Energías renovables, sí; pero no así
«Lo prioritario son unas energías limpias en teoría, pero perjudiciales para el paisaje y el medio ambiente, y por las que se pueden expropiar campos y cultivos»
¿Qué ocurre con las energías renovables? ¿Por qué comienzan las protestas contra sus instalaciones, sobre todo fotovoltaicas? Se suponían que iban a ser la panacea para nuestro balance energético, nuestros compromisos de carbono y para el apoyo a las gentes del campo. ¿Por qué, entonces, las protestas se van ampliando? Se nos vendieron como energías limpias, para finalmente descubrir que no es oro todo lo que reluce. El impacto paisajístico y ecológico es, sencillamente, brutal. ¡Energías renovables, sí; pero no así! Vocean viticultores y bodegueros de Jerez frente a los anunciados generadores eólicos en el pago de Macharnudo. Quejas, protestas y movilizaciones que se repiten en otras zonas vinícolas como las del Bierzo, el Priorato, Valencia o la Rioja navarra. ¿Qué temen los agricultores? ¿Por qué se movilizan frente a unas instalaciones que, en teoría, les ofrecen unas rentas muy superiores a la que obtienen con sus explotaciones agrarias?
En efecto, algunos agricultores, cansados de sus bajísimas rentabilidades o de sus pérdidas, aplastados por normas, controles, imposiciones, restricciones y burocracias ininteligibles, acogieron con resignación las propuestas de las energéticas, que les pagan más de mil euros por hectárea y año. Una buena renta, limpia, y sin problemas de ningún tipo. ¿Cómo no aceptarla? Y así, entre dudas – y alivio por los ingresos seguros a percibir -, van firmando los papeles que condenan a sus tierras a dejar de producir alimentos para soportar unas instalaciones cuasi industriales que generarán los kilovatios demandados pero que hipotecarán por largo tiempo su vocación agrícola. ¿Un buen negocio? Pues ya veremos y depende de para quién, en todo caso. La evolución de la industria energética también tiene dudas y sombras de cara al futuro y no necesariamente tiene por qué disfrutar de un horizonte tan próspero y seguro como sus voceros profetizan.
La rápida expansión de molinos y placas ha sorprendido a los agricultores. Y la sorpresa ha sido aún mayor al descubrir que les pueden expropiar sus tierras sin que nada puedan hacer por evitarlo. En Andalucía, los olivareros de Jaén protestan contra la instalación de una gran extensión de superficie de paneles solares. Leemos que en León se expropian las tierras de más de 160 agricultores para construir un gran parque fotovoltaico. Y así, suma y sigue. Existen planes ya aprobados para instalar más de ¡50.000 hectáreas!, de instalaciones solares, la mayor parte de ellos sobre superficie agraria. ¿Qué porcentaje de estas superficies se expropiarán a sus propietarios? Lo ignoramos, pero, independientemente de su cuantía, nos parece una agresión grave e innecesaria al derecho de propiedad y al necesario aseguramiento de nuestras demandas alimentarias.
Los artículos 54, 55 y 56 de la Ley del Sector Eléctrico consagran la felonía. Los promotores de las instalaciones, una vez obtenida la utilidad pública para su proyecto energético, pueden expropiar las tierras a los agricultores afectados que o se someten al precio que le ofrecen o se verían forzados al trágala del justiprecio. Su vida, su herencia familiar, sus ilusiones, al garete. Al sistema no le importan los agricultores, ni sus olivos, ni sus viñas, preteridos por molinos y paneles, auténticas niñas bonitas de legisladores y mandamases.
Increíble, pero cierto, como dolorosamente han comprobado en carnes propias agricultores de diversas partes de España, dolorosamente furibundos y sorprendidos. «Cuando nos los comunicaron, no nos lo podíamos creer, protestan incrédulos. ¿Cómo nos pueden quitar, así, nuestros olivos, para poner placas? ¿Por qué son más ellos que nosotros?». Y tienen razón en sus quejas. Les quitan las tierras para poner paneles simplemente porque el lobby eléctrico ha sido todopoderoso e influyente, al punto de abducir a legisladores, ecologistas y partidos políticos, todos encantados de cubrir con placas campos y praderas. Nos quieren hacer creer que es más verde una explotación fotovoltaica que un campo de frutales o de trigo, un auténtico contradiós. Pero, lo más curioso, es que muchos le han comprado el mensaje, seducidos por su relato supuestamente eco. Ver para creer.
«Compartiendo la bondad de las energías renovables, no es razonable el restar suelo agrícola por unas superficies cuasindustriales»
Eso pensaba cuando este pasado verano viajaba desde la impresionante necrópolis de Carmona hasta yacimiento tartésico de Setefilla, en Lora del Río, entre la campiña y la vega sevillana. Siempre me gustó conducir por esa carretera. Su paisaje ondulado supone un canto a las campiñas fértiles desde la antigüedad. Atrás, la gran ciudad, Carmo, la tartésica, encaramada en su alcor, dominando vegas, campiñas y tesoros. Enfrente, la línea oscura de la misteriosa Sierra Morena, preñada del metal que enriquecería nuestra protohistoria y que aún se explota cinco mil años después.
Pues bien, me disponía a disfrutar de la travesía, de sus rastrojos y girasoles de calor, cuando me agredió el cambio brutal en el paisaje, antes hermoso. Cientos de hectáreas de suelo cultivable estaban siendo desmontados, nivelados y aterrazados para la instalación de campos fotovoltaicos, un auténtico horror estético y medioambiental. Compartiendo la bondad de las energías renovables, no es razonable, ni entendible, ni lógico, el restar suelo agrícola por unas superficies cuasindustriales, de negras placas solares, estructuras de acero, cimentaciones de hormigón, caminos, cercas metálicas y subestaciones zumbonas, un auténtico horror paisajístico y biocida.
Para impedir el crecimiento del forraje, los suelos serán tratados con herbicidas sistémicos, hasta que queden envenenados, muertos y yermos. Nos venden –y nosotros compramos– el que se tratan de instalaciones sostenibles y ecológicas, cuando no se me ocurrió en aquel momento, ni ahora tampoco, una pesadilla más invasora y antiecológica. El día que alguien grite el rey está desnudo, seremos consciente del ecocidio de las dichosas placas, del que estamos siendo cómplices necesarios, bobos y felices. Que una cosa es que las coloquen sobre cubiertas de edificaciones – estupendo – y, otra bien distinta, que lo hagan desgraciando suelo rural, atacando vilmente paisajes y ecología y cebando, por si poco todo ello resultara, las crisis alimentarias del mañana.
«Resultan perjudiciales para el paisaje, para el medio ambiente y para los crecientes requerimientos de nuestra despensa»
El lobby energético lo ha hecho bien, pero que muy bien, para sus intereses, claro está. Pero dudamos que lo sea para el interés general. Desde luego resultan claramente perjudiciales para el paisaje, para el medio ambiente y para los crecientes requerimientos de nuestra despensa. ¿Cómo se permiten, cómo se estimulan, cómo se fomentan, cómo se facilitan, cómo se aplauden, semejantes engendros y monstruos con piel de cordero?
El campo parece no importar. Lo prioritario son unas energías limpias en teoría, pero que, en verdad, se nos antojan sucias, muy sucias, por las que se pueden expropiar, además, campos y cultivos. Tienen razón los agricultores, viticultores y olivareros cuando gritan: ¡Energías limpias sí: pero no así!
Que no sea así, paremos este disparate….