La verdad tiene una historia
«Si una sociedad pierde la confianza en el concepto de verdad, se creerá todas las mentiras, advierte el historiador Fernández-Armesto en ‘Historia de la verdad'»
Fue en 1997 cuando el historiador Felipe Fernández-Armesto (Londres, 1950) publicó Historia de la verdad y una guía de perplejos (Herder), hace cerca de tres décadas. Pero el asunto hoy está tanto, o más, vigente que cuando se publicó. Porque la cosa se ha disparado. La posverdad, lo falso, la mentira, están al orden del día. Fernández- Armesto, en la línea de la historiografía anglosajona, había publicado en 1992, Colón; después en 1995, Millenium. Tras su estudio sobre la verdad, entre otros publicaría Historia de la comida (2004), 1492. El nacimiento de la modernidad y en 2023, Magallanes.
Su obra subraya algo esencial: divulgar no es vulgarizar. Es compatible la alta divulgación, es decir, un profundo conocimiento sobre lo que se escribe con un estilo literario que se proyecte hacia amplias capas de la sociedad, sin tecnicismos ni la hojarasca académica que tanto funde como confunde. Sus libros constituyen la feliz conjunción de una erudición al servicio del lector y una prosa ensayística limpia, directa y clara.
Historia de la verdad parte de un hecho condenadamente peculiar en el guirigay intelectual de la sociedad actual, el sentido común hoy es revolucionario: «Actualmente el sentido común está atrapado en el fuego cruzado de una guerra cultural entre extremistas religiosos que creen conocer la verdad, y nihilistas seculares que piensan que nunca puede conocerse. Mi aspiración es situar nuestra crisis en su contexto, confirmar a los lectores que la búsqueda de la verdad todavía está en marcha y dejar a los relativistas y fundamentalistas en el lugar que les corresponde: los márgenes de la historia». Y después de las 250 páginas de este libro cada uno podrá sacar sus conclusiones. Otra virtud, la brevedad. No hacen falta mil páginas para mostrar lo esencial.
El libro reúne aspectos derivados de la historia, la filosofía, la antropología y, como no hay mas remedio, de la psicología. Un libro sobre la verdad en la sociedad, «no es una historia de lo que los individuos, aun los más perspicaces entienden por verdad». Por aquí desfilan pensadores, etnólogos, religiosos, ensayistas, científicos, en busca de la verdad en territorios de diferentes culturas y épocas diversas. Parte de cuatro encabezamientos, que corresponden a las tendencias dominantes en cada período. Uno, la verdad que sientes. Dos, la verdad que te han contado. Tres, la verdad de la razón o «la verdad que piensas por ti mismo». Cuatro, «la verdad que percibes a través de los sentidos».
Y la denuncia, elegante, irónica, documentada, de evocar cómo Nietzsche, con toda su grandeza, introdujo aquello de que la realidad no existe, sino la interpretación de la realidad, lo que derivó en la sofística vaporosa de gentes como Foucault y la deconstrucción: «Foucault fue uno de los que tendió el cepo de la incredulidad postmoderna, del que ahora debemos librarnos, arrancando de sus dientes la creencia en verdades objetivamente verificables». El libro procura mostrar «cómo el modo de concebir la verdad de la gente interactuó con los mundos que habitaba, sin por ello -como sostengo- separarse de una tradición universal».
«Cuando la gente deja de creer en algo, no es que no crea en nada, cree en cualquier cosa»
Valga apelar al gran Chesterton, y a su personaje el Padre Brown, para recordar su maldición: cuando la gente deja de creer en algo, no es que no crea en nada, cree en cualquier cosa. No es de extrañar la que nos ha caído encima. Y, además, propio de los cambios de siglo, no digamos de milenio. Porque como afirma Fernández-Armesto: «En realidad, creo que es imposible ser humano sin tener un concepto de verdad y una técnica para emparejar los signos que usamos con los hechos que queremos representar como verdaderos». Algo así apuntaba Antonio Machado: «Lo que es verdad y lo que es la verdad». No es lo mismo.
Sí, la historia de la verdad, señala el autor, es antigua, tan antigua como la propia historia de la humanidad. Es un anhelo. Una búsqueda. Un universal. Con sustanciosas paradojas: «Como las especies en peligro de extinción y las iglesias redundantes, los pueblos más aislados del planeta se han convertido en objeto de campañas conservacionistas -un signo inequívoco de extinción inminente». Y otra, no menos jugosa, la sobrevivencia del pensamiento de Aristóteles 2.300 años después, apuntada por Walter Gutrhie, uno de los grandes expertos de la filosofía griega: «Sólo una reflexión madura le hizo ver que no es que Aristóteles fuese moderno, sino que nosotros somos aristotélicos». Concluye el autor: nos enseñó a pensar.
Todo es una cuestión de Historia, de cómo entenderla y de cómo explicarla. Pero esto también es maravillosamente antiguo, leamos al Cicerón, De Oratore: «¿Quién ignora que la primera ley de la historia es que el historiador debe atreverse a decir sólo la verdad? ¿Y que la segunda es que debe tener el valor de decir toda la verdad? ¿Y que no deberían quedar sospechas de parcialidad en su obra?». Al final, Fernández-Armesto regresa a su lugar de origen intelectual y académico, Oxford y a la tradición de Collingwood, The Idea of History (1945), para no olvidar que «toda historia es una historia de las ideas» y que la historia, nos dirá, es un estudio de textos, y, claro, por ello, una disciplina literaria.
Llegamos a Wittgenstein, a quien la proyección de su obra desbordó la intención del autor, suele ser habitual, por cierto, como lo es el hecho de que una cosa es lo que quiere decir el autor, o pretende, y otra, tan distinta como distante, es cómo es entendida, pero aquí se produce el gran distanciamiento entre lenguaje y verdad. Un asunto trascendental en el siglo XX para la búsqueda de la verdad. Consenso, relativismo le conducen al historiador a una pregunta clave: «¿Cuán amplio debe ser el consenso antes de que una opinión sea calificada como objetiva?». En la sofística vaporosa foulcualtiana, por ejemplo Baudrillard, nos dirá: «Si quieres ser objetivo, convierte en objeto». Y pareciera que en esas estamos. Sin embargo, entre retrospectiva y prospectiva está la tradición: «Nadie debería avergonzarse nunca de volver a la tradición. La memoria de lo que las generaciones previas han aprendido es el fundamento de todo progreso posible». Salvar a la verdad del escepticismo, porque como recuerda Fernández-Armesto de Roger Scruton: «El hombre que te dice que la verdad no existe te pide que no le creas. Así que no lo hagas».
Si una sociedad pierde la confianza en el concepto de verdad, se creerá todas las mentiras, se nos dice en estas páginas luminosas, por ello, para el autor: «Es una tarea urgente: una vez la verdad ha sido devorada, la gente se traga todas las mentiras». Publicado en 1997, este ensayo recuerda las prodigiosas palabras de Antonio Machado, tantas veces repetidas y tantas veces hoy olvidadas: «Tu verdad no, la Verdad/y ven conmigo a buscarla/la tuya guárdatela». Y en ésas, o en éstas, estamos. Al pairo. Feliz año.