Ojo, la lengua te desnuda
«Todo está en las palabras: sueños, anhelos, amores, odios, sentencias, documentos, prevenciones, testamentos. La vida es un documento continuo»
Todo está en las palabras. Todo. Victor Klemperer (1881-1960), en 1920 consiguió la cátedra de Romanística de la Escuela Superior Técnica de Dresde. Entre 1933 y 1945 conoció dramáticamente lo que fue la persecución nazi, a pesar de ser, además de discípulo del gran Karl Vossler, un extraordinario conocedor y difusor de la cultura alemana. Durante sus años de persecución decidió escribir un Diario, hoy un testimonio espeluznante de esos años, publicado en España por Galaxia Gutenberg.
Los diarios se salvaron al ocultarlos en casa de una amiga. Él se salvó, a pesar de todas las humillaciones que sufrió al ser judío, por estar casado con Eva Schlemmer, el matrimonio se había celebrado en 1906, y al no ser Eva de ascendencia judía. Estaban bajo las leyes del Tercer Reich que dictaminaron «matrimonio mixto», y eso le deparaba a Víctor una muy provisional angustia de no ser deportado. De Herr Professor pasó a la condición de apestado.
Kemplerer comienza una empresa titánica, oculta: recoger y anotar todo lo que ocurre, centrándose, de manera, si se quiere profesional, o académica, en lo que se dice, se publica, se anuncia en los discursos, se propaga en los medios. Como filólogo, la empresa es formidable. Su impulso es clave. Sólo podrá entender lo que ocurre si disecciona la lengua en la que se expresan los dirigentes nazis. Y emprende una labor callada, implacable e impecable, la elaboración de un libro hoy impagable, desde la perspectiva histórica, filológica, propagandística y política: LTI. La lengua del Tercer Reich: apuntes de un filólogo (Minúscula, 2001), publicado, claro está en 1947.
La intención es luminosa: «¿Cuál es el medio de propaganda más potente del hitlerismo? (…) a través de las palabras aisladas, de expresiones de formas sintácticas que imponían repitiéndolas millones de veces y eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente», escribe. Todo es una cuestión de palabras. Del uso y proyección, utilización y propaganda de las palabras dichas, emitidas, pronunciadas, escritas en un determinado momento, en un determinado lugar, en una determinada circunstancia.
La reciente película El ministro de propaganda (2024, Joachim Lang), dedicado al urdidor de todo este entramado, el siniestro y criminal, Joseph Goebbels, es un buen ejemplo. Pero Kemplerer, erudito, silenciado, perseguido, humillado, continúa su trabajo. Descubre cómo «aquello que alguien desea esconder de manera consciente, sea solo ante los demás o de sí mismos, también aquello que lleven dentro de sí sin saberlo: la lengua lo saca a la luz. A eso se refería seguramente la sentencia: ‘Le style c’est l’homme’; las palabras de una persona pueden ser mentira, pero en el estilo de su habla yace su ser al descubierto». Así es.
«El mundo es un laberinto de palabras que se entrecruzan, dialogan, pleitean, acuerdan, en el vértigo insoslayable del día a día»
Hay una figura en la retórica literaria que se denomina el estilema: «Rasgo estílistico, es el elemento distintivo de un estilo de una obra artística», «usus escribendi». Pero el estilema se puede extender, de manera un tanto heterodoxa a la lengua oral. La primera lengua, antes de la escrita y que se entiende como la «capacidad de comprender y usar símbolos verbales como forma de comunicación». Nadie es ajeno al estilema. Alex Grijelmo publicó una excelente novela, El cazador de estilemas (Espasa, 2019) en la que en clave de un muy sugerente thriller, la investigación del estilema conduce a la resolución del caso. La lengua oral, sobre los demás usos, todo lo reproduce en diversos grados. Todos nos expresamos con palabras. En el uso se puede distinguir la competencia lingüística, el grado de conocimiento de la diversidad del lenguaje, el tipo de construcción de la frase, el número de términos (palabras) que se utilizan y, si es el caso, la intención y la circunstancia, el contexto.
Sea uno consciente o no, da igual, subyace un uso singular. Porque como advirtió Homero: «El uso es más poderoso que los Césares». La lengua es la quintaesencia de una formación social, cultural. Su uso, consciente o inconsciente, es determinante para la configuración social. De ahí que el propio Ortega concluyera que «la filosofía deviene en filología».
Todo está en las palabras: sueños, anhelos, amores, odios, sentencias, documentos, prevenciones, testamentos. La vida es un documento continuo; la expresión, una biografía al día, más allá de la que uno pueda escribir más tarde en la soledad de su despacho. El mundo es un laberinto de palabras que se entrecruzan, dialogan, pleitean, acuerdan, en el vértigo insoslayable del día a día. Nadie es ajeno al tráfago fatal, o no, de las palabras. A su perversión o a su anhelo de verdad.
Las palabras son inocentes, no son divinas (Valle-Inclán), no están malditas, viven en cada uno de los hablantes, nacen, se desarrollan y muchas, perecen. Nadie es inocente del uso que les dirige, porque consciente o inconsciente, como nos adelanta Kemplerer el ser yace en cada una de ellas. El ser más oculto, imprevisto. De la intención con las que son pronunciadas deriva su proyección en la sociedad. Ojo, por tanto, las palabras te desnudan con la inocencia de lo implacable e irreversible.