THE OBJECTIVE
Javier Rioyo

Dogmáticos, cretinos y ruines

«Ni queremos que los vencedores de ahora, los nuevos caudillos, nos arranquen de nuestra tierra y nuestra alegría. No queremos destierros ni exilios ni autoexilios»

Opinión
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Dogmáticos, cretinos y ruines

El poeta Luis Cernuda.

«Lo cretino, en ti,

no excluye lo ruin

Lo ruin en tu sino,

no excluye lo cretino.

Así que eres, en fin,

tan cretino como ruin»

Luis Cernuda

En estos días de celebración de la gran feria del libro en español en Guadalajara, la mexicana e imprescindible FIL, vista la intervención de los responsables de nuestra cultura -Ministerio de Cultura e Instituto Cervantes principalmente-, he vuelto a pensar, leer y acercarme a ese español transterrado e infeliz; a veces desabrido, duro y afilado que fue Luis Cernuda. No le veo rodeado de dogmáticos, ni de cretinos, ni de tarascas y menos de ruines disfrazados de progresistas. Cernuda no era de ellos, siempre republicano, nunca rojo.

El poeta de La realidad y el deseo apenas estaba a gusto consigo mismo, pero sí supo ser amigo de los menos dogmáticos de los suyos. Abiertos amigos del exilio como Manuel Altolaguirre y Concha Méndez. Siempre cercano a sus compañeros de pasiones, estetas y no ideológicos como Gregorio Prieto o Vitin Cortezo, que siempre desearon y esperaron su regreso. Pero el poeta ya era un peregrino libre y solitario, «sin hijo que te busque, como a Ulises. Sin Ítaca que te aguarde y sin Penélope». Recogido en la casa del jardín de los Altolaguirre, de la separada Concha Méndez y de su hija, que siempre estuvieron cerca de este hombre triste y bueno, que murió solo y ascéticamente fuera de su tierra.

Un poeta no dogmático, traductor y biógrafo de Cernuda y sin embargo presente -con toda justicia poética- en esta FIL dónde España es el país invitado, es decir el paganini en castiza expresión de un amigo que sabe, nos recordó muchas de esas contradicciones. Hablo de Antonio Rivero Taravillo y su esencial biografía del poeta sevillano. En ella se narran los intentos de Alfonso Reyes, liberal y generoso amante de España, y de Octavio Paz, no menos liberal, generoso y anticomunista sin fisuras, tuvieron que hacer para conseguirle algunos trabajos, charlas, colaboraciones, traducciones y otros menesteres de pocas alegrías dinerarias. En esa biografía se recogen muchos datos, encuentros y correspondencia de Cernuda.

Una carta de mucho interés es la que desde La Habana le escribe a José Luis Cano: «Algunos me preguntan si no echo de menos mi tierra, después de una ausencia de más de 12 o 13 años. Esa gente no comprende todavía algo que yo comprendo ya: que España, México, Cuba y probablemente cualquier país de lengua española, forman una unidad, y no me siento extraño, ni pierdo mi cariño a España, por vivir en otra tierra de mi lengua. Antes bien, veo mejor a España, así como yo, andaluz, comprendía mejor Andalucía, sin nostalgia, desde Castilla». Eso escribía en 1951. Las cosas no siguieron así, el espíritu de las dos Españas, ya se asomaba en el exilio, entre los exiliados aparecieron los dogmatismos de los guardadores de las esencias rojas de la República.

El olvidado poeta Juan Chabás, del exilio cubano y antes de la llegada del castrismo ya escribió, como un adelantado de lo que vendría, contra Cernuda al que acusó de «nihilismo neobarroco y pútrida inclinación hacia las más confusas cimas del erotismo onírico». Y continuó acusándole de «turbias visiones sensuales y abandono de la fe marxista». A Chabas nadie lo recuerda apenas, nadie lo lee, a Cernuda seguirán haciéndolo todos los que gusten de la poesía y la literatura. Hay quien confunde literatura con compromiso del estilo progresista sanchista o lo que eso sea. Incluso algunos de los responsables de las invitaciones de esta Feria a los más cercanos al progresismo imperante de nuestros escritores -con sus notables excepciones- les quieren hacer confundir poesía con versos aptos para la ampliación de la antología de las mil peores poesías de la lengua castellana. Un libro que estamos esperando como continuación del clásico de Jorge Llopis y reeditado por Abelardo Linares. Muchos se merecen esa dudosa gloria.

«El último premio Carlos Fuentes se lo han otorgado a un alto funcionario español, rojo por conservador, maniobrero por voluntad y estilo»

Sobre literatura y domesticados, sobre esos funcionarios de la cultura, escribe un querido poeta y novelista, Manuel Vilas, en su última publicación: El mejor libro del mundo. El escritor aragonés, libre por haber conseguido tener éxito con su literatura sin servidumbre, confiesa con su realista ironía al desnudo: «En España solo se puede ser funcionario de la literatura, funcionario de izquierda avanzada y progresista, pero funcionario. Feminista, pero funcionario. Premio Cervantes, pero funcionario». Y eso que no le dio tiempo a conocer esa limpia historia de relaciones de intercambios e intereses que tiene que ver con México. El último premio Carlos Fuentes -él nunca lo hubiera consentido, y sé de qué hablo- se lo han otorgado a un alto funcionario español, rojo por conservador, maniobrero por voluntad y estilo, que decide muchas cosas, demasiadas, en nuestra realidad cultural sometida. El premio es de 150.000 euros. Lo merece por su cargo, su obediencia sanchista progresista y por otras artes que se van conociendo. Casi todo está por salir, los bulos, los amaños y las mentiras.

Y dónde digo Sánchez y sus mariachis debería decir Égolo. Así le llama Vilas y me gusta, para no confundir con otros Sánchez. No hay Égolo como él, el puto amo, virrey de la limpieza en saunas y otros lugares de sus recreos. Dice el novelista de Barbastro: «Escribo todo esto mientras en España gobierna Égolo, así lo llamo yo. He tenido que vivir estos años bajo su mandato, era imposible zafarse de su omnímoda presencia, espero que se vaya pronto, aunque no creo que el que venga a sustituirle sea mejor. Ojalá viniera una mujer, que son menos generosas y terribles que los hombres… Me cagaba en él y en sus trajes bien planchados cuando entraba en un autobús o cogía un metro o subía a un avión español. Cuando subía a un avión italiano, francés o americano le decía: ¿Te das cuenta, maldito tirano, de lo que es respetar la libertad de los ciudadanos? Y me reía. Esa es la obligación de la literatura: la disolución de la moral del Gobierno, de cualquier Gobierno, y el advenimiento de la risa».

Yo quiero seguir riéndome con Vilas, con Taravillo, con Kafka o con Joyce. Con Cernuda nos pondremos serios porque no queremos ir a parar dónde habite el olvido. Ni queremos que los vencedores de ahora, los nuevos caudillos, «caínes sempiternos», nos arranquen de nuestra tierra y nuestra alegría. No queremos destierros, ni exilios, ni autoexilios. Que se vayan ellos. El México de López Obrador o de Claudia Sheinbaum, los recibe con las manos abiertas. Y Venezuela de Maduro está feliz de recibirlos como embajadores de esta España que se les parece en estilo de mando. O en la Cuba castrista, con su «jovial» dictadura dónde no caben ni Cabreras ni Baqueros, pero sí los rebaños de progresistas unidos. Deseando que menos sea más. Que no engañen con sumas de esos que no se merecen que digamos su nombre ahora. No queremos envenenar nuestros sueños. Y los sueños sueños son. Soñaremos. 

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