Ayúdame a regresar de la Estación Espacial
«Son muchos los que creen que Dios se interesa por si se portan bien o mal, si cumplen o no sus mandamientos. Es preciso entretenerse, la realidad no basta»
El romanticismo de algunas mujeres a veces logra conmover mi encallecido corazón. El anhelo de amor y el mito del príncipe azul siguen funcionando como un reloj suizo.
Véanse, por ejemplo, los timos en internet. A los hombres se les suele engañar con el anzuelo de una fortuna: un magnate africano no puede sacarla de su país, debido a fastidiosas trabas legales, pero con la ayuda económica de un incauto –que será reembolsada con creces— podrá trasladar esa fortuna a un banco occidental, y entonces la compartirá con él al cincuenta por ciento. Éste sólo tiene que enviar cinco mil euros a un banco de Ghana, para sobornar a un funcionario venal: allí todo funciona así, ya tú sabes. Luego tendrás que enviar otros mil euros para resolver engorrosas e inesperadas gestiones administrativas. Luego… Esta historia, con múltiples variantes, funciona con no pocos varones obtusos o seniles, o con la mente achicharrada. Es la quimera del oro llovido del cielo digital.
En cambio, dudo de que sean muchos –aunque algunos habrá- los hombres que piquen con una miss Universo venezolana que les escribe mensajes diciendo que se ha encaprichado de ellos, que tiene puntuales problemas de liquidez, pero si le envían el dinero para el billete de avión irá en seguida a verles. Es el ansia de dinero, no de amor, lo que ciega a esos crédulos.
Para ser seducido el varón necesita ver físicamente, y palpar, a la amada, y así es como en el mundo rural se da con frecuencia el caso del solterón senil, dueño de tierras u otros bienes, que para desesperación de sus herederos se los va traspasando a la pizpireta colombiana o cubana del «club» de carretera que frecuentan, y que les llama «papi», o a la masajista china que les dice «amol», y con quien hacen proyectos de futuro juntos.
Oh, puedo estar equivocado, quizá también con los varones funciona el romanticismo digital fraudulento. Quizá también las promesas de amor de una linda y desvalida mujercita al otro lado del ciberespacio, con el único defecto de su inexistencia, puede saquear los ahorros de algunos pánfilos.
«A veces estas estafas crueles, potencialmente devastadoras para la autoestima de las víctimas, terminan en tragedia, como en el caso de Morata de Tajuña»
El caso es que con más frecuencia se habla de mujeres que en las redes sociales creen haber ligado con un hombre de negocios israelí, maduro pero atractivo y dulce y dispuesto a saciarlas de amor, o con el mismo Brad Pitt, que las encuentra fascinantes y quiere conocerlas, pero antes hay que enviarle –porque la bruja de Angelina le ha bloqueado las cuentas bancarias— una transferencia, para que pueda tomar un avión y correr a sus brazos.
A veces estas estafas crueles, potencialmente devastadoras para la autoestima de las víctimas, terminan en tragedia, como en el caso de Morata de Tajuña, donde dos hermanas, que creían cartearse con dos apuestos oficiales del ejército norteamericano destacados en una base de Irak o de algún otro país horrible, se endeudaron para socorrerles y han sido asesinadas por su acreedor, caso del que ha informado la prensa estas últimas semanas.
El caso que más estupor causa, mi preferido, es el de la incauta japonesa, ya entrada en años, que enviaba dinero a un astronauta ruso varado en la Estación espacial Internacional, en órbita a cuatrocientos kilómetros de distancia de la Tierra, de donde el pobre no puede volver a nuestro Planeta –porque la agencia espacial rusa está en quiebra— si ella no pagaba el coste del combustible del viaje de regreso: 30.000 euros.
Semejante alarde de imaginación por parte del timador sería casi tan digno de aplauso –si no fuera por el daño que causa- como la romántica candidez de la víctima, a la que imagino en cama, a oscuras, o junto a la ventana, escrutando el cielo nocturno, fantaseando con su astronauta enamorado en su lejana cárcel de metal suspendida entre las estrellas.
Esa mujer japonesa quería salvar al Mayor Tom de la famosa canción de Bowie, el astronauta desamparado que desde su «lata de hojalata» observa melancólico que «el planeta tierra es azul, y no hay nada que yo pueda hacer». Semejante credulidad alcanza estratos inefables, no está exenta de grandeza.
También son muchos los que creen en cábalas y alquimias, y que Dios se interesa por si se portan bien o mal, si cumplen o no sus mandamientos. Es preciso entretenerse, la realidad no basta.
No hace tanto que muchísima gente creía en los ángeles.