Odian el mercado, eso les pasa
«El ser humano se mueve por el interés propio y únicamente hay un sistema que se fundamenta sobre esta realidad: el capitalismo»
Los sistemas políticos y económicos fallan porque ignoran la naturaleza del ser humano. Atribuyen a las personas características erróneas, que no son las que moldean las pretensiones humanas, de tal modo que los resultados no son nunca los esperados. Debería ser obvio para cualquiera que, cuando se parte de premisas erróneas, los resultados no van a ser los deseados. Pero esto, lejos de ser un problema, les viene especialmente bien porque así pueden echar la culpa de los resultados indeseados a cualquier cosa, menos al sistema en sí.
De este modo, el socialismo siempre falla porque «no era el socialismo real» (da igual cuando lea usted esto), porque las personas no se sacrifican en aras del bien común o porque el egoísmo de la gente les convierte en seres a los que se les debería prohibir vivir en sociedad. Del mismo modo, la crisis política actual puede ser siempre achacable a que no hemos encontrado hombres «lo suficientemente buenos» para guiar al perdido rebaño.
Pamplinas. Todos estos sistemas fallan porque el ser humano no se comporta (y jamás lo va a hacer) como ellos quieren. Porque el ser humano se mueve, siempre, buscando mejorar sus condiciones de vida y las de los suyos. El ser humano se mueve por el interés propio y únicamente hay un sistema que se fundamenta sobre esta realidad: el capitalismo. Por eso el capitalismo es el único sistema moralmente aceptable y el único que ha demostrado ser capaz de sacar a miles de millones de personas de la pobreza más extrema.
El capitalismo, adicionalmente, va acompañado del libre mercado: el lugar donde personas libres llegan a acuerdos libres sin la coacción de ningún ente externo. El sitio donde usted puede vender lo que produce siempre que alguien se lo quiera comprar. El sitio donde usted no tiene derecho a ejercer ningún tipo de presión sobre nadie para que compre sus productos. Ese sitio donde existe la verdadera libertad, razón por la cual es tan odiado por todos aquellos que llevan en la boca la palabra libertad, pero van siempre con una mordaza escondida en la espalda.
«Odian cualquier tipo de mercado, porque el mercado real no les dejaría hacer lo que ellos quieren, sino lo que la gente quiere»
Odian cualquier tipo de mercado, porque el mercado real no les dejaría hacer lo que ellos quieren, sino lo que la gente quiere. Odian el mercado de la vivienda, odian el mercado laboral, odian el mercado eléctrico. Odian todo lo que lleve el nombre de mercado y el único fin de sus vidas es intervenirlos para tratar de solucionar eso que ellos llaman «fallos del mercado» y que nunca son tales, sino consecuencias de la intervención del estado.
Uno de los mercados al que más ganas le tienen es el eléctrico. La propia Teresa Ribera estuvo meses intentando cargárselo, utilizando la guerra de Ucrania como coartada, hasta que desde Europa le tuvieron que parar los pies. Para ellos, la culpa de todos los males que nos asolan es del mercado eléctrico y el malvado oligopolio. Se olvidan, por supuesto, que el mercado eléctrico asegura a los consumidores pagar el menor precio posible y, sobre todo, se olvidan de que la mitad del precio que pagamos en nuestras casas es debido a decisiones políticas que toman esos que luego culpan al mercado de todo.
Veamos el último ejemplo, de hace apenas unos días. El Gobierno ha decidido que cierto tipo de energías renovables tengan preferencia de despacho. En cristiano, que esas energías renovables tienen preferencia a la hora de entrar en el mercado, tienen prioridad sobre cualquier otra tecnología. Es decir, habrá que decirles a otros productores que dejen de producir para meter a esas tecnologías con calzador y le obligarán a usted a comprarlas sí o sí, quiera usted o no quiera. Porque el Gobierno así lo ha decidido, interviniendo un sistema que se supone está liberalizado (aguante usted la risa, si puede).
La generación de electricidad en España se supone (insisto, contenga la carcajada) que es un mercado libre desde el año 1997. De hecho, la Ley que liberalizó el sector decía explícitamente «no se considera necesario que el Estado se reserve para sí el ejercicio de ninguna de las actividades que integran el suministro eléctrico». Decía también «se abandona la idea de una planificación determinante de las decisiones de inversión de las empresas eléctricas». Pero nada de ello se cumple.
Es cierto que no existe ninguna empresa nacional que produzca electricidad, pero no es menos cierto que el Gobierno interviene a su antojo el sistema eléctrico dando dinero a esta o aquella tecnología en detrimento de otras. Con ello adultera el mercado y decide hacia dónde van las inversiones de las empresas, que es justo lo que prometían no hacer en el preámbulo de la Ley más arriba comentada. Por si fuera poco, les recuerdo que el Gobierno llegó al poder con un programa electoral en el que prometía el cierre de las centrales nucleares. ¿Cómo puede el Gobierno prometer el cierre de unas centrales privadas que operan en un régimen liberalizado y sobre el que el Gobierno no debería tener nada que decir?
Lo promete porque sabe que la liberalización del mercado eléctrico es un auténtico paripé. En un mercado libre el Gobierno no debería tener tecnologías favoritas, debería encargarse únicamente de salvaguardar las condiciones para que el mercado funcione. Pero entonces no podrían hacer política de arrabal, no podrían tomar decisiones arbitrarias basadas en condicionantes puramente ideológicos, que es lo que realmente les gusta. Por eso el mercado no les gusta, por eso lo odian… y por eso luchan sin cuartel contra él.