ChatGPT se sienta a la mesa por Navidad
«La mayoría de nosotros hace lo mismo que ChatGPT: identificamos aquellos mensajes que encajan con nuestras creencias en relación con lo que se discute»
Según llegamos al núcleo de las fiestas navideñas, nos disponemos a compartir mesa con nuestros familiares en las fechas emblemáticas habituales. Es previsible que la actualidad política haga acto de presencia en estas entrañables reuniones, pese a que la mayoría de los comensales sabe que sería preferible dejarla fuera: nada más ingrato que una velada en la que haga asiento la famosa polarización.
Sin embargo, unos defenderán la «mayoría de progreso» y otros sacarán a relucir las fotografías de Aldama en Ferraz; se discutirá sobre la escena de Paiporta o el carácter «solidario» del cupo catalán. Menos común será que los jóvenes de la casa reprochen a los mayores la actualización imparable de las pensiones; estos podrían afearles a su vez que agravan el colapso demográfico si renuncian a tener hijos… lo que a su vez dará pie a hablar de inmigración y precio de la vivienda. Alguien terminará diciendo que es mejor tener la fiesta en paz; si hay suerte, la situación habrá quedado estabilizada a la altura de los postres. Y así hasta el año que viene.
En todos estos casos, afirmaremos nuestras opiniones con plena convicción: como si fueran de verdad nuestras. Pero ya es casualidad que en todas las casas españolas vayan a formularse las mismas; la única diferencia radicará en la cantidad de información que maneje cada opinador y en la habilidad con que se exprese. De ahí puede deducirse sin mayor esfuerzo que no somos nosotros los que tenemos opiniones, sino que las opiniones nos tienen a nosotros; tal que fuéramos el muñeco de algún ventrílocuo. Es obvio que los mensajes así comunicados deben tener algún origen, que por lo general se encuentra en los gabinetes de comunicación de los partidos y en los medios de comunicación; a veces, salen de algún libro. A partir de ahí, ya casi todo es réplica: unos crean opinión, otros la hacen suya.
Esta falta generalizada de originalidad ha sido puesta de manifiesto por los sistemas de procesamiento de lenguaje natural que —como ChatGPT y sus equivalentes— han pasado a formar parte de nuestra vida. Aunque son una modalidad de la inteligencia artificial, conviene recordar que no son inteligentes en sentido propio: identifican patrones lingüísticos debido a su masivo poder de computación, pero no comprenden nada; atienden a la relevancia estadística, no a los significados. Y si bien carecen de atributos típicamente humanos tales como la creatividad o la ironía, su eficacia no deja de causarnos provinciano asombro.
«Si una máquina puede hacer lo mismo que nosotros sin necesidad de comprender, tal vez nosotros no hagamos nada distinto»
Dado que su funcionamiento se basa en la identificación de patrones lingüísticos, hay quien se ha preguntado incluso en qué consiste la inteligencia humana; si una máquina puede hacer lo mismo que nosotros sin necesidad de comprender los textos que procesa, tal vez nosotros mismos no hagamos nada distinto. Es verdad que los humanos razonamos y comprendemos las emociones ajenas; la máquina, carente de autoconciencia, solo nos imita. Y puede hacerlo porque tiene acceso a —o es alimentada por— el producto acumulado en forma de texto de la cognición humana.
Todo eso está muy bien. Pero si nos asomamos al debate público y a las conversaciones privadas, comprobaremos enseguida que la mayoría de nosotros hace lo mismo que ChatGPT: identificamos aquellos mensajes que encajan con nuestras creencias en relación con los asuntos de que se discute y los comunicamos al interlocutor con mayor o menor fortuna. Seguramente, no puede ser de otra manera; somos una especie ultrasocial y así va la cosa. Pero cuando estemos a punto de responder airadamente al cuñado que nos provoca defendiendo alguna tesis que nos parezca atrabiliaria, pensémoslo dos veces: solo es como si una máquina nos hablase y mejor será pasar al brindis. ¡Feliz Navidad a todos!