THE OBJECTIVE
José Antonio Montano

El 'Petrarca' de Rico

«La suficiencia maravillosa con que Francisco Rico habla de Petrarca (lo carga de reparos) refuerza la potencia de los elogios (emitidos con una frialdad coqueta)»

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El ‘Petrarca’ de Rico

Portada de 'El Petrarca' de Francisco Rico. | Amazon

El Petrarca de Francisco Rico, que editó Arpa en enero, ha estado todo el año agazapado en mi biblioteca hasta que me he decidido a leerlo en estas entrañables fechas de diciembre (entrañabilidad acribillada por todo tipo de villancicos horripilantes). En el transcurso, a la altura de abril, Rico murió y se metió en el ataúd de su libro junto al humanista al que dedicó su vida. Ahora lo he abierto y han salido los dos.

Rico era todo un personaje. Y como personaje quedará, curiosamente, en las dos únicas obras actuales que pasarán el corte: las novelas de Javier Marías y los diarios de Andrés Trapiello. Quizá haya sido ese su gran acierto filológico: haber sabido colarse en las obras adecuadas. Pero no necesitaba, como digo, obras ajenas para ser un personaje. Lo era en la vida. Se aprecia en la prosa de este Petrarca, tan atildada, tan erudita, tan seductora. Y en la dicción merecedora de esos mismos calificativos que puede escucharse en sus dos conferencias sobre Petrarca de la Fundación March.

Es divertidísimo. Sentencia que menos mal que Petrarca no terminó su ambicioso poema África, porque era una pesadez. Y que todo lo que dice Petrarca sobre su propia vida es falso: los hechos (apunta en el libro) «han sido reelaborados con fines literarios o para construir, a través de la manipulación de los datos históricos y su reorganización, una autobiografía ideal y tendenciosamente mendaz». De acuerdo con la clasificación de Manuel Alberca en El pacto ambiguo, Petrarca estaría escribiendo autoficción en el siglo XIV.

Fue un lacayo, según Rico, pero de no haberlo sido no habría podido ser tampoco un humanista, porque no habría tenido tiempo ni medios para dedicarse a ello. La suficiencia maravillosa con que Rico habla de Petrarca (prácticamente lo carga de reparos) refuerza la potencia de los elogios (emitidos también con una frialdad coqueta). Petrarca inventó la filología moderna, con la restauración de la Historia de Tito Livio o el rescate del Pro Archia de Cicerón, tan influyente en el Renacimiento. Se inventó, de hecho, el Renacimiento: el humanismo y la vuelta revitalizadora de la Antigüedad.

Al cabo, sus enemigos fueron los escolásticos tardíos, técnicos de la dialéctica teológica. En su inclinación por Platón frente al Aristóteles de los otros, Petrarca reivindica la vida en las letras. «La philosophia petrarquesca», escribe Rico, «aspira a ser non verborum ars…, sed vite«. Petrarca no renuncia a «una amplia concepción de la philologia«, pero «nunca dejó de constarle que la erudición, notitia literarum, ha de dar fruto in actum, mirar ad vitam». (Dejo los latinajos para no quitarle el gusto al profesor.) 

«Para Petrarca amar a Laura y ser poeta ‘laureado’ era lo mismo»

En cuanto a Laura, va unida a su vocación literaria. Para Petrarca amar a Laura y ser poeta laureado era lo mismo. El ascenso al Mont Ventoux, escribe Rico («un suceso que probablemente nunca tuvo lugar en la realidad»), «sirve para presentar la coronación poética como fruto de una conversión o de una meditación inspirada en el pensamiento de San Agustín». Recordemos que en la cumbre Petrarca abre al azar las Confesiones a modo de oráculo y le sale que se deje de montañas y mire en sí mismo.

Yo me quedo con el manuscrito en el que, según Rico, Petrarca «consigna los días, las horas y los lugares de su encuentro con la amada» y su relación con el soneto XII del Cancionero, en que el poeta dice que si ella y él llegan a viejos (uso la traducción de Ángel Crespo) «al fin me dará Amor tanta osadía / que podré de mis penas descubriros / cuáles fueron el año y hora y día». 

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Pero Rico insiste en que el Cancionero hay que leerlo desde el arrepentimiento, que es como el poeta quiso que lo leyéramos. Así lo dice en el soneto que pone al principio y en otros, como este próximo al final que Rico cita en la traducción de Jacobo Cortines: «Cansado estoy ahora, y me arrepiento / de todos los errores que apagaron / de la virtud el germen […] // contrito por los años malgastados / que debieron gastarse en mejor uso […] // Señor que en esta cárcel me has metido, / ponme Tú a salvo del eterno daño: / reconozco mi error y no lo excuso».

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