The Objective
Pablo de Lora

El señor (de) X. Más sobre el laberinto de la democracia liberal

«El comportamiento de Musk es una forma de censurable tecnoautoritarismo no por razones universalizables, sino por promover ideas que repudiamos»

Opinión
El señor (de) X. Más sobre el laberinto de la democracia liberal

Ilustración de Alejandra Svriz.

Se cuenta que en alguna ocasión Cecil B. DeMille aconsejó a los aspirantes a director de cine que estructuraran sus películas arrancando con un terremoto y de ahí hasta alcanzar el clímax. Pues tal cual pareciera haber arrancado 2025. 

Hay donde elegir en intensidad y suspense narrativo: desde el pistoletazo de salida del año Francobeo (©Josu de Miguel) hasta las pretensiones de Trump de que Estados Unidos se haga con Groenlandia, pasando por el encargo de formar gobierno en Austria al ultraderechista Herbert Kickl, hasta las acometidas de Elon Musk, ese guru contra el que se vive y se opina tan bien, ese remedo de Lex Luthor que actualiza nuestros más húmedos sueños distópicos, y que, de acuerdo con buena parte de la intelligentsia europea, con Macron a la cabeza, parece dispuesto a acabar con la democracia en Europa. 

Y sobre aquel, y los peligros que representa, querría yo enhebrar algunas breves consideraciones en lo que sigue. 

El temor, la querella es, esencialmente, que hombres como Musk usan su extraordinario poder económico y sus redes (en sentido literal y metafórico) para influir, interferir, injerir en la política europea, favoreciendo a partidos de extrema derecha (en la más hiperbólica de las versiones: para que vuelva el nazismo) lo cual implica, finalmente, imponer su ley o sus leyes. Una forma de, se dice, «tecnoautoritarismo». ¿No les suena la cantinela? Les refresco la memoria. 

Refiriéndose a la libertades e intereses de los españoles, alguien hace no mucho afirmó: «Una libertad y unos intereses que muchas veces sucumben bajo las presiones de potencias, grupos hegemónicos o grandes lobistas del globalismo, como ese protector suyo, el especulador financiero y conspirador antinacional que es George Soros». 

«Es legítimo preguntarse ahora qué hay de malo en los tejemanejes globalistas de Musk para que gobierne o no gobierne Zutanito»

Refiriéndose al asalto a varias legaciones diplomáticas en protesta por las ejecuciones de cinco presos alguien dijo desde el balcón del Palacio Real en la Plaza de Oriente: «Todo obedece a una conspiración masónica izquierdista en la clase política en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece». 

Y no, por supuesto no son lo mismo Santiago Abascal –de quien procede la primera de las citas, de su discurso en la moción de censura defendida por Vox el 21 de octubre de 2020 en el Congreso de los Diputados– y Francisco Franco –autor de ese, su último discurso público, el 1 de octubre de 1975. Años antes, concretamente en diciembre de 1946, como respuesta a la resolución de la Asamblea General de la ONU a propósito de la llamada «cuestión española» –la imposibilidad de que España, qua régimen fascista, fuera miembro de las organizaciones internacionales– miles de españoles se concitaron en la Plaza de Oriente para mostrar su repulsa. En una de las pancartas se leía: «Si ellos tienen Onu, nosotros tenemos Dos». «Barcelona, en una indescriptible explosión de patriotismo, contesta a los satélites de Rusia en la ONU», decía el titular de La Vanguardia Española de 11 de diciembre de 1946 en referencia al patriotismo, también español, de los barceloneses. 

Así que la alusión recurrente de los representantes de Vox al «globalismo de Soros» provoca, en legiones de opinadores, politólogos y público en general, risitas y condescendencia por el provincianismo mostrenco que exudan; no digamos ya esas bravuconadas testiculares y los «satélites rusos». Si nos remontamos un poco más atrás, concretamente al período 1936-1939 «la no intervención» de las potencias aliadas «en nuestros asuntos» –la trágica Guerra Civil y el final del sueño republicano– invitó, e invita, en muchos, la nostalgia si es que no la rabia.  

Con lo cual es perfectamente legítimo preguntarse ahora qué hay de malo en los tejemanejes globalistas y satelitales de Musk para que gobierne o no gobierne Zutanito o Menganita, o sea X, Y o Z la política que se implemente en el país Q, sean esas variables indefinidas las de Starmer, Weidel, reactivación de la energía nuclear para la producción de electricidad, mayor control de las fronteras o Alemania; o las que fueren. Debemos conjurar la sospecha de que el comportamiento de Musk es una forma de censurable tecnoautoritarismo no por razones universalizables, sino porque trata de promover ideas con las que no comulgamos, que podemos, también con buenas razones, repudiar. De otro modo nuestro compromiso con la democracia liberal es más bien escaso si es que es. 

«Lo cierto es que aplaudimos otras interferencias a propósito de las elecciones en países que no son dictaduras»

Entiéndase: preguntarse por qué debemos temer u odiar al señor de X es exactamente saber qué principio o criterio, o conjunto de ellos, enunciados con carácter general, deben gobernar nuestro juicio sobre el proceder de quienes tienen capacidad de influir en la política «ajena», en el bien entendido de que prima facie es legítimo hacerlo. ¿O acaso no lo fue, por parte de miles de ciudadanos europeos, jefes de Estado, políticos, o el mismísimo Papa Pablo VI, en aquellos horribles días de septiembre de 1975 previos a la ejecución de los presos del GRAPO y ETA? Claro, se podría decir, España era una dictadura, como ahora recordamos en el Francobeo porque se nos había olvidado.

Pero lo cierto es que aplaudimos otras interferencias a propósito de las elecciones en países que no son dictaduras o en procesos plenamente democráticos en aquellos. El presidente Sánchez apoyó expresamente al candidato Sergio Massa frente a Milei, y no me parece ilegítimo que, desde cualquier parte del mundo, y por parte de cualquiera, se hubiera influido en el referéndum que se celebró en el Estado de Nebraska en 2016 para recuperar la pena de muerte que había sido abolida por el legislador de dicho Estado. 

La pregunta es, claro, de qué manera se produce la injerencia y si con ella se limita o pervierte la equidad en el ejercicio del sufragio pasivo o en la capacidad de presentación, discusión y elección de las alternativas. Y sobre todo, qué hacer cuando esa amenaza es real. 

Si Soros es capaz, dada su potencia inversora, de hundir la libra esterlina ¿prohibimos la libre circulación de capitales y la inversión extranjera o más bien tratamos de articular mecanismos que contrarresten esa capacidad? Si, dada la potencia mediática de su plataforma, Musk es capaz de diseminar información falsa, tendenciosa, manipuladora, alienante, ¿prohibimos como en Brasil el acceso a X, como en tiempos el régimen franquista impedía escuchar las proclamas y soflamas comunistas emitidas desde Radio España Independiente (la célebre Pirenaica) o más bien posibilitamos que actúen los tribunales cuando en el país de referencia se alteren las reglas de financiación electoral, o de distribución de espacios para la campaña, o cuando esas informaciones sean estrictamente calumniosas –y el eventual anonimato de quien las emite no le blinda frente a la indagación de los jueces– o incitan directamente a la comisión de delitos? 

«No debemos olvidar que la proscripción de la censura previa y la libre circulación de ideas deben ser parte esencial de la democracia»

Cuando, a la hora de defender la respuesta a las acometidas de Musk, se afirma que la democracia y los valores europeos están en juego, no debemos olvidar que la proscripción de la censura previa y la libre circulación de ideas –también las ofensivas o políticamente incorrectas– debe ser parte esencial de tal axiología y de su institucionalización. ¿No debería escandalizar la decisión del Tribunal Constitucional rumano consistente, nada más y nada menos, que en la anulación de unas elecciones por esa supuesta injerencia extranjera que habría favorecido repentina e inopinadamente el discurso de un candidato casi «desconocido» y que no parecía pintar mucho en las encuestas? 

El problema, se ha dicho, es ese: que de repente aparezca un Alvise que se «aprovecha» de esa chavalería fogosa e impresionable, presa de las redes. ¿Pero acaso no fue eso exactamente lo que ocurrió en 2014 con la irrupción de Pablo Iglesias y sus huestes, sagaces explotadores de sus destrezas a través de un programa televisivo financiado por Irán? La «nueva política», creo que se llamó, con buenas dosis de admiración. 

Musk, se añade, solo tiene intereses, los suyos, y cuando denuncia –con hipérboles y falsedades contrastadas, entreverando acusaciones probablemente calumniosas– los episodios de gang rape en el Reino Unido, no le mueve más que ese anhelo de poder. Quiere, se concluye, que «impere su ley». ¿Más o menos que como Sánchez terminó aceptando que impere la ley de Junts, o sea, la de la promulgación de la amnistía para poder mantenerse en el poder? 

Ya, ya… se replica, pero Musk, ese Deus ex machina, usa sutiles y sofisticadísimos algoritmos, alimentadores de noticias que logran domeñar nuestras creencias. Solo hay que fijarse en esos repentinos cambios en las encuestas, en la irrupción de opiniones que «habíamos pensado superadas». Bueno, si se trata de evidenciar esas ilegítimas manipulaciones a partir de bandazos en la opinión pública y publicada, ¿qué tal si repasamos qué se dijo antes y después a propósito de la amnistía y de tantos y tantos «cambios de criterio» en este país nuestro en los últimos años? Si de conjurar el peligro de «minar la democracia desde dentro» se trata, en España no parece que estemos muy impresionados al respecto cuando aceptamos que nos gobiernen quienes han declarado explícitamente querer terminar con el demos español. 

«Qué seguridades tenemos a propósito de que esas ‘moderaciones’ no sean puras cortapisas a la libertad de expresión»

La opción europea al respecto del uso de las redes, fiel a su supuesto espíritu más intervencionista, menos libertario, ha sido, dicho rápidamente, la obligación de «moderación» y de evaluación de los «riesgos sistémicos». Y de nuevo, uno se pregunta, aún admitiendo que tales plataformas –X, Facebook y otras– no sean «estrictamente» medios de comunicación, qué seguridades tenemos a propósito de que esas «moderaciones» no sean puras cortapisas a la libertad de expresión, y por qué esos riesgos serían específicos de las plataformas y no de otros modos de participación en la discusión política, empezando por la de los medios de comunicación, bien poderosos y tradicionales, y convenientemente financiados con dineros públicos. ¿No es sistémico el riesgo de que, por ejemplo, una diputada desde la tribuna del Congreso justifique el asesinato de quien es responsable de negar una prestación sanitaria? Comprueben ustedes si se pidió moderación alguna por parte de la presidenta del Congreso, o si esos juicios, como otros usos «excesivos» de la libertad de expresión, han sido o no sesgadamente borrados del Diario de Sesiones. Y además: ¿no hay detrás de este temor de las instituciones europeas que han justificado mecanismos tan intervencionistas una insoportable desconfianza sobre la madurez de su ciudadanía digital? 

¡Pero es que con Musk viene de la mano el fascismo! –insiste nuestro interlocutor. Pero, a la vista de la experiencia, y bien reciente: ¿cómo tomarnos esas conjeturas en serio? Y es que fue anteayer que el PSOE, durante la campaña a las elecciones europeas, divulgaba un vídeo acusando de fascista a Giorgia Meloni, y poco tiempo después, sencillamente cuando convino, nuestro presidente se refería a ella como «Querida Giorgia». Noblesse oblige, pero, ¿qué les parece aceptar comisarios «de la ultraderecha» a cambio de que Teresa Ribera pueda serlo también? 

Y, de nuevo, a propósito de la experiencia reciente o muy reciente, ¿qué seguridad tenemos de que las que fueron tenidas como exageraciones, medias verdades, epítetos, bulos o fake news de ayer no sean las certezas o descubrimientos de hoy o mañana? Podría poner innumerables ejemplos. 

«Es China y no tanto un multimillonario quién debería darnos más miedo o ponernos más en guardia»

De los «verificadores» o «moderadores» ya se tiene evidencia robusta en Estados Unidos acerca de su sesgo en un sentido ideológico preciso. De nuevo, los botones de muestra, menos sistemáticos, anecdóticos si quieren, darían para una bata de cola de Lola Flores, pero no me resisto al más definitivo: una de las verificadoras que ha reprochado la reciente decisión de Mark Zuckerberg de terminar con el sistema de verificación en Facebook, ha acusado a aquel de acusarles de censores cuando estrictamente hablando Zuckerberg ha esgrimido que su razón para tomar esa decisión es que sistemas complejos de verificación como esos –qué sea verdad, media verdad, media falsedad, proposición debatible, incompleta, etc.– cometen demasiados errores y «censuran accidentalmente». E indeseablemente. La noticia a propósito de este asunto que daba el periódico El País era, para cualquier lector y verificador competente y mediano, un craso ejemplo de fake news

Pieter Garicano ha informado recientemente que los europeos estamos anualmente cuatro veces más horas en Tik Tok que en X, una red que cuenta con el doble de usuarios. La entrevista de Musk a la líder de la AfD, una intervención cuyo contenido debía ser «cuidadosamente evaluado» por la Comisión Europea, según afirmó el comisario responsable Breton, ha tenido la modesta audiencia de 200.000 individuos. 

Así que, quizá como concluye Garicano, es China y no tanto un multimillonario quien debería darnos más miedo o ponernos más en guardia.  

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