¿Un relato nacional para España?
«Sánchez denuncia que el caos político que padecemos se debe a los odiadores profesionales. La verdad es que este español, este sí, desprecia cuanto ignora»
«La incompetencia es tanto más dañina cuanto más grande sea el poder del incompetente». Recupero la frase de Francisco Ayala, cuando escribo desde Jalisco esta crónica sentimental sobre el valor de la literatura y las vergüenzas de la política. Hacía seis años que no venía a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), con seguridad el evento cultural más relevante de todos los países de habla española. La frecuenté en cambio en los años felices, en compañía de Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, cuando patrocinaban la cátedra Cortázar de la Universidad local. A su invitación y la de Raúl Padilla, inigualable mago a cuya historia debemos el triunfo perdurable de la FIL, pronuncié allí una conferencia titulada El fundamentalismo democrático, en la que trataba de advertir sobre los crímenes contra la democracia que se perpetran paradójicamente en su nombre.
La figura de Ayala fue citada entre otras muchas en el homenaje al exilio español republicano que se rindió en los actos del presente encuentro. Y no me resisto ahora a recuperar esa cita suya que tan bien describe el esperpento de nuestra actualidad política: el destrozo que vienen causando a nuestra convivencia los incompetentes, por no decir idiotas, que nos gobiernan. Dicho destrozo, por lo demás, nada tiene que ver con sus particulares ideologías, porque militan a izquierda y derecha; pero el daño que producen, como señala el aforismo, es directamente proporcional a la magnitud de su inmerecido poder.
En la FIL de este año tuve además ocasión de presentar el libro de Laurence Debray Mi Rey caído, un relato sobre las circunstancias en que la citada autora entabló conocimiento con el rey Juan Carlos I de España, sobre el que escribió una excelente biografía. Laurence es hija de Regis Debray y Elizabeth Burgos, dos históricos revolucionarios de izquierdas y notables analistas y pensadores políticos. Regis saltó a la fama internacional cuando fue detenido por el ejército en Bolivia, donde debía acompañar al Che Guevara en su frustrado intento de provocar la caída de la dictadura local. El Che fue asesinado por los militares y Debray condenado a 30 años de cárcel. Sartre, Malraux, De Gaulle y el papa Pablo VI, entre otros, encabezaron una gigantesca campaña internacional por su liberación, que se produjo tres años más tarde de su encarcelamiento. Laurence ha heredado la sensibilidad literaria y la inteligencia analítica de su familia. También su independencia de criterio.
Lo que me interesa es resaltar su comentario sobre el asombro que le produce que en España no se celebre con entusiasmo el aniversario de la exitosa Transición política. «En Francia» -dice- «la conmemoración se ha convertido en un deporte nacional. En España es la autodenigración. No existe un relato nacional». Públicamente discrepé en un punto de este sagaz análisis. Sí hay un relato nacional, pero está siendo destruido en nombre de la Memoria Histórica decretada por Rodríguez Zapatero. Como asignatura curricular responde a los fantasmas personales de quien la impuso, empeñado en resucitar la historia de nuestros enfrentamientos y silenciar y desconocer la reconciliación de la que es fruto nuestra democracia y el progreso material y cultural de España durante las últimas cuatro décadas.
El reciente congreso del PSOE ha puesto de relieve todas estas máculas de nuestra actual circunstancia. Los partidos políticos en general, y el socialista y los nacionalistas irredentos en particular parecen empeñados en reescribir la historia patria, conforme a sus propios intereses, al margen del servicio a la ciudadanía. El relato sobre la Segunda República, la Guerra Civil y la dictadura franquista, fue establecido desde hace años, con rigor e imparcialidad por lo mejor de la historiografía internacional, en la que descuella la escuela británica. España, su relato como nación, que por lo demás llegó a construir el imperio más poderoso y extenso del mundo, palpita no solo en lo mejor de nuestra literatura (desde los Machado hasta el exilio en México), sino también en las páginas inolvidables de Hugh Thomas o Paul Preston.
«Asistimos a severos intentos de ocupación de las instituciones por parte del Poder Ejecutivo y en beneficio exclusivo de quienes lo ejercen»
Pero lejos de leerlos, los aprendices de magos de nuestra demediada clase política parecen querer puntualizarlos en apoyo de sus particulares deseos. Precisamente Thomas denunció la irrefrenable ideologización de los partidos durante la República, que acabó derivando en una partitocracia similar a la que ahora vivimos. Esa es una enfermedad antigua de aquellas democracias cuyos dirigentes basan su legitimidad de manera exclusiva en el sufragio e ignoran que por muchos votos que se obtengan, el sistema exige también una legitimidad de ejercicio: el respeto a los derechos de las minorías, la sumisión al imperio de la ley, la independencia de la justicia, el control parlamentario de la oposición al Ejecutivo, y el ejercicio de la libertad expresión por parte de los ciudadanos.
Por desgracia, pero no por casualidad, desde los Estados Unidos a la Unión Europea, pasando por la mayor parte de las autodenominadas democracias latinoamericanas asistimos a severos intentos de ocupación de las instituciones por parte del Poder Ejecutivo y en beneficio exclusivo de quienes lo ejercen. Asombra la dedicación a la liturgia esperpéntica de la mentira, la arrogancia y la autosatisfacción de los idiotas que circunstancialmente lo alcanzan.
Ejemplo tan irritante como lamentable de esto que digo es lo sucedido con ocasión de la DANA de la Comunidad Valenciana que ocasionó más de 200 muertos en apenas unas horas. No sé hasta qué punto los científicos, enaltecidos y criticados hoy casi a partes iguales, pueden predecir con exactitud y a tiempo los eventos de la naturaleza. Pero los ciudadanos podemos valorar la respuesta de quienes nos gobiernan a los desastres generados, sea por fenómenos naturales o por negligencias humanas. El jefe del Gobierno español y el presidente de la Generalitat valenciana, lejos de reaccionar con arreglo a sus responsabilidades y de asumir sus incalificables errores, se han comportado como unos auténticos señoritos de mierda.
De paso, en connivencia y con los consejos directivos de sus partidos y la complicidad vergonzante de sus ocasionales aliados, han preferido guiar sus decisiones antes por los intereses del poder que en atención a las necesidades, demandas y derechos de la ciudadanía. La utilización de una tragedia nacional como la vivida en el Levante español, para trastear sus habilidades en beneficio de su permanencia en el poder (autonómico o nacional) solo pone de relieve la falta no ya de calidad sino de humanidad de un número no pequeño de nuestros dirigentes y representantes políticos. No están a la altura ni de sus obligaciones ni de las convicciones éticas que les serían exigibles.
«El relato existe. Pero no les gusta a los idiotas cuando narra su miseria histórica frente al estúpido ensueño que les deslumbró»
La cuestión es tanto más grave cuando sirve de argumento o caldo de cultivo de quienes están dispuestos a encabezar movimientos antipolíticos cuya extensión amenaza a numerosas democracias. Los partidos son esenciales para el funcionamiento de estas pero la polarización que ellos mismos impulsan; la ausencia de autocrítica; la corrupción moral, que pretende justificar también la económica; el nepotismo, familiar e ideológico; y, sobre todo y antes que nada, la deslealtad al consenso constitucional del partido que hoy encabeza el gobierno Frankestein, lo que comienza a abrir un foso entre la ciudadanía y un sistema que ya provocó la emergencia del no nos representan.
Mi discrepancia con Laurence Debray, una republicana sensible y leal a los valores de la democracia, exclusivamente se refiere a la supuesta ausencia de un relato nacional español. El relato existe. Pero no les gusta a los idiotas cuando narra su miseria histórica frente al estúpido ensueño que les deslumbró. Pedro Sánchez denuncia que el caos político que padecemos se debe a los odiadores profesionales. La verdad es que este español, este jefe de Gobierno de su particular España, este sí, desprecia cuanto ignora.