THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

Mi amigo Dalmacio

«Dalmacio Negro, fallecido este lunes, era conservador, pero en sus obras como historiador de las ideas políticas se sometía siempre a la objetividad y el rigor»

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Mi amigo Dalmacio

Dalmacio Negro Pavón de joven. | X

No resulta fácil describir en pocas líneas la personalidad de Dalmacio Negro Pavón, fallecido el día 23, más que nonagenario. Historiador de la teoría política y filósofo de vocación, sucedió a Luis Díez del Corral en la cátedra de Historia de las Ideas y de las Formas Políticas de la Universidad Complutense y desde un seminario con su nombre, mantuvo en el CEU por mucho tiempo la actividad docente. Nacido en el año de la República, su padre fue un jurista conservador, ejecutado después del 18 de julio, y su madre, una mujer de gran capacidad intelectual, especialista en la enseñanza de sordomudos, que como tal intervino en la versión de un film famoso, El milagro de Ana Sullivan.

Dalmacio Negro era un hombre profundamente conservador. Por sus posiciones intelectuales, no solo sobre la política española, sino sobre temas como la mujer o el mundo extraeuropeo, podría ser clasificado en la franja extrema del liberalismo. Sin embargo, en sus trabajos como historiador de las ideas políticas, a partir de su libro sobre John Stuart Mill, puso de relieve que si bien la temática de su obra respondía a sus afinidades electivas, el desarrollo del análisis se sometía siempre a exigencias de objetividad y rigor.

«Su preocupación por la teología, le llevó a una lectura propia de los cambios culturales ligados al Concilio Vaticano segundo»

Dalmacio Negro tuvo además una sobresaliente capacidad como lector perspicaz al modo orteguiano, tratando de «ver claro» en los textos, y de contextualizarlos, aun cuando nunca hubiese sido discípulo de Ortega y Gasset o de sus seguidores de primera generación. Esta cualidad, con su entusiasmo por Von Hayek, propició su acercamiento a uno de los más sobresalientes, el citado historiador Díez del Corral, y también la estima de que este dio prueba al elegirle como sucesor suyo. No menos singular fue su preocupación por la teología, desde una rigurosa y rígida fe católica, lo cual le llevó a una lectura propia de los cambios culturales ligados al Concilio Vaticano segundo y asimismo a un interés especial por la obra de Carl Schmitt, sobre la cual dirigió una magnífica tesis doctoral. Detrás del análisis esclarecedor de Carmelo Jiménez Segado, podía ser detectada la inspiración de Dalmacio. 

La teología presidió también las conversaciones durante los paseos nocturnos en el Madrid de los sesenta, donde yo trataba de entender a duras penas sus intercambios interpretativos con otro personaje dado a la visión teológica de la historia, el sociólogo Carlos Moya.  Aquello me sonaba a chino elemental. Más joven que ellos, yo asistía como exalumno al seminario dirigido Díez del Corral y Dalmacio acababa de incorporarse al mismo desde su formación jurídica.

La amistad, sembrada de encuentros intermitentes, duró décadas, con un momento difícil al manifestar mi crítica con el resultado de su oposición a cátedra. Tanto yo como Carmen, luego sucesora suya, nos excedimos ese día en la solidaridad con su rival. Desde mi punto de vista, la calidad humana de Dalmacio se puso de relieve precisamente a partir de entonces, manteniendo su trato más que cordial y generoso, a pesar del incidente y de la distancia que siempre nos separó en el plano ideológico. Incluso nos acompañó a Marta, mi mujer, y a mí, colaborando de modo activo en los años noventa con ambos durante una estancia de investigación en el antiguo Instituto del Marxismo-leninismo, en Moscú. No tengo noticias de que el trabajo sobre los textos soviéticos provocara en él una conversión al comunismo.

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