THE OBJECTIVE
Luis Antonio de Villena

Epifanía y no del año Franco

«Convertir 2025 en el «Año Franco» (otro error de Sánchez) es borrar la Transición, recordar más de lo necesario el franquismo nunca olvidado»

Opinión
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Epifanía y no del año Franco

El dictador Francisco Franco y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración: Alejandra Svriz

Yo tenía recién cumplidos los 24 años cuando Francisco Franco murió (después de semanas de tortura hospitalaria) el 20 de noviembre de 1975. Había publicado ya libros y artículos y llevaba una feliz vida -pero eso se sabe después- nocherniega y literaria. Me desperté pronto aquella mañana para ver en la televisión -blanco y negro- llorar al terrible Arias Navarro, anunciando: «Españoles, Franco ha muerto». Nunca he sido comunista y en verdad me interesaba poco la política, pero aborrecía el largo franquismo, deseaba obviamente su final, y quería democracia y libertad, la libertad moral sobre todo, que es el sustento básico de las demás libertades. Sin censura, hablar de ideas, de sexo, derechos y deberes, religión, religiones, laicismo o ateísmo. Quería (como hoy) que todas las ideas se respetaran y convivieran en libertad. Nuestra Guerra Civil había sido espantosa. Como muchos, muchísimos -no pocos tenían miedo- yo esperaba un cambio, una general variación del rumbo nacional, pero ese cambio no llegó unas semanas después del entierro de Franco y del fin de las filas de los que iban a llorarlo de cuerpo presente. En 1975 murió Franco, pero no cambió nada. ¿A qué poner en el aire de su vuelo, un año emblemático, aún sin nuevo emblema? Cierto que el muy franquista Arias Navarro (antes destructor alcalde de Madrid), que seguía siendo presidente del Gobierno -recordemos aquello de que todo «estaba atado y bien atado»-, puso como ministro de Asuntos Exteriores al conservador pero muy liberal y demócrata José María de Areilza, conde de Motrico, que debía dar, en París o Londres digamos, una cara, una faz nueva de España, que, en el interior, sin embargo, seguía oculta. Areilza era lo básico del cambio en 1975. Ni libertad de partidos ni elecciones ni abolición del Régimen del 18 de Julio ni divorcio ni homosexualidad legal ni prácticamente nada. El 31 de diciembre de 1975 muchos estábamos muy decepcionados.  

Creo que lo normal sería recordar 1975 -noviembre- como un punto de partida ya sin Franco, pero sólo recordarlo porque un «año Franco» revive cosas que mejor en segundo plano, entre ellas la exaltación franquista que vendrá, no se olvide, y porque ese arranque sólo se vio después, años después o ahora, pero no entonces. Vuelvo a recordar mi agobio del continuado franquismo, ahora en el verano de París, cuando el 1 de julio de 1976 (casi un año tras la muerte del Caudillo) supimos que el Rey había prescindido de Arias Navarro y su inmovilismo y había nombrado presidente del Gobierno a Adolfo Suárez, personaje también de pasado franquista, pero que sabíamos -aunque sin precisiones- que había aceptado la tarea de cambiarlo todo en paz, concordia y sin sobresaltos.

La Transición -cuyo espíritu está hoy completamente roto- buscó y consiguió el fin formal del régimen franquista y la idea de un tiempo para todos que superara los bandos guerracivilistas. Es bueno recordar: en el otoño de 1976 está lista la Ley para la Reforma Política, sometida a referéndum el 15 de diciembre de 1976. La derecha franquista pedía la abstención, la izquierda el no, y el centro reclamaba el sí, que fue lo que ganó (la izquierda supo entenderlo), lo que significaba -fue la promulgación el 4 de enero de 1977- la derogación del régimen. Pero quedaba mucho: elecciones democráticas el 15 de junio del 77, ganando por mayoría absoluta la UCD, el partido de Suárez, y así el primer gobierno nuevamente democrático y la tarea de preparar una Constitución, tras la Ley de Amnistía el 15 de octubre de 1977. La Constitución se vota en referéndum el 6 de diciembre de 1978 y es aprobada por algo más del 87% de los votos. Suárez dimitiría oscuramente enero de 1981; hasta fin de ese año fue legal la que hoy llamamos por el mote y el escudo bandera franquista, sustituida por la de hoy, la constitucional…

«En su vacuo y romo honor, Sánchez pone la tilde -brutalmente equivocada- en la muerte del dictador y no en la Transición, que es lo celebrable»

Bastan estos datos y son sucintos para entender que el año a conmemorar es 1978, con la Constitución y una Monarquía que asume (con la cesión de derechos de don Juan, antes) la democracia plena. El británico Paul Preston dijo bien que era la España que superaba la Guerra Civil la que hizo brillar la Transición: «La inmensa tercera España que quería una normalización dentro de una Europa democrática». Convertir 2025 en el «Año Franco» (otro error de Sánchez) es borrar la Transición, recordar más de lo necesario el franquismo nunca olvidado, y dar prioridad a los bandos que se enfrentaron a degollina y muerte, por encima de la concordia de los que creemos que no se debe volver a repetir. En su vacuo y romo honor, Sánchez pone la tilde -brutalmente equivocada- en la muerte del dictador y no en la Transición, que es lo celebrable. Sánchez y Sumar y Podemos creen en las Españas cainitas mejor que en la plural tercera España que se abre a todo. Error tras error de un presidente con egomanía.

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