El alarmismo progresista: de la exageración al ridículo
«La preocupante realidad geopolítica no es culpa del nuevo inquilino de la Casa Blanca, sino de la ambición de Xi Jinping y torpeza de los gobernantes europeos»

El presidente de EEUU, Donald Trump, en el despacho oval de la Casa Blanca.
Está de moda renombrar fenómenos habituales y ampliamente conocidos con nombres que los convierten en raros y novedosos. Por ejemplo, llamar dana (depresión aislada en niveles altos) a lo que desde tiempo inmemorial se ha llamado gota fría. O ciclogénesis explosiva a lo que hasta ayer era un temporal, galerna o tempestad.
Sustituir nombres sobradamente conocidos por otros que resulten extraños convierte lo que es viejo y familiar en una inquietante rareza, un acontecimiento que escapa al conocimiento común y genera angustia. De esta forma los viejos fenómenos de dominio público se convierten en una materia reservada a los expertos.
En los dos ejemplos escogidos, la intención es reforzar la convicción de que la emergencia climática está en curso y que el Apocalipsis ha comenzado, pues están teniendo lugar extraños fenómenos meteorológicos. El hombre del tiempo ya no pronostica borrascas, tormentas, tempestades o galernas, sino ciclogénesis explosivas. No advierte de la gota fría, sino de la dana, un acrónimo que destila tanto misterio como lo destiló el acrónimo ovni en la década de 1970.
El objeto de esta jergalización, de este rococó conceptual, es empaquetar viejos fenómenos dentro de una verborrea novedosa que escape a nuestra comprensión, de tal forma que sólo las élites puedan manejarlos e impartir las oportunas advertencias e instrucciones, aunque luego poblaciones enteras acaben igualmente arrasadas.
Del mismo modo, en política, al auge del conservadurismo o de la derecha está siendo transformado mediante creativas nomenclaturas en un fenómeno extraño, antinatural y peligroso. A veces ni siquiera se idean expresiones verdaderamente nuevas, simplemente se invierte el orden de las viejas. Por ejemplo, «extrema derecha» da lugar a «derecha extrema», una inversión que enfatiza el peligro.
«Esta ‘jergalización’ política también puede recurrir a fenómenos antiguos, como ocurre en el caso del populismo»
Esta jergalización política, con la que se genera alarma, también puede recurrir a fenómenos antiguos y crear la ficción de que los dinosaurios regresan a la vida para ponernos a todos en peligro. Este es el caso del muy de moda «populismo», cuyo origen se remonta a la Rusia zarista (narodnikismo, «del pueblo»), pero que renació con la Gran Recesión para alcanzar su apogeo tras la victoria electoral de Donald Trump en 2016.
La modalidad de construir expresiones novedosas con palabras viejas está bastante extendida. Tenemos por ejemplo la expresión «derecha alternativa», en alusión a corrientes de derecha que supuestamente no seguirían las estructuras tradicionales o clásicas, como los movimientos populistas que desafían al establishment; «derecha radical», que describe a grupos dentro de la derecha que proponen cambios drásticos en el sistema político, económico o social, y que se inclinarían hacia posiciones autoritarias o extremistas; «Revolución conservadora», en referencia a la idea de reformar o transformar la sociedad, pero desde una perspectiva conservadora, como el impulso de una «nueva derecha» (otra expresión más) que desafía el consenso democrático; y «patriotismo identitario» o «nacional populismo», con los que se identifica movimientos de derecha que defienden la identidad nacional en términos étnicos o culturales, oponiéndose a la globalización y la inmigración.
Nótese que este diluvio de definiciones se precipita casi en exclusiva sobre la derecha, mientras que en el lado progresista apenas cae alguna gota. Sólo en los casos más extremos, como el chavismo o la izquierda woke más enajenada, reciben alguna atención y, a menudo, a regañadientes.
Bien sea ideando nuevas definiciones para envolver realidades viejas, o bien sea reeditando expresiones antiguas con un sentido de amenaza renovado, una parte significativa de analistas, periodistas y políticos abusa de la jergalización para que la normalísima confrontación democrática se perciba rara, inquietante y peligrosa… pero sólo, claro está, cuando la derecha gana una elección o parece camino de ganarla.
«Ridículo también es profetizar el advenimiento del tecno-totalitarismo, pero no en referencia al Partido Comunista chino»
Los extremismos existen y, claro, conviene estar prevenidos. Pero si actualmente hubiera que advertir de algún peligro, este sería la tendencia de las almas bellas a calificar de raro, inquietante o peligroso todo lo que les disgusta. Esta actitud sectaria, lejos de conferir a sus practicantes cierto halo de respetabilidad, sensatez y buen juicio, los convierte en infantiles y ridículos. ¿De qué otra manera cabe calificar, sino de ridículos, a quienes meten en el mismo saco a Milei, Trump y el régimen de los ayatolás?
Ridículo también es profetizar el advenimiento del tecno-totalitarismo (obra cumbre de la jergalización hasta el momento), pero no en referencia al PCCh de China y su agresiva vigilancia algorítmica, sino a un empresario solitario, cuyo imperdonable pecado ha sido comprar una red social en la que antes se cerraban cuentas por decir perogrulladas como, por ejemplo, que un hombre es un hombre y una mujer es una mujer, y en la que campaban por sus respetos grupos organizados de quinquis virtuales —en España, coordinados a través de Telegram— dedicados a cerrar bocas, con la anuencia de los democratísimos viejos gestores.
Puestos a señalar villanos originalmente ajenos a la política, sería mucho más instructivo recordar a Robert McNamara, que pasó de ser presidente de Ford Motor Company a secretario de Defensa de la progresista administración de John F. Kennedy. Al fin y al cabo, este buen hombre nos dejó en herencia el «método McNamara». Un método estupendo que se caracterizó por el uso de indicadores cuantitativos, como el «conteo de cuerpos» o body count, para medir la buena marcha del negocio de la guerra.
A lo mejor debería sentirme agradecido por los esfuerzos de los jergalistas para salvar nuestras almas liberales. Pero no puedo porque estos desvelos ya lo he sufrido antes. Con el primer triunfo de Trump, hubo quien creyó oportuno publicar un libro para explicarnos a los liberales más necios por qué este señor no era de los nuestros. Páginas y páginas de lecciones magistrales sobre el liberalismo auténtico con las que nos colocaban frente a un falso dilema. Hoy la burra vuelve al trigo con la amenaza arancelaria de Trump, prueba irrefutable de su anti liberalismo. Ocurre, sin embargo, que esta amenaza no es una declaración ideológica sino parte de una estrategia geopolítica.
Advirtió Chesterton que «la exageración es una verdad que ha perdido su equilibrio». Es decir, que la exageración distorsiona la realidad, llevando a una percepción errónea de los hechos. Ahí han caído, precisamente, tan estupendos y sagaces analistas para no tener que reconocer que la preocupante realidad geopolítica no es culpa del nuevo inquilino de la Casa Blanca, sino de la ambición de Xi Jinping, la torpeza o algo peor de los gobernantes europeos y, en general, de todos aquellos que se niegan a asumir que los tiempos han cambiado.