'Ultras y negacionistas': la corrupción del lenguaje
«Si el amor es un lenguaje compartido, la polarización obliga a miles de individuos a asumir como suyas palabras retorcidas que esconden la vida real»
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Ilustración de Alejandra Svriz.
A Sánchez, desde el momento en que los votos de Junts le fueron necesarios, jamás se la ha escuchado llamar prófugo a Puigdemont, y eso que lo ha sido por partido doble. Lo entiendo. Cuesta decir verdades a un socio del que apenas te fías, no vaya a ser que se cabree aún más, no vaya a ser que tengas que humillarte otro poquito ante él. Humillar la presidencia del Gobierno, es decir, que se humille el presidente de todos, y con ello degradar al Estado. Esto es como decirle a tu pareja, justo antes de salir a cenar, que ese jersey le hace bolsa y parece que ha pillado kilos de más, ¿Es la verdad? Sí. ¿Deberías buscar el ticket para devolver esa bazofia? Por supuesto, pero conviene callarse las cosas.
Es curioso cómo no nos cuesta nada reírnos, con grandes sketches de nuestros comprometidos humoristas patrios, del «crecimiento negativo» que iba a experimentar nuestra economía en los años de la crisis, dicho por Pedro Solbes, y sin embargo, ahora esta prostitución del lenguaje a gran escala, ya no es, no sea, fuente de comedia para muchos, sino que esos muchos la adaptan como lengua de madera con la que martillear la papilla propagandística. Hoy el Gobierno de Sánchez podría hablar de «crecimiento negativo» y gran parte del país asentaría con la cabeza. Si el amor es un lenguaje compartido, la polarización obliga a miles de individuos a asumir como suyas palabras retorcidas que esconden la vida real.
«Será negacionista aquel que diga que el Gobierno no ha pactado, ha cedido ante Junts»
Es la corrupción de las palabras, la de toda la vida, pero ahora más inquietante que nunca, porque es una deformación lingüística a la que se suman ciudadanos de a pie. «Es de los nuestros y debemos decir lo que dicen». ¿Qué es eso de hablar de negacionistas? Qué poca sensibilidad hay que tener, qué poco ojo, para hablar de negacionismo la semana en la que se cumplen 80 años de la liberación de Auschwitz. Pero ya da igual, o lo hacen para que parezca que no importa. Negacionista ya es el que cree que el Holocausto fue una tomadura de pelo, como el que no comparte aprobar un decreto donde entra lo importante, lo accesorio y lo inútil para que usted deba decir que sí a todo. De hecho, será negacionista aquel que diga que el Gobierno no ha pactado, ha cedido ante Junts. Lo llaman reunión cuando quieren decir pasar por caja.
Tanto se esmeró el Gobierno, con el acuerdo de la oposición, en cambiar el término «disminuidos» de la Constitución, que parecía querer abrir una nueva etapa política donde fuera clave el cuidado a la hora de seleccionar las palabras. El respeto por las personas y por el lenguaje. Pero no, tan solo un espejismo. Si le pones pegas a las Olimpiadas Franquistas que ha montado el Gobierno, debes ser un nostálgico; si consideras que el Gobierno tiene la obligación de llevar unos presupuestos a la Cámara –obligación constitucional–, eres un ultra; si estás en contra de mezclar en un decreto medidas con apoyo unánime y sin apenas consenso para que sea todo o nada, quieres provocar dolor social; y si no estás a favor de que se aprueben unos indultos a políticos que ni siquiera se han arrepentido, es que apuestas por la «venganza» frente a la «concordia»…
Comprendo a los que les vaya en el sueldo decir lo que le piden; ganarse la vida como corifeos del salmo gubernamental, tertulia sí y rueda de prensa también. Aunque lo preocupante es al que no le pagan, es decir, que al votante de a pie, al que ni siquiera es militante, le convenzan estas contorsiones del castellano; preferiría que sean sinceros, «sabemos que corrompen las palabras para su beneficio, pero los prefiero antes que la derecha». Okey, todo sería menos cínico, más normal, «sé que esa blusa es horrenda y el peinado le hace parecer Karmele Marchante en una tarde mala, pero diré que está divina porque quiero a mi mujer». Todos queremos a alguien, tan solo pido que seamos conscientes de los peajes del amor (y de la ideología).