Las espinas de Feijóo
«Es ahora cuando el gallego debería dar un golpe en la mesa, y zanjar las dudas que concita su liderazgo»

Ilustración de Alejandra Svriz
Aún recuerdo los días de vino y rosas, las jornadas iniciáticas de la era sanchista en nuestra política. En 2018 todos éramos tan jóvenes que aún no nos había entrado la nostalgia de una política pasada, de hecho, cientos de españoles andaban cabreados por las corruptelas del Partido Popular, y pensaron que quizá un gobierno presidido por Sánchez igual no estaba tan mal. Aire fresco, olé. Caras de ministros pop, y una firmeza ante la más mínima incorrección que vimos desde bien temprano.
Máximo Huerta juró su cargo de ministro de Cultura y Deporte el 2 de junio y, publicado en los medios su antiguo fraude al fisco, acabó dimitiendo el 14 del mismo mes. Y si Carmen Montón, ministra de Sanidad, había plagiado su tesis final de máster, Carmen Montón debía pillar la puerta, esa que le indicó el presidente, y dimitir. Son esos estándares que parecen tan lejanos y, conviene no engañarse, no son lejanos. Lejano es Franco, medio siglo, de aquella ejemplaridad hoy ya convertida en polvo del camino apenas han pasado siete años. Y Sánchez sigue.
Pedro Sánchez sigue, en una habilidad de contorsionismo por la que hay días en que merece la pena quitarse el sombrero, y ha llevado el umbral del dolor de la sociedad española hasta terra ignota. Porque nunca antes –por poner uno de tantos ejemplos disponibles– habíamos tenido al fiscal general del Estado imputado por revelación de secretos, y por supuesto, jamás un Gobierno le había seguido dando su confianza, y celebrado que se mantenga en su puesto. Y entonces es cuando al presente llegan aromas de 2018, de Huerta y Montón, y entiendes que hace tiempo que a gran parte de la sociedad patria no le duele apenas nada.
Y es ahora, siete años después, en un momento donde el Gobierno se encuentra rodeado por las minas de la presunta corruptela, acongojado por el aprieto de sus socios de legislatura, el solar en que va camino de convertirse el terreno a la izquierda del PSOE, el descrédito del propio presidente, la falta de vivienda, el tabú de la inmigración, la inútil resurrección de Franco… Es ahora cuando Feijóo debería dar un golpe en la mesa, y zanjar las dudas que concita su liderazgo. El cómo debe el líder gallego aumentar su empuje, su crédito, su atractivo, deberá ser, y estará siendo, asunto interno de los asesores, los estudiosos, los amigos dentro del PP.
Y no es información lo que traigo sino la intuición de que Feijóo sigue sin acostumbrarse a este papel vacío de poder ejecutivo, a ese traje de líder de la oposición, a este tiempo que se consume sin que se prevean elecciones a la vista, y se sigue doliendo en un lamento electoral que va camino de los tres años; en donde los populares tiraron, en históricamente errática última semana de campaña, una ventaja que hoy les habría valido para verse en Moncloa. No se esconde la incomodidad del líder gallego en unos pocos frentes que marcan si se es un ejemplar líder.
Empezando por Carlos Mazón, a sabiendas de que es un presidente marcado por la ineptitud, especialmente en los días posteriores a la dana, ha sido Feijóo el que ha puesto un clavo más en el ataúd político del alicantino: Mazón, aseguró en Onda Cero, estuvo «noqueado». Los peores golpes vienen desde tu propio bando, y con esto sigue sin entenderse el aplauso unánime que recibió el presidente de la Generalitat Valenciana en el encierro asturiano del finde pasado. A ello hay que sumarle una extraña cercanía a Junts, el partido del prófugo Puigdemont, con el que los populares se hacen ojitos sin atreverse a aclarar qué quieren, sobre todo, ¿se han enamorado de verdad? ¿Están dispuestos a besarse en público? Si no quieren ser como los que critican, ¿pueden aclarar su ruta?
Y Vox. Una de las espinas más difíciles de asumir del momento que le ha tocado gestionar a Feijóo es cómo relacionarse con el partido de Abascal, y los temores por lo que le llamen, le digan, lo que repercuta en ese votante centrista que igual te acaba votando, Alberto. ¿Qué hacer con Vox? ¿Qué los une a ambas formaciones más allá de las ganas de echar a Sánchez? Convendría tener una respuesta clara por si tocan los tambores electorales, y no se acaba balbuceando ante la esperada pregunta. No es que ande mal posicionado el PP, tiene unas grandes cotas de poder territorial, tiene un cabreo importante de la sociedad contra este Gobierno, aunque también conocen en Génova que un día más de aguante en Sánchez, es un día más de Feijóo esperando una nueva oportunidad.
Y sería de utilidad que el PP de Feijóo resolviera estas materias esenciales que esperan arreglo y claridad. Para evitar futuros noqueados y aplausos que se saben fingidos.