El lento ocaso de Justin Trudeau
«El canadiense forma parte de una generación de la política que ha terminado erosionando la democracia liberal mucho más que los propios enemigos»

El político canadiense Justin Trudeau. | Archivo
«Anoche, durante la cena, les conté a mis hijos la decisión que hoy comparto con ustedes. Tengo la intención de dimitir como líder del partido y como primer ministro después de que el partido elija a su próximo líder a través de un sólido proceso competitivo a nivel nacional», dijo Justin Trudeau hace unos días reconociendo que había fracasado en sus intentos por encontrar la estabilidad política para su gobierno en minoría. Trudeau se marcha. Muchos analistas, propios y contrarios, añadirían un por fin. El político canadiense ha tenido un largo declive que puede, incluso, llevarse por delante a su propio partido, el Liberal Party of Canada. Unas siglas que han vivido esta lenta agonía sin demasiado margen de maniobra. Sabían hacia dónde se encaminaban y no les gustaba, pero no encontraban la manera de frenar esta carrera hacia ninguna parte. La puntilla se la había dado su ministra de Finanzas y vicepresidenta al renunciar a su cargo tras varios enfrentamientos sobre cuestiones de política económica. Hasta ahora había sido uno de sus más importantes apoyos. Habrá, por tanto, elecciones anticipadas en un país al que Donald Trump ya ha amenazado con diversas represalias arancelarias si no se pliega a sus intereses.
Quizá el texto más interesante de los publicados tras esta decisión haya sido el de Jonathan Kay en la revista digital Quillette, un espacio que pretende generar un debate libre en el universo anglosajón. El texto no deja lugar a dudas de su mismo título: «Shame on Us for Ever Believing Him» («Qué vergüenza la nuestra por haberte creído alguna vez»). Kay no es un cualquiera. Este intelectual canadiense fue un conservador que creyó en las promesas de Trudeau en su primera campaña electoral. Tanto es así que Kay le ayudó a escribir su libro de memorias. En otros lares, quienes hacen esta labor siempre son personas de la guardia pretoriana. En España, aquella obra fue editada por Deusto bajo el título Todo aquello que nos une: mi autobiografía. Lleva ya unos cuantos meses, como la carrera de Trudeau, saldándose a bajo precio. Kay entendió que Trudeau era un político con un discurso que se alimentaba de unos valores que podían ser compartidos por un amplio espectro de los canadienses. Creyó que era un patriota que quería unir a un país que se estaba descosiendo. No era extraño que su libro estableciese que había un terreno común donde hacer de Canadá un país mejor. Kay conoció a Trudeau y le convenció.
«Trudeau había subrayado que el camino de las políticas identitarias no era el suyo. Lo consideraba un error a desterrar. Llegado el momento, todo fue papel mojado»
Tres mandatos después, Kay se siente estafado y se avergüenza de su apoyo original contra al parecer de la prescripción conservadora. Quien hizo bandera del bien común y de un patriotismo liberal comenzó a tomar decisiones y impulsar un discurso que hacía todo lo contrario: ampliar las distancias y alimentar políticas de identidad que abrían el abismo entre sensibilidades. Y era una sorpresa porque Trudeau había subrayado que el camino de las políticas identitarias no era el suyo. Lo consideraba un error a desterrar. Llegado el momento, todo fue papel mojado. Y no sólo eso. Como primer ministro no perdía la oportunidad para sermonear y señalar todo lo que los demás hacían mal. Él nunca. O sus pecados eran los del país. No es una exageración. Cuando se descubrió que Trudeau se había pintado la cara de negro en fiestas de su juventud, la prensa liberal defendió que este caso era una prueba de la culpa de la sociedad.
Mirar a Canadá desde España tiene su aquel porque hay lecciones, en positivo y en negativo, que podemos sacar la comparación. Lo hizo con solvencia Juan Claudio de Ramón en su ensayo Canadiana. Viaje al país de las segundas oportunidades (Debate), que sigue siendo la mejor iniciación en la cultura canadiense en español. No creo que un intelectual conservador en España, ni tampoco uno progresista, ayudara a un político de la otra acera a publicar sus memorias sin romper con su cultura política. Pero, el ejemplo de Trudeau sobre todo, nos desvela la importancia de tomarnos en serio las promesas de nuestros políticos. Trudeau forma parte de una generación de la política que ha terminado erosionando la democracia liberal mucho más que los propios enemigos. Sus palabras de cartón piedra y sus equivocaciones políticas han socavado la credibilidad del sistema. En 2019, una Comisión de ética encontró culpable a Trudeau por presionar a una ministra para que favoreciera a una empresa constructora acusada de pagar sobornos en el extranjero. A pesar de todo, mantuvo un elevado índice de popularidad. Tampoco estamos tan lejos en cuestiones estéticas, éticas y legales. Quizá este sea el signo de nuestro tiempo.