¿Está la oposición? Que se ponga
«¿Ustedes recuerdan alguna frase de la oposición? Yo tampoco»
Todos creemos tener una bonita colección de ideas originales, pero las nociones a las que llegamos por cuenta propia son pocas. En gran parte proceden de los intermediarios políticos y mediáticos, que nos venden la realidad. A esto hay que sumar los propios estereotipos o prejuicios, que filtran no solo cualquier experiencia personal, sino la ingesta diaria de actualidad. Debido a la acción conjunta de estos dos factores, cuando creemos asimilar una información aséptica resulta que siempre estamos manejando datos maquillados o cocinados, tanto por fuerzas externas como internas. Esto produce tal desconexión entre el individuo y la realidad que la ciudadanía es hoy un ente cada vez más espectral al que los políticos y los medios manejan a su antojo.
En España cada acontecimiento político que se produce está sujeto a este proceso tóxico. La interacción entre la cúpula política y la ciudadanía está configurada de tal modo que el individuo particular, aunque crea participar en la resolución de los hechos, nunca decide realmente, sino que ratifica como un pelele decisiones tomadas previamente. Desde el acto mismo de votar, falsificado con las terribles listas cerradas, hasta las decisiones políticas unilaterales y los cambios drásticos de programa una vez ganadas las elecciones, los casos de manipulación de la ciudadanía son tantos que han llegado a considerarse algo normal, cuando son una aberración que invalida cualquier democracia.
Lejos de mejorar, este año 2024 ha acrecentado ese desfase entre el engranaje político español y el contribuyente que lo mantiene con sus impuestos. Pero no nos pongamos apocalípticos en estas fechas navideñas, que España conserva su estatus de democracia plena, ratificado en los rankings internacionales. Es verdad que los índices de The Economist, Freedom House y Rule of Law la han apeado varios puestos en el último lustro. Y también que en los índices IDEA y V-Dem nuestro país ha descendido en los indicadores de calidad jurídica, electoral, participativa, igualitaria, deliberativa y representativa. España cubre las apariencias al mantenerse dentro de las democracias plenas, en el entorno de países de como Estonia, Portugal, Italia o Bélgica, considerados con frecuencia democráticamente imperfectos en cuanto a participación ciudadana, cultura política, rendimiento gubernamental y libertades civiles.
«Este año 2024 ha acrecentado ese desfase entre el engranaje político español y el contribuyente que lo mantiene con sus impuestos»
En cualquier caso, aunque el votante español pueda considerarse alienado, manipulado y desconectado de la realidad política de su país, siempre le queda la oposición. Al fin y al cabo, la democracia parlamentaria es un sistema de gobierno basado —como su nombre sugiere— en un debate de argumentos y contraargumentos. Difícilmente podrá haber una convivencia democrática sin una deliberación nacional que implique una exposición de intenciones y una crítica razonable. Pero la noción de la oposición es relativamente nueva: surgió con la llegada de los partidos políticos modernos en el siglo XIX. La rotación de dos partidos apuntaló el concepto de una oposición permanente frente al gobierno.
Mirando ahora hacia la oposición española, o hacia donde debería estar la oposición española, viene a la cabeza una fábula satírica de Ambrose Bierce en su célebre Diccionario del Diablo. En una de sus perlas políticas, el autor estadounidense describe el país de Ghargaroo, cuyo líder, tras una larga temporada en el extranjero estudiando ciencias políticas, regresa dispuesto a aprobar las leyes necesarias para poder recaudar impuestos. Comienza eligiendo a dedo un centenar de hombres para llenar los escaños del Parlamento y aparta a 40 de ellos para que actúen como oposición, instruyéndoles con firmeza sobre su cometido: llevar siempre la contraria al Gobierno.
El primer día en que se estrena la organización legislativa, resulta que la oposición olvida su cometido y la primera medida enviada al Parlamento sale aprobada por unanimidad. Procurando contener su indignación, el amo de Ghargaroo les da la oportunidad de enmendarse, pero la segunda vez que votan a favor, los hace matar a todos. Sobrevienen unos instantes de pánico hasta que el jefe del Gobierno, un hombre resuelto, le pide que deje el asunto en sus manos. Lo que hace es embalsamar los cuerpos de los miembros de la oposición, rellenarlos de serrín y clavarlos en sus escaños, donde no vuelven a abrir la boca. El amo de Ghargaroo queda plenamente satisfecho: su país es una democracia parlamentaria con instituciones de primer orden.
Quién nos iba a decir que el país imaginado por Ambrose Bierce hace más de un siglo en la costa californiana iba a hacerse realidad al otro lado del Atlántico, en el sur de Europa, en plena era de la digitalización. ¿Ustedes recuerdan alguna frase de la oposición? Yo tampoco.