Cansinos Assens, diario en el Madrid franquista
«A Cansinos debemos las lecturas de los grandes novelistas rusos, Goethe o la lectura de ‘Las mil y una noches’»
«…Será la sombra de mi verano tu invierno y tu luz
A Rafael Cansinos Assens, Jorge Luis Borges
será gloria de mi sombra.
Aún persistimos juntos
Aún las dos voces logran convenir
como la intensidad y la ternura
en las puestas del sol»
Rafael Cansinos Assens pertenecía a una pequeña familia sevillana de conversos judíos. Nació como católico, pero nunca olvidó sus orígenes. Siempre se sintió heredero de esa cultura que tuvo que ocultar para sobrevivir. De ese mismo origen fue Rita Cansino, más conocida como Rita Hayworth, renegó de su apellido por los malos tratos recibidos del padre, un artista y bailarín, que emigró a Nueva York.
En estos extraordinarios e inéditos diarios de posguerra que está publicando su hijo, Rafael Manuel, nos estalla en la cara la vida cotidiana en el Madrid franquista. La cotidianeidad en sus cafés y cines, en los bancos del Retiro, en sus barrios populares o en el escaparate de la Gran Vía. Precarios y duros años de represión y controles, de vigilancia y de incertidumbre para unos y otros, sobre el final de la Segunda Guerra Mundial donde se estaba jugando el futuro de los aliados de nuestro régimen. En este año de 1944, el futuro no estaba nada claro para los germanófilos. Franco se supo poner de costado y la Falange comenzó su decadencia y reconversión. Cansinos, orgulloso de su apellido, mira con emoción el cartel de la última película que su pariente firmó con su apellido Amor y gaucho, exhibida con éxito en el cine Carretas. La vida, con sus miserias y precariedades, continuaba después del asedio y las bombas, de la resistencia y la propaganda del «No pasarán». Pasaron. Para unos fueron años de supervivencia y precariedad, para otros de pelotazo y negocio.
Pocos libros tienen una mirada no visceral, irónicamente triste, llena de asuntos del día a día, de amores aplazados, de encuentros frustrados, de relaciones furtivas. El diario de un simulador, de un superviviente que era, además, uno de nuestros grandes literatos. El mejor de las vanguardias, el más lúcido de las retaguardias. Disimular para supervivir, contar entre líneas, traducir, usar seudónimos y no descuidar la prudencia del perseguido cuya rebeldía es no dejarse cazar ni silenciar.
«Apenas pudo salir de su ciudad, pero recorrió el mundo, sus costumbres y lenguas sin salir de Madrid. Orgulloso de tener las ‘ventajas de viajar por las gramáticas’».
El autor de aquellos diarios esenciales para entender nuestra vida cultural y cotidiana de antes de la guerra La novela de un literato sin cuya existencia no podríamos hacer un relato de la realidad cultural madrileña, de sus personajes, ficciones y realidades no escribió estos diarios para publicarlos en años hostiles, los escribió para sí mismo. Gracias a su hijo ahora podemos disfrutar de la lucidez narrativa para hacer de la vida privada, familiar y entre amigos, una narración necesaria para los que de verdad quieran saber del franquismo y sus contradicciones. No es un libro político. No se hacen descalificaciones, sí deja un poso de la lucha por la vida de un hombre bueno, inteligente y lúcido.
Casi todo el mundo admiraba a Cansinos y casi nadie se atrevió a ayudarle. Destacada excepción fue la familia Aguilar, Manuel y su hijo José, que le dieron trabajo editorial como traductor y le permitieron supervivir con cierta dignidad. A Cansinos debemos las lecturas de los grandes novelistas rusos, Goethe o la lectura de Las mil y una noches. Apenas pudo salir de su ciudad, pero recorrió el mundo, sus costumbres y lenguas sin salir de Madrid. Orgulloso de tener las «ventajas de viajar por las gramáticas».
Este escritor de nuestra mejor vanguardia, el más admirado por Jorge Luis Borges -al que siempre agradeceremos que nos fomentara el interés por este gran maestro en una sombra llena de relámpagos- le debemos muchas lecturas, algunas notables novelas, el acercamiento a lo más importante de la vida de los judeo-españoles y habernos sabido transmitir con ironía certeros juicios sobre personajes y fantasmas de nuestra vida cultural, social e histórica.
Por sus líneas aparecen los fanatismos populares de los seguidores de dos mitos de nuestro tiempo franquista: Celia Gámez y Millán Astray. Dos símbolos del régimen que vivieron al margen de aquellas moralidades y prohibiciones. Descaradamente contestaba Celia Gámez a las amigas que le mostraban preocupación por su boda: «Que se preocupe él que se casa con una puta». Habla Cansinos de la bisexualidad de la estrella, del rumor de que cobraba mil pesetas a sus innumerables amantes por sus encuentros.
También recuerda las precarias alegrías en los barrios populares, entre verbenas y exhibición en sus barracas de fenómenos tan curiosos como dos gordos excesivos, expuestos como butifarras ante un sorprendido público famélico en los tiempos del hambre: «La gente famélica los mira asombrados. Se los comerían. ¡Cuánta vitamina! ¿Estarán también sujetos a la cartilla?». Cansinos deja un retrato hiperrealista de la vida entre los perdedores. También pasea por aquellas tabernas populares en donde había un retrato de Franco «como en otro tiempo estaba el de Lagartijo».
«Ni rojo, ni masón, ni católico, ni falangista, ni republicano ni monárquico, era Cansinos un liberal culto, mundano, políglota, sentimental y enamoradizo»
Encuentra el mundo precario y hostil cuando hasta en el bar del hotel Palace, en vez de café sirven malta. Carga contra el «esteta» pedante, afectado y negociador con los nazis que fue González Ruano. Ironiza sobre los muchos homenajes a los que asistió a mayor gloria de Benavente. Primero fueron unos, después los otros. «Don Jasinto se presta a todo. Lo mismo a un homenaje que a una sanción».
Siguen los amores y las tertulias, los facinerosos y los buenos, los excéntricos y los señoritos, las cabareteras y las costureras. Madrid no duerme y ellos no tienen sueño. Tiempos de pan negro, azúcar morena y patatas podridas… y los bolcheviques rebajando el nivel de vida. Ni rojo, ni masón, ni católico, ni falangista, ni republicano ni monárquico, era Cansinos un liberal culto, mundano, políglota, sentimental y enamoradizo. Un español necesario para espantar necios y necedades. Una lectura de verdad ante tanta propaganda. Un libro de la memoria y la lucidez en los tiempos del franquismo.
En dónde hoy se distribuyen prebendas por ideología, se niegan ayudas, se reparten con los amigos las gabelas y se hacen manejos con la cultura, estaba el Circo Price. Allí recuerda Cansinos al impresionante tigre Sultán que acaba de morir en su jaula, «nostálgico de selva y libertad. Me emociona tanto la noticia quizá porque también nosotros estamos ahora en la jaula; y no hemos nacido en ella, como Sultán».
Nos gustaría haber sido amigos de Rafael Cansinos Assens, queda su memoria y sus libros. También hemos recordado otros tigres, otros payasos, otras piruetas de trapecistas que algunas veces cuando niños vimos en el Price. También recordamos el juguete móvil que nos tocó en un día de Reyes. Años con Franco, sí, pero no nos pueden quitar el recuerdo de aquellos Reyes Magos. Tampoco queremos que nos quiten a estos reales y cercanos. Y viva Cansinos que ha hecho de sus libros una vida eterna para compartir.