza de bulofobia en el discurso sanchista. Tanto es así que la vicepresidenta María Jesús Montero anunció que este iba a ser uno de los grandes temas a tratar en el Congreso Federal del PSOE en Sevilla. Porque hoy la palabra «bulo» en boca de un dirigente socialista no deja de sonar a cartón piedra. Y en el proceso han deteriorado la confianza en demasiadas instituciones – desde el Centro de Investigaciones Sociológicas hasta la Fiscalía General del Estado-, mientras el Gobierno denuncia que el primer partido de la oposición, y el más votado en las últimas elecciones generales, tiene un proyecto golpista. Nos costará sanar las heridas que se están abriendo en estos últimos años.