THE OBJECTIVE
Álvaro del Castaño

Renta ser conservador

«Tres de los cuatro factores que según Arthur Brooks cimentan la felicidad son objetivos claros a destruir por parte de algunas corrientes políticas: la fe, la familia y el trabajo»

Opinión
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Renta ser conservador

Arthur Brooks. | Creative Commons

Eres tan feliz como el menos feliz de tus hijos. Si esta frase te llama poderosamente la atención, entonces, ya sabes que has llegado al nivel Yoda de sabiduría. En mi caso, no sé si la seducción intelectual que me ha producido la misma se debe a mi momento de madurez vital o al ser «yo y mis circunstancias», pero en todo caso me parece todo un descubrimiento.

El asunto de unir nuestra felicidad a la de nuestros hijos nos transporta al poema de Pedro Salinas (La Voz a ti Debida), ese que siempre habíamos personalizado exclusivamente en la figura de un amante. Hasta que escuchamos esta cita popular y entendemos que también debemos ligar el significado de esos versos al amor paterno filial, y, paradójicamente, hacerlo al reverso doloroso de su moneda: al sufrimiento que puede acarrearnos.

Qué alegría, vivir / sintiéndose vivido. / Rendirse /a la gran certidumbre, oscuramente, / de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, / me está viviendo.

Vivir con intensidad en una dimensión paralela a la vida de nuestros hijos, supone una experiencia transformadora de amor inquebrantable. Esta segunda vida totalmente paralela a nuestra existencia diaria, nos origina además una enorme carga añadida. Me refiero a que la intensidad con la que vivimos el sufrimiento experimentado por un hijo no tiene comparación con el que nos produce un destello de felicidad en su vida. Sabemos perfectamente que tras cualquier momento de éxtasis filial acechan la fragilidad y la fugacidad. Y ese temor a lo que llegará tarde o temprano neutraliza una gran parte del gozo que supone ver a nuestros hijos venturosos.

Para hacer frente a esta realidad, la sociedad ha desarrollado un antídoto: transmitirles una buena educación. Hablamos de algo relativamente complejo como es la transmisión intergeneracional de un patrimonio moral, afectivo y cultural muy específico desarrollado durante miles de años. Es un legado tradicional construido con enormes cantidades de amor, de sólidos valores, y de un alto nivel de exigencia. Como nos recordó José Saramago, «la memoria de lo que las generaciones previas han aprendido es el fundamento de todo progreso posible». ¿Es acaso este mecanismo fruto de una evolución darwinista?

«Según sus estudios, las mujeres y los hombres conservadores son mucho más felices que aquellos que se declaran progresistas o de izquierdas»

Uno como padre puede desarrollar la capacidad de enjaular temporalmente nuestro temor al sufrimiento filial, y continuar la vida con alegría. Pero un hijo mal educado, sin valores ni raíces concretas, tiene muchísimas más probabilidades de ser infeliz y desarrollar enfermedades mentales, condenando a los padres a una vida de zozobra. Por lo tanto, como padres, nuestro objetivo debería ser maximizar las probabilidades de que nuestros hijos sean felices. Cabe entonces sacar a colación los resultados de la investigación del científico Arthur C. Brooks, profesor de Harvard en la Kennedy School y en Harvard Business School, además de divulgador de éxito y escritor centrado en el análisis de la felicidad. Según el investigador, las claves de la felicidad (las que están bajo control del ser humano) son muy claras: la fe, la familia, los amigos y el trabajo (entendido como una manera de servir a la sociedad). La gente casada es más dichosa que la soltera, y la gente religiosa es mucho más venturosa que la que no practica ninguna religión. Según sus estudios, las mujeres y los hombres conservadores son mucho más felices que aquellos que se declaran progresistas o de izquierdas. Es más, en la actualidad, según Brooks, el segmento más infeliz, es el de las mujeres progresistas jóvenes (sobre todo mujeres blancas, por debajo de los treinta años), que tienen un 60% de probabilidades de haber sido diagnosticadas con una enfermedad mental. Además, Brooks afirma que las políticas sociales que desincentivan el trabajo, como las subvenciones, también reducen la felicidad y no solamente la eficiencia económica. Además de Brooks, otros investigadores han explorado la idea de que los conservadores son más felices que los liberales. Catherine Gimbrone, de la Universidad de Columbia, lideró un estudio que concluyó que esta brecha emocional es consistente a nivel global y se relaciona con factores como religiosidad, patriotismo y matrimonio. Olga Stavrova (profesora asociada en la Tilburg School of Social and Behavioral Sciences, Países Bajos) y Maike Luhmann (profesora de Métodos Psicológicos en la Ruhr University Bochum, Alemania) también encontraron esta asociación en 87 de 92 países analizados entre 1981 y 2014. La conclusión evidente es que parece científicamente demostrado que la transmisión de valores tradicionales a nuestros hijos aumenta considerablemente las posibilidades de que alcancen la felicidad (y nosotros también, en esa vida paralela que nos recuerda el poema de Pedro Salinas). 

Desgraciadamente, los cuatro factores que, según Brooks, cimentan la felicidad están en clara recesión en España, y concretamente tres de ellos son objetivos claros a destruir por parte de algunas corrientes políticas: la fe, la familia y el trabajo. La cuarta, los amigos, puede ser víctima de las consecuencias de las redes sociales y las nuevas tecnologías, que pudieran favorecer el aislamiento de los jóvenes en algunos casos. Habría que reflexionar si el rechazo actual de algunos a nuestras tradiciones, a nuestras raíces, a nuestros valores históricos, a nuestras comunidades, a la cultura del trabajo bien hecho y a la fe no sea una espada de Damocles para nuestros hijos. 

Literal, renta ser conservador.

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