Venezuela, sin libertad no hay violines
«’Niños de Las Brisas’, de Marianela Maldonado, que acaba de estrenarse en Madrid, es uno de los documentales más conmovedores que he visto nunca»
Uno de los hitos de la cultura venezolana es el modelo de educación musical conocido como El Sistema, creado por José Antonio Abreu en 1975, cuyo nombre completo es Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela. Se trata de un ambicioso proyecto de integración social e iniciación artística a través de la música clásica. Una idea pionera en su tiempo y que ha dado frutos notables, como el director de orquesta internacional Gustavo Dudamel. El concepto básico es que la música puede salvar destinos y que la persona que aprende a tocar un violín jamás empuñará un fusil. Un modelo educativo de ancha base social y estrecha cúspide. Todos los jóvenes y niños que lo deseen pueden acceder a él y, al mismo tiempo, es meritocrático, solo los más talentosos y trabajadores pueden ascender en la pirámide musical hasta integrarse en las diversas orquestas que propicia el sistema.
La Venezuela democrática (1958-1999), que nació de los acuerdos de Punto Fijo entre los diversos partidos políticos tras el fin de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y que murió con la llegada de Hugo Chávez a Miraflores y su inmediata instrumentalización de las reglas para perpetuarse en el poder, construyó algunas instituciones culturales notables para toda Hispanoamérica. La editorial Monte Ávila, la colección Ayacucho, de clásicos hispanoamericanos, el Premio Rómulo Gallegos, el Festival de Teatro Iberoamericano y muchos otros, siendo la joya de la corona El Sistema de Abreu, que es el único que sobrevivió al vendaval populista y autoritario de Chávez-Maduro. Sin embargo, la pregunta clave es: ¿se puede mantener un programa de alcance social y cultural amplio mientras se construye una dictadura y la economía se hunde?
La respuesta a esta pregunta la da Niños de las Brisas, de Marianela Maldonado, que acaba de estrenarse en Madrid y que es uno de los documentales más conmovedores que he visto nunca. Maldonado había participado como guionista en algunas obras documentales, y es coguionista, junto a Suzie Templeton, la directora, del cortometraje animado Pedro y el lobo, que ganó el Oscar de 2007.
Para el espectador español será un auténtico golpe de realidad sobre las condiciones de precariedad de los latinoamericanos, pero también de su capacidad de resistencia. Un mundo en donde la violencia deja huérfanos y viudas en casi cada familia, un mundo sin los servicios más básicos y en donde el gobierno solo se hace presente a través de eslóganes, obligaciones y represión; un mundo desamparado que ni los marginales de los marginales en España sospechan siquiera. Las Brisas es un arrabal de la ciudad de Valencia tomado por la delincuencia, de donde son los tres jóvenes cuyas vidas sigue el documental, Wuilly, Dissandra y Edixon, músicos de El Sistema.
Maldonado y su equipo de producción logró el milagro de entrar al corazón cotidiano de esos tres jóvenes y de sus familias, con centenares de horas de grabación, y a lo largo de casi una década, en un arco temporal que va de 2012 a 2022. La vida de estos tres jóvenes, sinécdoque de la vida venezolana, es desoladora e involuntariamente heroica. Wuilly crece en una familia muy pobre de fanáticos evangélicos; Dissandra en una familia rota por la violencia y el abandono paterno; Edixon suma a la violencia y el abandono, la discapacidad de su madre, sordomuda de nacimiento. En tales vidas, las abuelas los númenes titulares que rigen, con esfuerzo y benevolencia, una vida familiar rota.
Los tres buscan en el sistema una forma de salir de una pobreza aplastante, y dedican muchas horas y años al estudio de la música, en unas condiciones materiales y espirituales totalmente desfavorables. Cada nota de su violín/viola es un milagro. Al mismo tiempo, es el canto del cisne. El Sistema, vertical e inescrutable, se cierra de golpe: la dura realidad de Venezuela se les acaba imponiendo de una manera dramática, con tres de los destinos posibles que marca la dictadura de Maduro. El exilio económico, el exilio político, previa disidencia, protesta y represión, y la integración forzada, por razones de estricta supervivencia, lo que los marxistas todavía llaman, ahí donde no gobiernan, el aparato represivo del Estado. Triste desmentido de Abreu y de todo el postulado moral de El Sistema: efectivamente, si se tiene hambre y desesperación, se puede permutar el violín por el fusil de asalto. ¿Quién es Bach frente al rancho diario y la despensa llena?
«Si se tiene hambre y desesperación, se puede permutar el violín por el fusil de asalto»
Niños de las Brisas es una película llena de detalles reveladores que enlazados forman un caudal contestatario mejor que casi cualquier alegato político. La fuerza de las imágenes sustenta la realidad de los hechos. Y viceversa. Dissandra y su abnegación empática; Edixon y su resignación estoica y Wuilly y su rebeldía contagiosa son tres destinos tristemente comunes, pero también, tres símbolos de lo mejor del espíritu humano y su búsqueda de libertad.
Al verla, es inevitable pensar en la Venezuela de hoy mismo, que la película no retrata. ¿Qué ha sido de esos jóvenes en los últimos dos años, en los que María Corina Machado logró la gesta despertar en sus compatriotas de todas las clases sociales el fervor cívico por la democracia y la libertad? ¿Qué esperanza tienen ellos, y el resto de venezolanos, en la que es, creo yo, la última oportunidad para romper el yugo de la dictadura de manera pacífica y civilizada?
Niños de las Brisas permite ver por dentro un barrio marginal y sus dinámicas envenenadas, incluida la ominosa presencia, apenas disimulada, del narco. Y aunque no es el tema de la película ni coincide temporalmente, insisto con ello, permite valorar aún más, si cabe, el trabajo de Machado y de Edmundo González Urrutia, candidato sustituto ante la ilegal inhabilitación de Machado. Ellos lograron sumar a los más pobres, y por lo tanto más atados al control del Gobierno, de la urgente necesidad del cambio político. Y con toda la fuerza del Estado en contra, imponerse en unas elecciones inequitativas.