THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Entre la política y lo político

«La política ya no es, o es cada vez menos, la actividad de los políticos, sino un espacio más amplio de disputa por la hegemonía cultural»

Opinión
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Entre la política y lo político

Un grafitti muestra a David Broncano y Pablo Motos besándose.

En una excelente columna en el periódico ABC, Carlos Granés dice que «de un tiempo para acá la política ha sido desplazada por ‘lo político’». Y continúa: «Al margen de la política se puede vivir, pero de ‘lo político’ no». Es un gran resumen del debate sobre «lo personal es político». La política ya no es, o es cada vez menos, la actividad de los políticos, sino un espacio más amplio de disputa por la hegemonía cultural. En todos los ámbitos de la vida hay «amigos» y «enemigos». Política es hasta la elección de dentífrico; el gran acto político de nuestra época es escoger entre David Broncano o Pablo Motos. Es una especie de peronismo sin masas, sin justicia social, sin una idea de pueblo: es un peronismo instrumental, circunstancial, limitado a la batalla política inmediata y de corto plazo.

Como recuerda Granés, cuanto menos influencia tiene la política parlamentaria, más influencia parece tener «lo político». Porque «lo político» es entretenido, tribal, mediático. La política se ha convertido en la última década en un género más de la cultura pop. En varias décadas pasamos de La clave a La Sexta noche, con su lógica de programa del corazón.

Esa brecha entre la política y «lo político» es siempre enervante. Un ejemplo de esta semana es la enésima polémica sobre una supuesta ofensa a los sentimientos religiosos por parte de la presentadora de las campanadas de Nochevieja en RTVE. Es un simulacro de conflicto: se discute con solemnidad y gravedad, pero nos olvidamos a los diez minutos.

Pero otras veces la brecha entre la política y «lo político» resulta insoportable. Pasa especialmente cuando nuestro sistema político se enfrenta a problemas modernos y no posmodernos; es decir, cuando la política contemporánea, acostumbrada a los marcos simbólicos, se enfrenta a un problema real, y no a un simulacro. La pandemia del covid fue un ejemplo de ello. La dana de Valencia es otro ejemplo más cercano.

Cuando debió estar, el Estado no estuvo. Hizo aparición «lo político» (la dinámica amigo y enemigo, la disputa por la hegemonía, el reparto de culpas), pero no la política. Ante este fenómeno, el ciudadano afectado comprensiblemente se radicaliza. ¿Cómo no hacerlo? Por eso las democracias liberales están en crisis. Si las tecnocracias tienen menos legitimidad pero más efectividad, y las democracias más legitimidad pero menos efectividad, en España tenemos lo peor de los dos mundos: un Leviatán torpe y lento dirigido por unas élites de las que ya no nos fiamos.

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