THE OBJECTIVE
Juan Francisco Martín Seco

Los barones tienen la culpa

«Si el PSOE pierde votos en las regiones que no son ni Cataluña ni el País Vasco no es por las políticas locales, sino por la nacional implantada por el sanchismo»

Opinión
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Los barones tienen la culpa

Ilustración de Alejandra Svriz.

Ya lo hizo después de las elecciones gallegas. Sánchez atribuyó a los líderes territoriales los malos resultados en las autonómicas. Ahora no ha habido elecciones, pero las encuestas comienzan a ser negativas. De nada le sirve al PSOE haberse casi comido a Sumar. En todas ellas, excepto las del CIS (esas no cuentan), el bloque Frankenstein no sumaría para mantenerse en el gobierno. Y Sánchez vuelve a cuestionar a muchos de los líderes territoriales.

Convocó el congreso federal, en parte, para celebrar a continuación congresos regionales y poder cambiar así a bastantes de los secretarios generales autonómicos, aquellos que piensa que no funcionan bien o que no considera suficientemente identificados con la nueva política. Hay mucho de tartufo en esta postura, porque si el PSOE pierde votos en las regiones que no son ni Cataluña ni el País Vasco no se debe tanto a las políticas locales como a la nacional implantada por el sanchismo.

Para mantenerse en el poder, Sánchez ha dado en buena medida el gobierno a los golpistas e independentistas. Beneficia a una parte de Cataluña y del País Vasco a costa del resto de España. Cada vez las píldoras son más difíciles de tragar. ¿Cómo van a ver con buenos ojos andaluces, extremeños, castellanos, gallegos, etc., que se cree un sistema de financiación privilegiado para Cataluña, una de las regiones más ricas, y que se perjudique a todas las demás? Los barones regionales que han protestado, al margen de si la consideran más o menos injusta, han tenido que pensar en lo difícil que sería hacer entender a su público una medida tan perjudicial para ellos.

Es posible que, entre las preferencias de Sánchez, contar con gobiernos autonómicos no ocupe un lugar privilegiado. En el fondo, los que están al frente de una comunidad autónoma poseen mando por sí mismos, y dependen menos de la dirección nacional, pueden ser más independientes, lo que casa mal con el carácter autocrático del presidente del Gobierno. En lo que sí está interesado Sánchez (y mucho) es en los votos que se pueden conseguir en esos territorios en unas generales.

Quizás, el presidente del Gobierno no quiere asumir que en unas elecciones al Parlamento español lo que va a decidir el resultado es la política nacional, la de Sánchez, que ha dividido España en dos bandos, los que mandan, los nacionalistas; y los mandados, todos los demás. Esa política le puede beneficiar electoralmente en Cataluña y en Euskadi, aunque el triunfo nunca será demasiado grande, porque siempre los soberanistas tendrán un resultado mejor. De hecho, si hoy gobierna es gracias a esos dos territorios. Pero los resultados en el resto de España tendrán que ir empeorando, aunque sea lentamente, según el personal vaya traspasando ese relato mentiroso e hipócrita, y se den cuenta de lo que en realidad esconde.

«La imposición en la candidatura de Madrid y el cese de la Ejecutiva regional fue el primer acto de la trayectoria caudillista de Sánchez»

Sánchez ganó la secretaría general, especialmente la segunda vez aferrándose al mito de la militancia, pero ello fue solo un ardid, como ocurre en todos los sistemas autocráticos. A Sánchez se le vio en seguida su verdadera vocación, no solo por los enfrentamientos con el Comité Federal, sino por la descarada intromisión en las organizaciones territoriales. Madrid es buena prueba de ello. En 2015, Sánchez, recién elegido secretario general del partido socialista, entró como elefante en una cacharrería en la Federación de Madrid, que casualmente era la suya. Cesó a toda la Ejecutiva federal, nombrando una gestora. Los modos no fueron precisamente buenos, ya que llegó a cambiar la cerradura del despacho del secretario general, Tomás Gómez, para impedirle entrar siquiera a recoger sus enseres y papeles personales. Toda la operación tenía un objetivo, evitar que la federación madrileña pudiera elegir a Gómez como candidato a presidir la Autonomía e imponer en su lugar a Ángel Gabilondo, quien, por cierto, no hizo un papel demasiado lucido, especialmente en las segundas elecciones.

Don Ángel Gabilondo, siguiendo las instrucciones de la factoría de montajes dramáticos de la Moncloa, se presentó como «soso, serio y formal». Ello no fue óbice para autodefinirse como verso suelto. Resultaba comprensible el interés del candidato socialista por distinguirse en campaña electoral del sanchismo. Un poco tarde y una operación imposible. No era creíble. Gabilondo está unido a Pedro Sánchez desde el inicio.

Aquel asalto a Madrid dejó como un erial el socialismo de la capital de España, acabando con toda posibilidad de verso suelto. Gabilondo, por supuesto, no lo era. Él era más bien el comienzo de la poesía y de la epopeya. Su imposición en la candidatura de Madrid y el cese de toda la Ejecutiva regional fue el primer acto de esa trayectoria caudillista de Pedro Sánchez que, gracias a las primarias, continúa hasta los momentos actuales.

En las elecciones autonómicas y municipales de 2019, Sánchez, consciente ya de su poder autocrático, metió mano en casi todas las candidaturas. Con más motivo en Madrid, que consideraba su cortijo particular. Con total desprecio, no solo colocó a Gabilondo a la cabeza de la lista de la comunidad de Madrid, sino que impuso como candidato a la Alcaldía a un amigo y especialista en baloncesto, Pepu. Eso sí, para mayor humillación, hizo que le eligieran en primarias. Su presencia en los debates constituyó una ópera bufa, pues se le preguntase lo que se le preguntase contestaba «déjenme que les diga» y leía un papel que alguien le habría escrito, sin relación, por supuesto, con la pregunta. Lo sorprendente es que se llegó a creer que había sido elegido de forma totalmente democrática. Un poco más y nos dice también que es un verso suelto.

«En las elecciones a la Comunidad de Madrid de 2021 parecía que quien se presentaba era él»

En las elecciones a la Comunidad de Madrid de 2021, Sánchez puso de nuevo como candidato a Gabilondo. Además, se implicó totalmente en la campaña. La consideró como cosa propia. Parecía que quien se presentaba era él. Y ahí estuvieron todos los ministros haciendo proselitismo. Lo hicieron tal como acostumbran, bronca grosera, llena de injurias y reprobaciones. Un estilo que no era propio de Gabilondo, pero que se lo impusieron, de manera que terminó perdido. Eso explica los resultados tan malos que se obtuvieron. A Gabilondo, por su paciencia y disciplina, le nombraron Defensor del Pueblo.

Después de tantos coscorrones, en las elecciones de 2023, parece que Sánchez renunció a mandar otro paracaidista a la Comunidad de Madrid, pero no así al Ayuntamiento, de modo que impuso como candidata a Reyes Maroto, haciendo que dejase el ministerio.

No es que Sánchez no haya intervenido en todas las otras federaciones. A lo largo de todos estos años no ha habido federación en la que no se haya ingerido. No obstante, Sánchez ha considerado cruciales el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid. Los malos resultados los percibió como una herida abierta. En esa federación actuó sin ninguna cortapisa. Los fracasos eran los fracasos de Sánchez. Esta frustración, unida a que sus necesarios apoyos para gobernar se encontraban en el nacionalismo catalán y vasco, ha ocasionado que el Gobierno central haya emprendido a lo largo de este tiempo una ofensiva contra Madrid en la que resulta difícil discernir cuándo es contra el gobierno autonómico o contra los propios ciudadanos.

En esta ofensiva se vio hasta qué punto la Federación de Madrid no existe y resulta una mera prolongación de Sánchez. No solo los gabilondos y pepus fueron marionetas en sus manos, sino también los propios cargos del partido, permitiendo que Ferraz y Moncloa campen a sus anchas y hagan y deshagan en Madrid. Ha sido patético.

«La Comunidad de Madrid es un agujero negro en el mapa electoral del PSOE»

Últimamente, sin embargo, parecía que la federación socialista madrileña se estaba reconstruyendo. Puro espejismo. En estos días Sánchez ha vuelto actuar en Madrid, presionando al secretario general para que dimitiese y poniendo en su lugar a un astronauta, un aparatiche que ha actuado como fontanero con Zapatero, Rubalcaba y últimamente con Sánchez. Si este lo ha elegido es para que haga una oposición tosca, áspera, soez, llena de insultos y descalificaciones. Óscar López se adecúa a la perfección y va a cumplir la demanda con todo fervor y sectarismo.

Sánchez es consciente de que conquistar la presidencia de la Comunidad es poco más que un espejismo. No lo espera. Su objetivo es tan solo mejorar sus resultados en Madrid en las elecciones generales. La Comunidad de Madrid es un agujero negro en el mapa electoral del PSOE. Saben que sin Madrid y Andalucía difícilmente podrán ganar unos comicios generales, que es lo que pretenden.

Óscar López es el séptimo ministro al que se le asigna la competencia de función pública en los años de Gobierno sanchista. Antes que él se encuentran: Maritxell Batet (7-6-2018 al 21-5 -2019), Luis Planas (21-5-2019 al 13-1-2020), Carolina Darias (13- 2020 al 27-1-021), Miquel Iceta (27-1-2021 al 12-7-2021), María Jesús Montero (17 – 12- 2021 al 21-11-2023) y José Luis Escrivá (21-11-2023 al 6-9-024). A su vez, el ministerio con las competencias de función pública ha cambiado varias veces de nombre y de la materia que le acompaña en el mismo departamento: Hacienda y Administraciones Públicas; Política territorial y Función Pública; Política territorial, Transformación Digital y Función Pública.

Todo esto es un buen indicador del interés que el sanchismo tiene por la administración. En realidad, algo parecido ocurriría si analizásemos cualquier otra materia. Da la impresión de que Sánchez, en lugar de buscar personas para un ministerio, adecúa los ministerios a las personas que quiere colocar de ministro. No obstante, el caso de la función pública es especialmente grave porque la administración en un país democrático es el instrumento que tiene un gobierno para realizar su labor, especialmente la gestión. Pero al gobierno Frankenstein nunca le ha importado gestionar, su finalidad es estar en el gobierno y, como mucho, legislar, aunque esto chapuceramente, para ello casi no precisa de la administración pública.

Óscar López no lleva tres meses de ministro, y no se sabe si va a abandonar el cargo o si pretende compatibilizar ambos cometidos. La primera opción sería la confirmación, por si cabía alguna duda, de la poca importancia que el sanchismo concede a la función pública. Pero el segundo caso sería la prueba de que en realidad lo que se busca no es un secretario general para Madrid, capaz de reorganizar y reformar la federación, para lo que se precisa tiempo, sino alguien dispuesto a hacer de gallo de pelea y mantener el discurso ofensivo, mendaz e insolente propio de este Gobierno.

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