España en crisis (II): las cuentas de la lechera
«Para Sánchez, gobernar, en términos económicos, es un permanente acto de irresponsabilidad»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración: Alejandra Svriz
Quedo con un amigo economista en un café para que me explique con cierto detalle las características de la deuda española y sus riesgos. Pese a su optimismo vital, veo cómo se le nublan de ceros los ojos al hablar. El problema de la deuda española no es tanto el monto, me dice, pese a ser astronómico, de 1,6 millones de euros en números absolutos (cada español debe unos 34.000 euros), ni el costo financiero que implica, de unos 35.000 millones al año (el Gobierno gasta 96 millones de euros al día en intereses de la deuda), sino que se está «pidiendo dinero a espuertas para gasto corriente».
Este dinero, además, solamente se puede obtener con peores tasas crediticias, por culpa de la inflación tras la pandemia. Como la mitad del gasto del Gobierno se va en el pago de las pensiones y estas están por ley indexadas a la inflación, el escenario se degrada cada año. No sólo porque la población asalariada disminuye frente a la población pensionada, sino porque la ratio de trabajadores del sector privado (el único que genera riqueza) disminuye frente a los trabajadores del sector público. Esto no incluye a las empresas privadas que viven exclusivamente del sector público, pero debería.
Para Sánchez, gobernar, en términos económicos, es un permanente acto de irresponsabilidad. No únicamente por la bola de nieve de las pensiones, sino por el desorbitado gasto en asesores, publicidad, personal de confianza, exigencias de grupos de presión afines, nuevas subvenciones y derechos mal calibradas. Y esto sin hablar de las exigencias de sus socios de gobierno y de los abusos permitidos de la caja común de los nacionalistas.
Mi amigo habla muy bajo. Sus murmullos se convierten en siseo cuando aborda el tema de las ayudas europeas. Sus palabras son demoledoras: «El único logro de Sánchez, la negociación del monto de las ayudas europeas para España por las secuelas de la covid, lo ha transformado en su mayor fracaso». Al querer centralizar su tramitación, y hacerlo con fines políticos y electorales, ha impedido que llegue un dinero «gratis» mientras vive de la metadona de los bonos del Tesoro. Y, para que le cuadren los números, lo único que se le ocurre es subir los impuestos, que desalientan la inversión, lo que a la larga produce menor recaudación. La pescadilla que se muerde la cola. «Lo más grave es cultural», me dice mientras pide la cuenta: «Nadie defiende a los empresarios y autónomos». La oposición no se atreve a presentar un plan alternativo, liberal, por falta de convicción. Y por miedo, ante las «masas extractivas» que viven del maná público. Al pagar, me dice: «Si anualizamos la deuda pública, estas dos horas que hemos pasado juntos nos han costado unos siete euros a cada uno, el doble que los cafés». La conversación me hace soñar con cántaros rotos. Al despertarme, corro a Samaniego.
«Al querer centralizar la tramitación de las ayudas europeas, y hacerlo con fines políticos y electorales, Sánchez ha impedido que llegue un dinero ‘gratis’ mientras vive de la metadona de los bonos del Tesoro»
La fábula de la lechera de Félix María de Samaniego ha sido leída como un correctivo a las quimeras económicas. «Las cuentas de la lechera» se ha lexicalizado popularmente. Pobre pastorcita que, por imaginar lo que iba a hacer con las ganancias, se distrae y rompe el cántaro, pese a que Samaniego era un espíritu rebelde, ilustrado, uno de esos españoles, como Jovellanos, que ya no caben en las hechuras del Antiguo Régimen, pero que aún no pueden imaginarse el salvaje mundo nuevo que está al acecho al otro lado de los Pirineos, a una guillotina de distancia, ni las consecuencias para la Monarquía Hispánica de los nuevos valores. «No seas ambiciosa/ de mejor o más próspera fortuna;/ que vivirás ansiosa,/ sin que pueda saciarte cosa alguna./ No anheles impaciente el bien futuro:/ mira que ni el presente está seguro», amonesta Samaniego en la moraleja final.
Pero, si vemos a la lechera como una empresaria, sus planes dejan de ser quiméricos. Invertir las ganancias de su negocio en otros ámbitos del mismo sector que requieren menor capital (avícola y porcino) como una forma de reforzar su posición en el sector que ya domina (bovino) no es una locura. Es un proyecto de vida. El accidente que sufre es la fatalidad a la que está sujeto todo negocio (y empresa humana) frente a la que puedes (y debes) sobreponerte. Para «fracasar mejor» la próxima vez. Una lechera weberiana, de «ética protestante», en un mundo católico de «metafísica ambigüedad» con el dinero. Lo dice el Evangelio de Mateo: «No se puede servir a dos señores: a Dios y a las riquezas».
El verdadero tema, que explica la crisis y la angustia de mi amigo, es qué tendría que hacer la lechera si fuera española y quisiera vender su leche en el mercado. Asumiendo que ya es una empresaria constituida, tiene su nombre registrado, sus estatutos formalizados ante notario, las cuentas bancarizadas, y el NIF otorgado por la agencia tributaria tras darse de alta en el censo de empresarios, profesionales y retenedores, tendría que:
Inscribir su explotación en el Registro de Explotaciones Ganaderas de la comunidad autónoma correspondiente. Obtener una Licencia de actividad. Cumplir con las normativas ambientales que regulan la gestión de residuos y el bienestar animal. Presentar las declaraciones correspondientes al IVA e IRPF. Mantener una contabilidad adecuada para justificar sus ingresos y gastos. La leche debe cumplir con el Reglamento (CE) nº 853/2004, que establece normas específicas para los productos alimenticios de origen animal. La explotación deberá someterse a controles sanitarios periódicos, incluyendo análisis microbiológicos y químicos de la leche. La leche debe ser etiquetada correctamente, indicando información como la fecha de caducidad, número de lote y origen. Además, debe existir un sistema que garantice la trazabilidad del producto desde la explotación hasta el consumidor. Y si bien no es obligatorio, sí es recomendable que tenga formación en manipulación y seguridad alimentaria.
Peor aún es si requiere una persona que le ayude. En ese caso, tendrá que:
Asegurarse de que la persona esté dada de alta en la Seguridad Social. Esto implica obtener un código de cuenta de cotización. Si no lo está, deberá inscribirlo. Deberá redactar un contrato laboral que especifique las condiciones de trabajo, el tipo de contrato (temporal o indefinido), salario, jornada laboral, funciones y periodo de prueba. Una vez firmado el contrato, debe comunicar la contratación a la Seguridad Social mediante el modelo TA.2/S, dentro de los plazos establecidos. Debe asegurarse de que se cumplen todas las normativas laborales, incluyendo las relacionadas con el salario mínimo interprofesional, horas extraordinarias y descansos. Deberá garantizar un entorno seguro para el trabajador. Esto puede incluir realizar una evaluación de riesgos y proporcionar la formación necesaria en materia de prevención. Como empresaria, deberá realizar las retenciones correspondientes en el salario del trabajador para el IRPF y pagarlas a la Agencia Tributaria. Debe mantener actualizada toda la documentación relacionada con el trabajador. También debe informar al trabajador sobre sus derechos laborales que incluyen el derecho a huelga (art 28 de la Constitución), afiliación sindical (o creación de un sindicato nuevo), y la garantía de no represalias por parte del patrón ante estas actividades. Los derechos por despido se llevarían por delante otra columna.
Al final, la lecherita lo tiene claro. O se muda al extranjero o estudia unas oposiciones. Sólo así le saldrán las cuentas: el cántaro lo pagamos entre todos.